La soledad no es más que una
maldición para la gente mayor y así es como me siento hoy cuando faltan solo
unos días para estas fiestas que de una u otra manera revolucionan a todo el
mundo. Unas fiestas que este año voy a pasar sólo, cierto que en parte es
porque así lo deseo, pero también porque mi estado de ánimos entre apático y
triste no me aconseja otra opción.
Hace dos años que vivo mi soledad
como buenamente puedo, sujetándome a los recuerdos y a mi hija aunque viva lejos de esta ciudad en la que paso el
tiempo esperando el día en que pueda reunirme con mi compañera, porque aunque
suceda como a mi vida, que el matrimonio se encontrase agotado, estoy ansioso
por cerrar los ojos y acercarme a ella, dejar atrás este mundo en el que hasta
los muebles parece que me miran con una especie de acusadora desesperanza.
Cae el velo silencioso de la
noche, la luz empieza a dormirse y solo me
llega a mí el reflejo de las farolas de la calle, mientras mi mirada
recorre la casa vacía, silenciosa y triste con la única alegría depositada en
el teléfono por la esperanza de una llamada que mitigue mi pena y del libro que
me invita a que coja las gafas para entrar en sus páginas y olvidar la impuesta
soledad, a pesar de que la desease en aquellas ocasiones, en las que como una
triste pareja de ancianos discutíamos más que nada para mantenernos en forma.
Pero no cojo el libro, salgo a la
oscuridad y camino hacia el puerto deportivo, allí busco mi pequeño bote,
abandonado hace muchos meses y en el que me subo no con poca dificultad. No me
cruzo con nadie en el camino, no invita la noche para andar paseando y menos
aún para caminar solitario por las calles absurdas y monótonas.
Arranco como buenamente puedo el
motor para poner proa a la oscuridad, a
la noche que con un inmenso silencio me mira desconcertada, grande como el
miedo observa el barco que sin luces navega en tinieblas con el ruido
acompasado del pequeño motor, a tientas entre las olas vacilando como un ciego
o como yo, quizás ansioso por encontrar una salida a ésta congoja que me oprime
y que poco a poco va desapareciendo, sabiendo que me va a llegar el sueño
eterno.
Una ligera desesperanza me embarga
cuando mis recuerdos se marchan lejos y veo a mi hija con mi pequeña nieta a la
que no podré contar mis historias de marinero errante, a mi hija con ella en
brazos preocupada por no coger el teléfono que se encuentra al lado del libro y
que dejará el sonido en suspenso hasta que nuevamente marque los números.
Un mar denso con todo oscuridad y
mudo como un paisaje de la muerte habita a sus anchas y se encuentra ante mí,
me acaricia en la soledad que me rodea al haberse detenido el motor al haberse
agotado la gasolina.
—Creo que pronto estaremos
juntos…. —escucho mi voz.
Desde que nacemos estamos
escorados en peligro de hundirnos al volcar la barca de la vida, como le sucede
ahora a mi bote.
—Pero bueno….
Unas manos se han sujetado a la
borda y hacen que ésta se incline cada vez mas hasta que sobre ella, aparece
ante mí un rostro tembloroso.
—Ayúdeme por favor.
—¿Quién eres?...
—Ayuda…
—¿Qué haces aquí…? —le digo mientras me desplomo al
otro lado tratando de que el bote se mantenga derecho.
—No puedo más.
—Pero que haces aquí?...—repito—.
—Por favor……mi lancha se ha
hundido.
—¿Qué lancha?
—Déjeme subir a su barco.
—Claro…sube.
Con gran esfuerzo e intentando
que la barca no vuelque el hombre sube para arrodillarse ante mí.
—¿Qué haces? —coge mis manos e intenta
besarlas.
—Gracias señor…..ya no podía
mas…Alá le ha puesto en mi camino para ayudarme.
—Bueno, poco puedo ayudarte, yo
estoy a la deriva.
—Pero esto es fuerte y mi lancha
era de juguete…
La luna se encendía y apagaba
tras alguna nube por lo que apenas pude observar al hombre que se había sentado
en una bancada del bote tiritando de frío.
—¿De dónde eres? ¿Qué haces aquí?
—De Sudáfrica.
—Un poco lejos.
—Sí, llevo mucho tiempo caminando
hasta la costa, luego di mi dinero a un hombre que me dio la lancha para cruzar
el Estrecho, tengo que llegar a tu país y trabajar y traerme a mi familia, allí
corren muchos peligros.
—Yo no puedo ayudarte.
—Lléveme a tierra por favor.
