"¿Puedo pedir otro deseo?", inquirió con
autosuficiencia. Su aplomo le daba el carácter suficiente para conseguir
todo lo que deseara, y con la inmensa fortuna de su familia podía
lograr lo que quisiera, salvo una cosa: a la más hermosa chica que no
había caído bajo su encanto cautivador.
—Está visto que el dinero no la atrae, dijo uno de sus amigos.
—Ella es diferente —dijo él.
Tendría
que utilizar su galantería para conseguir que ella se fijara en él. La
esperó con un gran ramo de rosas a la salida de su trabajo; aquello la
sorprendió y le dedicó una sonrisa, aceptando salir.
M. D. Álvarez
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