Revista de creación literaria en busca de creadores del mundo

martes, 25 de noviembre de 2025

El combate, de M.D. Álvarez

 


Algo que ninguno de sus amigos creería estaba a punto de suceder.

Sería vencido en el campo de batalla de forma innominosa, para escarnio de todos los presentes. Aquel enemigo era aterradoramente superior.

A pesar de todo, él no retrocedería jamás, aunque le costara la vida. Su grupo de amigos no reaccionó a tiempo; solo la única chica del grupo se percató de que algo raro estaba ocurriendo en aquel campo de batalla. Él estaba recibiendo una paliza de cuidado y parecía no defenderse. En uno de aquellos devastadores puñetazos, fue lanzado al interior del bosque que había a su izquierda. Ella aprovechó y se internó en dicho bosque; tenía que ayudar a su compañero antes de que aquella mala bestia lo aplastara.

Lo halló empotrado en una gran secuoya; parecía muerto. Apoyó su oreja contra su pecho y percibió un leve latido.

Al notar una tenue presión sobre su pecho, despertó y, al verla, no supo si había muerto o seguía vivo. Levantó cuidadosamente su mano y la posó cautelosamente sobre la cabeza de ella, que, sorprendida, le preguntó:

—¿Qué te ocurre? ¿Por qué no luchas?

—He tratado de encontrar su punto débil, pero no lo he encontrado —dijo con voz quebradiza—. ¿Y el resto? ¿Dónde está? —preguntó, sorprendido de verla a ella sola.

—No lo sé, últimamente se han comportado como si el combate no fuera con ellos y me preocupa.

—Creo que yo he tenido la culpa de su desánimo —dijo él mientras aquella mole desgajaba los árboles tratando de encontrarlo—. Debes irte —dijo él, saliendo del hueco de aquella secuoya—.

—No te voy a dejar si te enfrentas solo a esa mole; te hará ciscos —refirió ella, nerviosa.

—Todavía me queda un as en la manga —dijo él con una leve sonrisa.

—Prométeme que no te vas a dejar matar —refirió con tristeza ella antes de abandonar el bosque.

—Te lo prometo —respondió él. En su mirada había algo más que determinación; había una furia visceral que despertó al licántropo que llevaba en su interior.

La aterradora criatura que avanzaba hacia él no sabía que lo que le esperaba era una bestia sanguinaria con sed de sangre. Su musculatura, otrora destrozada, se había cuadruplicado; su piel se resquebrajaba, saliendo con una ira inconmensurable. Cuando el licántropo estuvo libre, lanzó un aullido desgarrador. Eso debió de ser suficiente como para que aquella mala bestia se diera la vuelta y huyera, pero era irracional y creía que era inexpugnable. ¡Qué equivocado estaba!

En cuanto llegó al claro, tan solo vio a un extraño ser que lo miraba con desdén y desprecio. Aquello lo cabreó de veras y atacó sin más. No tengo palabras para transcribir la salvaje pelea donde aquel mastodonte fue despedazado sin contemplaciones por el joven que había sido vapuleado hasta hacía 5 minutos.

Continuará…

M. D. Álvarez

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