John, despierta, ¿me oyes? Despierta. La oía de fondo;
me encontraba en la misma cabina, pero había menguado o yo había
crecido. Me sentía pesado, pero abrí los ojos lentamente. La vi sonreír y
abrir la cabina. Me cogí al borde de la cabina y me alcé. Me sentía
repleto y lleno de vitalidad. Miré mi brazo, esperando no hallarlo, pero
estaba ahí. No me percaté de que los demás miraban hacia arriba,
incluso los dos gigantes que la franqueaban. Incluso Angus me miraba con
asombro.
—¿Cuánto llevo dormido? —pregunté.
—Ocho
días —respondió, preocupada. Al principio, el suero no surtía efecto;
al cuarto día, el suero comenzó a modificar tu metabolismo y regenerar
tu brazo.
—¿Puedes aproximarte? —preguntó ella, situada a una gran distancia.
Suavemente
avanzó, controlando su cuerpo. En tan solo dos zancadas, estaba situada
al lado de ella, que se hallaba subida en una plataforma de 6 metros.
—John, he de hacerte un par de pruebas motoras. Sígueme.
La
plataforma se desplazó silenciosamente hacia una gigantesca puerta. Las
puertas se abrieron, dejando ver un gigantesco artefacto que le
recordaba a una estación de entrenamiento de árbol, pero a tamaño
descomunal.
—¿Crees que puedes realizar un par de serie de 5+1?
Me
situé frente a aquella estación de entrenamiento y comencé a golpear
con una serie de golpes cada vez más y más rápido. Cuando me di cuenta,
había reducido a añicos la estación de entrenamiento.
Me
giré y la vi; tenía cara de asombro. Mi fuerza era pasmosa; ahora debía
comprobar si mi inteligencia había sido mermada o si había aumentado mi
coeficiente intelectual.
Las
alarmas saltaron; el techo se estaba derrumbando sobre ella. No me lo
pensé dos veces: agarré a Angus y a ella y los puse a salvo. Después,
con una velocidad de vértigo, me situé entre los pilares que sujetaban
la bóveda y extendí los brazos, enderezando las dos columnas.
La
oí decir: —Lo has hecho extraordinariamente bien, John. Has calculado
el lugar más seguro y nos has dejado a salvo, y acto seguido has
enderezado las columnas base que sujetan la bóveda y minimizado los
daños. El suero no te ha mermado la inteligencia; es más, creo que
sigues siendo el más inteligente de todos.
—¿Y por qué me parece que he sido tu cobaya? —pregunté, acercándome.
—No era mi intención; necesitamos a los mejores y tú eres el mejor.
—¿El mejor para qué? —dije, visiblemente enfadado.
—Hemos recibido un ultimátum de un ente extraterrestre. Enviamos todo lo que teníamos contra él y los borró de un plumazo.
Continuará...
M. D. Álvarez
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