Los más golosos de sus amigotes se relamían viéndola cubierta de miel.
—Bueno, daros la vuelta o os vais a arrepentir —rugió él. Ella había caído en una gran tinaja de miel.
—¿Cómo lo hacemos, por las buenas o por las malas? —preguntó él con una sonrisa juguetona.
—Siempre por las buenas —refirió ella, echándole una mirada pícara.
Se
subió al borde de la gran tinaja y extendió su fuerte garra, sacándola
suavemente. Comenzó a lamerla con devoción y glotonería; no cesó de
hacerlo hasta dejarla limpia y sin ningún rastro de la pegajosa miel.
Le cedió su gabán para cubrirla.
—¡Ala! Ya podéis daros la vuelta —ordenó a su escolta de veinte aguerridos soldados.
Que
al volverse, esperaban verla a ella desnuda, pero se la encontraron
vestida con el gabán que su compañero le había cedido, mientras que él
todavía se estaba relamiendo de los restos de miel que había quitado a
lametones del cuerpo de su pareja. Él era el único al que permitía verla
desnuda y disfrutar de su cuerpo. Era su lobo aterciopelado que la
cuidaba y defendía.
¿Hay alguien que le hubiera disputado el honor de limpiar lametones a su novia? Pues va a ser que no.
M. D. Álvarez

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