—No voy a tierra…—le digo al
hombre que se acerca a mí para clavar sus ojos en los míos.
—Tú…tú no puedes hacer eso.
—¿Sabrás tú lo que puedo o no
hacer?....—le respondo con superioridad.
—Yo he estudiado y conozco a las
personas, no se tus razones, mi pueblo tiene una cultura diferente a la tuya,
pero veo en tus ojos que no quieres vivir y eso no es bueno.
—No me queda nada…sabes, va a ser
Navidad y estoy sólo.
—¿No tienes hijos?
—Sí, y nieta pero están lejos.
—Mas lo está mi familia y tú
debes lealtad a ellos.
—Será mejor que descanses y
sigas, la costa no está lejos.
—Yo no puedo quedarte aquí.
—Si te quedas conmigo te expones
a que te descubran y te manden de nuevo a tu país.
—Ser civilizados es bueno y ser
incivilizado es malo y yo soy bueno.
Calla el viento y se aquieta el
agua, la luna abandona el refugio de las nubes y puedo apreciar el rostro del
joven que ante mi sigue temblando mientras unas gotas de agua resbalan por su
negro rostro, duro pero firme en su deseo de no abandonarme.
—Está bien, lo mío puede esperar,
pero tú tienes que luchar, eres joven.
—Tú eres bueno, tu Dios te lo premiará.
—Mi Dios está dormido a estas
horas.
—No digas eso, Él siempre está
presente.
—Alomejor el tuyo.
—Son iguales, lo mismo, yo creo
en Alá como modo de vida, no como religión, es una forma de saber hacer lo correcto.
—Ya…
—Sí, yo estudié, tenía trabajo,
ganaba dinero y mi mujer y mi hijo eran felices, pero no pude soportar que mataran
a mi padre.
—¿Por qué?
—Por error…estaba en la calle, se
vio dentro de una manifestación, le detuvieron y cuando fui para que le
soltaran, me dieron un frasco con su mano dentro de alcohol, el resto le habían
enterrado.
—Sois unos salvajes,..
—No somos tan diferentes, el
mundo se está haciendo más moderno, pero siempre hay gente que estorba.
Le doy los remos mientras me
acerco a la borda para recibir el salivazo de desprecio del agua enfadada por
no haber logrado una víctima. El hombre rema hacia la costa a la que llegamos
cuando aún no ha amanecido.
—Yo me voy, gracias.
—Pero dónde vas a ir
criatura…..Ven a mi casa y te pones ropa seca, así no vas a llegar a ningún
lado.
Me resulta extraño sentir el
ruido del calentador del agua, puede parecer simple pero los pequeños destellos
son lo que llenan la vida y el ruido me hace recordar los tiempos en los que
vivíamos todos. Tranquilizo a mi hija con palabras que suenan a verdad, con la
escusa de un teléfono olvidado en el coche.
—Yo me voy a marchar.
—No hombre no, te vas a quedar
aquí hasta que te recuperes, al menos la Nochebuena no la pasaremos solos los
dos, el próximo año Dios dirá pero este nos comeremos el pavo juntos.
—Tú eres bueno.
—Egoísta, lo que soy es un viejo
egoísta.
*
Parece mentira que haya pasado un
año, el árbol, abandonado en el trastero luce de nuevo en la esquina de la
casa.
Fátima se acerca a mí que
permanezco con los ojos cerrados y pone una manta sobre mi cuerpo al mismo
tiempo que le ordena a su hijo que permanezca en silencio para respetar mi
sueño.
—Te hemos despertado…—me dice
cuando abro los ojos.
—No, ni Fátima ni tu ni Hamed me
habéis despertado.
—¿Quieres algo? —me dice cogiendo
mi mano.
—Que adornes el árbol…—le
respondo— antes de que regrese Mohamed y quiera hacerlo él, ya sabes lo patoso
que es…—le digo sonriendo.
—Sí que es verdad… lo adornaré
antes que regrese.
El niño se ha acercado a mí
subiéndose a mis piernas hojeando el libro que tengo.
—Hamed deja en paz…
—Déjalo mujer a mi no me
molesta.
*
Espero a mi hija, a mi nieta y a
su marido para que pasen estas Navidades, ella sabe de la historia de Mohamed,
de la de él y de la de su familia que trajo con un contrato de trabajo firmado
por mí, la conoce y como me sucede a mi están agradecidos de que vivan conmigo
y me cuiden, de que se hayan convertido en la prolongación de mi familia…la que
esta Nochebuena compartirá nuestra mesa.
Francisco Bautista Gutierrez
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