En
medio del océano de aguas ancestrales se encontraba oculta, tras una
niebla perpetua y circundada por farallones, una preciosa isla
paradisíaca cuajada de vegetación impenetrable.
Habitada
por primigenias criaturas de singular belleza emparejadas de por vida
por el creador de continentes, Héctor llegó a la isla de forma
accidental. No podía dejar de ser atraído hacia el centro de la
enigmática isla, era como si le estuviera llamando.
Fue avanzando inexorablemente, apartando la vegetación salvaje que trataba de detenerlo sin conseguirlo.
Por fin, alcanzó el centro de la preciosa isla: una pequeña laguna de aguas cristalinas que le invitaban a sumergirse en ella.
Sabía
que algo lo observaba bajo las aguas, no se zambulló, esperó a que
apareciera la criatura que lo había estado llamando. Era un apabullante
espécimen de dragón acuático. Por fin mediría sus fuerzas con un
contrincante digno.
La
lucha fue ardua y salvaje, pero Héctor no quiso matar al dragón, que
solo defendía su isla. Decidió perdonarle la vida para que cuidara de
las criaturas que habitaban la isla.
Héctor,
con el corazón aún acelerado por la intensa lucha, observó al dragón
acuático mientras se sumergía en las aguas cristalinas. El majestuoso
ser se sumergió con una reverencia, como si reconociera la nobleza de
Héctor al perdonarle la vida.
La
isla pareció cobrar vida a su alrededor. Las criaturas primigenias,
antes esquivas y cautelosas, se acercaron a él. Sus ojos brillaban con
gratitud y respeto. Héctor sabía que había alterado el equilibrio de la
isla al enfrentarse al dragón, pero también había ganado su confianza.
Sin
embargo, Héctor se encontraba ante un dilema. Se debía al mundo
exterior y a sus habitantes, pero ahora también se debía a los moradores
de la isla. ¿Qué debía hacer? Se decidió por mantener la niebla eterna
para que ningún ser humano alterara el ecosistema de tan bella isla.
Debía abandonar a sus nuevos amigos. Sabía que su llegada había alterado
el leve equilibrio de la naturaleza y solo se podía restaurar si
abandonaba la mágica isla. El dragón comprendió la naturaleza de su
decisión y dejó partir al héroe.
M. D. Álvarez
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