Existen
multitud de películas que tratan, bajo una perspectiva de ciencia ficción, el
horizonte de crueldad social al que nos dirigimos. Muchas se basan en novelas. Desde
clásicos canónicos, como las famosas Cuando
el destino nos alcance, La fuga de
Logan o Blade Runner a los
referentes más cercanos como Starship
Troopers, Matrix o Gattaca. La distopía siempre ha
resultado un recurso eficaz para obligarnos a replantear muchas de nuestras
costumbres vitales y sociales. No obstante, entre todo el abanico para elegir,
suelo quedarme con una proyección en particular, por su eficiencia al exponer
los problemas sociales. Se trata de Robocop.
En
un primer momento, el director desechó el guión por su título, excesivamente
juvenil y kitsch. No obstante, su
mujer lo recuperó de la papelera y, tras una lectura casual, quedó impresionada
y terminó convenciendo al marido de que se trataba de una historia mucho más
compleja y meritoria. Llevaba razón: terminó convertida en una de las
producciones más valoradas del año (pese al bajo presupuesto) y su personaje
protagonista se elevó a la categoría de icono popular.
La
capacidad de ciertas proyecciones para soportar el envejecimiento se basa,
sobre todo, en la vigencia de los problemas que plantean. Esto pasa con Robocop. Nos muestra una realidad más
cercana que nunca a la contemporánea (ayudada también por el revival de los años ochenta que
experimentamos) tanto en las ideas como en las situaciones económicas. Estamos
sólo a un paso (¿quizás ya lo hemos dado?) de entregarnos a un sistema en el
que la privatización de cualquier recurso dejará de un lado el interés general
a favor de una clase política dominante que impone una estructura de castas,
desigual e inmovilista, muy cercana al concepto
medieval. Los más desfavorecidos se encuentran a expensas de un sistema
violento, donde la crueldad resulta común y deben pagar con su libertad una
protección frente a bandas armadas que, a su vez, están a sueldo de las clases
más altas. La trampa perfecta, sobre todo porque se presenta bajo el disfraz de
una democracia nítida. La película realiza una crítica feroz al capitalismo
(actualmente llamado neoliberalismo, para obligarnos a pensar que tiene que ver
con la libertad de elección) en su esencia más pura y controladora. Muestra un
mundo alienado, sin derechos laborales; lo más importante es el dinero, que otorga
el poder. Una concepción del universo donde todo es simple mercancía, desde la
ciudad a la droga, pasando por la vida humana.
La
ultraviolencia supone una de las claves tanto del retrato prospectivo como del
propio lenguaje de la cinta. A pesar de que vivimos una época visualmente
explícita, en la que todo se puede mostrar y está permitido, la representación
tanto en el plano físico (el ensañamiento de la tortura de Murphy) como del
emocional y verbal (la pérdida de la humanidad, el desdén por los necesitados,
etc.) siguen impactando. En Robocop, todo
conflicto se soluciona por la vía explícita, directa y represiva. Una llamada
de atención, sin duda, al modo de vida que llevamos: ¿nos ha dominado tanto
nuestra parte animal que sólo entenderemos un mundo y un lenguaje basado en la
dominación por la agresividad y la vehemencia? ¿Existe una solución pacífica a
los problemas? ¿Es, precisamente, la brusquedad y el egoísmo lo que nos hace
seres humanos?
La
deshumanización, precisamente, es una de las claves morales de la historia. El
uso del cadáver de un buen hombre, legal y moral, que se ve transformado en un cyborg (a modo de reelaboración contemporánea
del monstruo de Frankenstein) para
sustituir a la policía, desde el ámbito privado, y al que le han impuesto unas
directrices (versión pervertida de las leyes de la robótica postuladas por
Asimov), una de las cuales se mantiene en secreto y le impide rebelarse contra
sus creadores. Los gobernantes (ejecutivos privados, empresarios) quieren una
sociedad dócil, aborregada, que no piense. Una sociedad de humanos mecánicos
que trabajen por nada, incapaces de la revuelta y el cambio, dirigidos mediante
el control brutal ejercido, bien por la anestesia programada, bien por la
respuesta contundente de sus grupos armados (sean maleantes o defensores de la
ley, la línea entre ambos resulta muy delgada). A medida que recupera su
humanidad perdida, el producto Robocop
se transforma él mismo en un elemento subversivo que no encaja en el propio
sistema, en una amenaza perseguida por la propia ley. Una de las mayores
interrogantes que deja la historia es que, aunque se cierra con la recuperación
completa de la identidad y la personalidad del sometido (sic. —¿Cuál es su nombre, hijo? —Murphy.),
queda vivo el presidente de la OCP, el tirano
despreocupado a quién sus seguidores deseaban reemplazar. El cambio nunca es
completo. Parece que, a pesar de todo, no hay salida desde dentro del sistema.
Una lección moral que recuerda, salvando distancias, al hombre que disparó a Liberty Valance.
Esta
película presenta, no obstante, un elemento diferenciador frente a las de otros
directores y temas comunes: su foco en el humor negrísimo como impulsor de una
crítica en esa cuerda floja entre la sátira intensa y el esperpento, y que se
mantenido en muchas de las otras obras dirigidas por Verhoeven. Todo se recubre
con una pátina que ayuda a tomar una sana distancia con la realidad que nos
rodea y nos invita a replanteárnosla. La justicia poética se presenta vestida
de mofa chusca y realismo sucio: el
violador que pierde los testículos por un disparo, las ingenuas enseñanzas
morales a unos niños tras un despliegue de agresividad explícita, que el
elemento de interfaz sea una púa extensible (la comunicación transformada en
violencia y arma), que el héroe deba alimentarse con comida para bebé (símbolo
de aquello en que desean convertirnos), etc. Este rasgo resulta particularmente
hilarante en los anuncios televisivos, llenos de anestesia demagógica. Una
demostración de los medios de control de masas como arma del poder establecido,
rozando con la propaganda nazi.
No
se puede pasar por alto tampoco la épica banda sonora, a cargo del clásico
Basil Polidoeris. Una perfecta compañía a una estupenda película más necesaria
que nunca y que no deja indiferente a nadie. Ahora mismo se prepara una secuela
que, al parecer, poco tendrá que ver con la reivindicación de la original. Una
perfecta metáfora de cómo el sistema trata de integrar y pervertir las amenazas
contra el falso status quo para que
nadie se cuestione su validez y puedan seguir ejerciendo el control.
Como
detalle visionario: la acción de la película se desarrolla en un Detroit en
manos de empresas privadas y al borde de la ruina por culpa de la corrupción de
los altos cargos. Hace pocos días, la ciudad real ha declarado suspensión de
pagos por la total bancarrota, a causa de la mala gestión de sus gobernantes.
Entre las soluciones planteadas, está el venderla a empresas de gestión
privada, como sucede en la ficción con la OCP.
Quizá
no estamos tan lejos de la ficción que, hace unos años, sólo parecía material
rescatado de una papelera.
Fernando López Guisado
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