Revista de creación literaria en busca de creadores del mundo

domingo, 20 de octubre de 2013

A mi manera, de Francisco Javier Illán Vivas (Reseña 443 bis)

Francisco Javier Illán Vivas
A mi manera
Ediciones Vitruvio, 2012


Su último poema alumbra y da título a la nueva entrega poética de Francisco Javier Illán. A mi manera, constituye un balance desde la madurez de lo que ha sido toda una vida. El poeta se confiesa, y esta confesión toma forma de fado: Ahora que cae el tiempo/ Otoño al que miro en los espejos del recuerdo/ te narraré sin titubeos mi vivencia... Francisco Javier (para quien lo conoce, un hombre venido de un pasado remoto, quizá de Hiperbórea, donde el valor y el honor se daban la mano) afirma su hombría: Hice lo que tenía que hacer, No me tragué las palabras, pero también reconoce que quiso abarcar más de lo que pudo, por lo que admite, en definitiva, que como todo hombre es polvo, y, como todo hombre, quizá desperdició el amor en el breve roce: Ya ves, he amado, he reído, he llorado/ me tocó ganar, también perder. Aun así, no rechaza su vida, hizo lo que hizo a su manera. Hemos de entender, por tanto, que actuó de forma honesta, con valentía, sin ambages o pactos con la mentira, y, por supuesto, sin rehuir el compromiso. La intencionalidad que infirió a sus acciones fue la correcta; estas se podrán haber torcido debido a factores externos, a esas circunstancias no del todo previsibles que a veces las dan al traste, pero aquellas intenciones que las animaron, aun tamizadas de subjetividad y de la ignorancia añadida, en la confesión del poeta, fueron sin doblez o hipocresía.

Sin embargo, afirmada esta ortopraxis, al fin y al cabo, ¿qué? Un toque personal de actuación ante la vida, en sí mismo, no resuelve nada, por lo que se disparan las preguntas que buscan sentido:



¿Qué es un hombre sino el tiempo que ha vivido?

¿Qué tiene si no a sí mismo?

Y, si no es así,

nada tiene.



 Con estas preguntas, y la respuesta implícita que les confiere, se declara el poeta y muestra la estructura de su carácter, el eje desde el cual comprender su subjetividad, a la par que su visión del mundo y de la vida. Ya lo sabemos, pero ahora se nos ofrece de forma nítida: estamos ante un hombre de acción, ante un guerrero llegado de otro tiempo que lucha en un nuevo tiempo anacrónico, no el suyo, y se siente, quizá, extraño o perdido, y aun así se afirma en esa lucha y la toma como paradigma de su estar en el mundo. Sé que nada se acaba hasta que se acaba, terminará diciéndonos; sí, la muerte será también a su manera

Esta visión existencialista, radicalmente sometida a la temporalidad, no prescribe en la pasión inútil sartriana; más bien remonta como una petición hacia las alturas para no dejar sin respuesta el problema de la trascendencia. Creo en Él. Aparece entre las dos medias lunas que abren y cierran un paréntesis: Creo en Él. Los que tenemos los ojos cansados de lectura, sabemos de la importancia de los paréntesis; no es un azar el que cierra una frase tal vez caída como al vuelo, sino la importancia con que se subraya una idea. Se conforma el hombre en el tiempo según la medida de su propia actuación, pero el tiempo, el mismo tiempo que lo conforma según ha sido su actuar, también lo conduce a la disolución; así es si sopesamos tan solo una horizontalidad en la que Saturno esgrime su guadaña. Tras la lectura de A mi manera, no se infiere esa conclusión; por el contrario, hay una apuesta por la verticalización del tiempo y la esperanza, por lo eterno, eso ignoto y radicalmente otro en que desemboca la temporalidad y donde se encuentra Él cuando ya no hay más tiempo, subrayada aun de manera tímida:



