En aquel edificio de seis plantas se encontraba la base
secreta de la organización de combate exoespacial más conocida como OCE,
a la que me habían invitado a visitar. La recepcionista, al verlo
entrar, lo miró de hito en hito, preguntándose: "¿Y este de dónde se ha
caído?".
—El señor Angus Tyron me está esperando.
La
cara de ella cambió; ahora estaba pálida. Se dio cuenta de que debía
ser alguien importante, pues tenía la tarjeta de presentación del
director general.
—Si espera aquí, por favor, voy a avisarle. Perdón, ¿a quién tengo que anunciar?
—John Sanders —le dije con una sonrisa encantadora.
—John, qué alegría que aceptaras la invitación —dijo aquel armario ropero que sonreía de oreja a oreja.
—Hombre,
Angus, tanto me has insistido que he tenido que pasar a visitarte
—dije, esquivando el férreo abrazo que pretendía darme.
—Vaya, veo que sigues siendo muy tuyo con las muestras de cariño.
—No, es que tus abrazos son demasiado férreos.
—Ok, ok, me disculpo —y tendió la mano.a modo de disculpa
Su
mano estrujó la mía, pero levemente. Ven por aquí, quiero que veas los
laboratorios y en lo que estamos trabajando. Nos dirigíamos al ascensor,
que curiosamente tenía más pisos subterráneos que los seis superiores.
—Quieto,
que te unas a nuestra organización, John. Tú serías una de las mejores
bazas y, además, creo que ya conoces a alguno de los otros miembros del
equipo, dijo visiblemente satisfecho.Al abrirse las puertas del
ascensor, la luz me deslumbró; tuve que adaptar mi vista. Cuando lo
logré, la vi allí, junto a dos gigantes.
Ella lo reconoció enseguida y echó a correr en su dirección.
—Creí
que habías muerto —comenzó a decir cuando se fijó en la articulación de
mi codo izquierdo. —¿Por qué no nos dijo nada, Angus? —dijo, airada.
—Lo siento, doctora Angie, no hay nadie más cualificado para probar el suero.
—Un momento, ¿de qué suero estáis hablando? —pregunté incrédulo ante lo que estaba oyendo.
—¿No le ha dicho nada? Es usted incorregible —terció ella con el rostro sombrío.
Ella
me llevó a parte y me explicó que habían descubierto un suero
regenerador y modulador de cuerpos. Pero que no había sido probado en
humanos de pura cepa. Aquellos dos gigantes eran subhumanos y el suero
había cuadruplicado su tamaño, pero no así su inteligencia.
—¿Y pretendes que me someta a este ensayo?— Pregunté visiblemente preocupado ante el cariz que estaba tomando la situación.
—No
sabía lo de tu situación; te perdimos cuando el anterior cuartel
general fue destruido —quiso calmarme—. Este suero podría devolverte tu
brazo.
—Y también podría privarme de mi humanidad —tercí yo con cara de pocos amigos.
—Lo sé, y créeme, estamos desesperados —arguyó con aquella mirada capaz de desarmar al más pintado.
Me separé de ella pensando que, si me necesitaban, estaba dispuesto a arriesgarme.
Continuará...
M. D. Álvarez
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