El orden de la vida
Malbec Ediciones, abril 2018
Anoche soñé que volvía a Manderley, pero conforme fui avanzando por la lectura me di cuenta que las palabras me llevaban, por aquel sinuoso camino, a otro destino, y ese era Los Olmos, donde tan buenas lecturas he vivido gracias a Pascual García.
En efecto, el camino podría parecer sinuoso al principio, pero no estaba invadido por los tenaces dedos de la naturaleza, sino por las delicadas palabras de quien sabe amar el lenguaje como pocos que yo haya tenido el placer de leer y, eso, para crear una novela alrededor de Onofre y de Irene.
Los amantes del buen cine saben que a Hitchcock le encantaba profundizar en en el psicoanálisis de sus personajes, y en esta novela no he leído sólo la trama, trenzada con mano de maestro, sino que el autor se ha adentrado -y nosotros con él- en la mente de sus personajes. De quien se siente inferior, Onofre; de quien no puede responder al amor que le ofrecen, Irene; de quien se siente despreciado, Onofre; de quien no soporta la vida que ha encontrado con él, Irene.
La novela comienza por el final... o eso nos puede parecer, porque Pascual García nos lleva hacia adelante, hacia atrás, narrando la vida de ese joven de pueblo que lo abandona para triunfar fuera y así regresar subido en el carro del éxito. Él, que jamás pensó merecer nada, se encuentra con Irene en los almaneces agrícolas donde ambos trabajan y, fue para él "la sombra de un milagro con el que solo se permitía soñar unos minutos antes de entrar en el otro sueño, el de su cuerpo descansando del día y del trabajo" (Pag. 28).
Pero, para Onofre "Irene era, en todo caso, el exceso que no creyó merecer nunca, y Onofre era casi el hombre que Irene no hubiese acertado a encontrar ella sola en otros años y en otra tierra. Y ninguno era lo que hubiese querido ser para el otro" (Pag. 41)
Dos pinceladas para que comprendais lo que os he contado anteriormente. Pensando en ella, Onofre toma decisiones muy equivocadas, cuando permite que en su camioneta de reparto de verdura y de fruta otras personas metan cierta mercancía que él no quiere ni ver, pero que le reportará mucho dinero, "tanto que la vida me cambiaría del todo", piensa.
La tragedia está servida.
Un último recuerdo cinematográfico, me lo ha traído la portada de Francisca Fe Montoya, siempre unida a Pascual García: las piedras de El quinto elemento. Sí, no son piedras... ¿o sí?
Francisco Javier Illán Vivas
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