Y cuando vuelva

(Creo en Él),

quisiera recordar su rostro,

el rostro de todas ellas…



Vengamos ahora a una hipótesis: Supongamos por un momento que muere el padre del poeta. Ocurre de repente, y en un geriátrico. El poeta, tras el luctuoso hecho, comienza a generar sentimientos de amor y culpa; un sueño le visita: una escalera que baja, por la cual desciende. El sueño se repite, una vez y otra: el poeta siempre baja a un fondo de oscuridad, a sótanos tenebrosos de una casa insospechada. Agazapados en las tinieblas, le acometen los monstruos; son monstruos de soledad y angustia que terminan, en definitiva, por desencadenar mecanismos no controlados. En su vida de vigilia el poeta se hunde; ideas cargadas de una insana emoción vienen a poblar los días de luz cada vez más escasa, así como las tinieblas pueblan la noche. Piensa en la muerte, se destruyen los colores del día, cesa su relación directa con las personas y las cosas y se descoyunta el débil hilo que todavía lo ata a la cordura… En ese estado de crecida postración estará durante dos años, y el retorno será difícil.

Toñy, la mujer del poeta, intenta animarlo. La pareja decide, luego de sopesar su conveniencia, realizar un viaje a Galicia; de Galicia, se desplazan a Portugal, ese país hermano de sol y brumas donde los poetas sienten, intensa, la saudade. Contempla el poeta los verdes paisajes del largo balcón al Atlántico —esa mar siempre de fondo—; como compañeros de viaje lleva a sus líricos —Ferreira Gullar, Fernando Pessoa—; su sensibilidad espoleada, percibe cómo le penetra por los poros, a grandes tragos, la melancolía del fado, tan dulce cuando golpea, grande su hondura cuando se enraíza y permanece. Durante este viaje surgirán los poemas que componen A mi manera, porque no hay ficción en lo que acabo de contar. En una conversación privada con Francisco Javier Illán, este me lo confirma: Todo tiene su origen en un viaje desde Galicia a Lisboa, en un momento un poco triste para mí, tras la muerte de mi padre. Tuvo como final una sesión de fado en Lisboa. Por eso tal vez los poemas lo recuerden. Además, tres de esos poemas han sido cantados y grabados, en música de fado.

No es de extrañar, por lo dicho, que antes de llegar a su conclusión, el poemario nos haya propuesto un recorrido en el que se entremezcla la música de raíces populares con la música culta. Las diferentes secciones del libro introducen de esta manera un contenido que quizá haya que mecerlo previamente con una escucha atenta de la pieza que le da título, o, a la par de ella, adentrarse en su lectura, para saborear debidamente lo que el autor nos quiere transmitir; de esta forma cada sección nos prepara para esa confesión final y la introduce desde una determinada perspectiva según el ánimo al que nos induce la música. 

 A mi manera comienza con un oficio de difuntos, con un tintiliábulo minimalista, Canto en memoria de Benjamin Britten de Arvo Pärt. Una vaga melodía se repite insistente con fondo de violines y fuerte toque de la tristeza: Mi huidiza vida rechaza mi vida/ como la carretera separa los mundos que une… Estos primeros poemas son breves, como el baldón que anuncian los toques de campanas, en ellos, a su vez, se intercalan textos de los poetas lusos para acunar debidamente la sensación de la soledad y son generalmente asintáxicos, porque la asintáxis expresa el mismo desquiciamiento perverso en que se halla sumido el poeta. Ensimismado, este se confiesa: Levantarte cada mañana/ hastiado de soledad... 

Los poemas se engrosan en la segunda sección del poemario, Comarca lúgubre, comarca brumosa (Adagio de Sueño de invierno de Tchaikovsky). Se ensanchan los ojos cerrados para percibir los campos baldíos, casi con lluvia o nieve, donde la tristeza avanza con pasos lentos y la melancolía, dulce y sensible, invade el alma: Soy un campo de polvo/ que se funde en su baldío,/ ardo en la sed de la tierra/ de nadie. Pulsan los violines y mecen un lamento continuo antes de que el oboe levante los ateridos pájaros del invierno; entonces el poeta siente que el tiempo gotea lágrimas frías y palpa la soledad, tal y como lo expresa en el inquietante poema que lleva por título Venas:



Alcanzada le edad de la penumbra

cuando los ojos se te inundan de humo

          y todo se hace extraño,

cuando llega el dolor

          como una galería de recuerdos

                                                           colgados



La preferencia de Francisco Javier por la música boreal, tan chocante a nuestras latitudes de sol y espumas, es curiosa. Parece que con ello nos quisiera decir, consciente o inconscientemente, que él, no solo está en otro mundo, sino que, de alguna manera, también pertenece a ese otro mundo. Así nos llega la tercera sección del libro introducida con el precioso poema sinfónico Las ninfas del mar de Sibelius. El dolor atenazado se contrasta con la mar, amplia, y con la belleza de sus ondinas que cabalgan sobre las espumas de las olas; risueñas juegan, retozan, coquetean e incitan al poeta, y este se asombra de que haya vida y luz allende las tinieblas que lo sumen: esto sólo ocurre junto al mar/ donde la luz de la vida es más poderosa/ que el silencio. Retazos de esperanza se elevarán a partir de unos ágiles toques de flautas (ese mar que viene/ ese mar que va/ trae nostalgias de mi primavera.); se granan los poemas, adquieren densidad nueva, viveza; las trompas se superponen a las violas y violines, el vibrar de las cuerdas del arpa señorea sobre la mar que se agita. Mas si arrecia la tormenta, tras esta, se llegará a la calma.

Frente al recurrente sueño de la escalera que desciende a sótanos sin luz, el poeta opondrá su insistencia en la esperanza, tal y como refleja Una y otra vez, un poema especialmente idóneo para ser cantado: Llama una y otra vez/ a una puerta que no se abre,/ polvo cabalgando en el aire… Con la reflexión sobre el propio dolor —tabla a la que asirse—, se emprende así el camino de vuelta hacia la luz, esto es, el camino de vuelta hacia la pacificación. Este acontecimiento último se refleja en el momento en que el poeta contempla, al igual que Nuñez de Balboa tras un tenebroso periplo, las aguas mansas del Pacífico (anhelo perderme/ en el Pacífico,/ sobre sus olas o bajo ellas); la visión del Atlántico la ha convertido en contemplación del océano Pacífico. Pero antes de que eso suceda ha hecho suya, junto a la meditación que concita, la pregunta que el animal más bello del mundo por teléfono le dedicó desde Italia a Frank Sinatra: ¿Dónde ha ido a parar el tiempo?, o cantado con Shakira: …y que se muera hoy/ hasta el último poeta

Para ir acabando con estas breves notas sobre A mi manera, señalaré dos particularidades. Una remite al detonante de su escritura; otra al amor. Es curioso que en el poemario no se aluda explícitamente al padre muerto. Es como si el hueco que dejara su muerte fuera demasiado inmenso como para nombrarlo; a la fisicidad de la muerte se le añade la del arquetipo. Cesa el padre, y, consiguientemente, cesa la fuerza del arquetipo; se abre entonces el hueco, el inmenso vacío en la psique del poeta, el cual opta por ensimismarse y perderse en sí mismo. La única referencia al padre y al tremendo acontecimiento de su muerte es velada; aun así, casi tocando a su fin, en la obra surgirá una pregunta desgarradora a modo de grito catártico, expresión del profundo desconsuelo del poeta, a la par que de su soledad y desvalimiento: ¿Dónde estás cuando más te necesito? ¿A quién llama el poeta, al padre o a una forma idealizada de amor que, por idealizada, es imposible? Preguntado al respecto, Francisco Javier me responde: En todo ser humano hay un amor imposible, yo lo tengo, yo lo conocí, mi padre también, mi madre… aunque ese mismo amor idealizado sea el que tienes a tu lado todos los días, y quieres mantener el sueño de que jamás decaerá. Fueron muchas, pero solo hay una.  

 Un niño se ha perdido en los vastos desiertos, sean estos los de una ciudad sin nombre o los de las gentes anónimas; el caso es que no hay cielo protector, ni mano que tienda una mano. Existió el amor, sí; pero este se tambalea y extingue cuando la depresión extiende el manto de su negrura. No estamos ante un poemario de amor, sino ante un poemario de recuento y reencuentro, de soledad y superación; no habrá en él celebración de la vida, canto de plenitud, carnalidad o espiritualización del amor, aunque sí un viaje a los fondos de la memoria y de la psique: descenso, desconcierto, emoción perturbada, y, finalmente, reconciliación del poeta consigo mismo. 
A mi manera (My way), la conocida canción de Paul Anka popularizada por La Voz, versionada magníficamente por Elvis Presley, Julio Iglesias, Plácido Domingo, Pavarotti y tantos y tantos otros, encuentra con Francisco Javier Illán un modo muy personalizado de expresión. 

Jesús Cánovas Martínez

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