Mención de honor en el OCTAVO CERTAMEN NACIONAL Y
TERCERO INTERNACIONAL DE CUENTO Y POESÍA JUNINPAIS2009 en el género
CUENTO. Traducido en Rumania, al idioma rumano e inglés y difundido en Europa y
U.S.A.
Viaje fantástico al
bosque encantado
Luego de mis tareas diarias vuelvo a casa. Cansado pero bien. Satisfecho
y con deseos de prepararme algo para comer y descansar. Hogar dulce hogar. Aquí
estoy frente a la puerta de mi casa. Lo único que me queda por hacer es
introducir la llave en la cerradura y girar. La introduzco en el tambor pero la
llave no gira. A medida que los segundos transcurren mi impaciencia aumenta.
Entonces fuerzo un poco el giro de la misma pero cuidando que la llave no se
quiebre dentro. Y hago lo que mucha gente hace en similares circunstancias.
Intento girarla hacia el lado contrario. La puerta siempre se ha abierto
empujando hacia adentro, sin embargo lo intento también hacia afuera. Soy presa
de un ataque de irracionalidad. A veces, cuando se nos presentan situaciones
que nos parecen ilógicas respondemos también sin lógica. Como si la falta de
lógica exterior sumada a la interior pudieran dar como resultado algo racional
o el arreglo de tal situación. Dejo la llave dentro de su cerradura porque
tarde o temprano deberá abrirla. No estoy eligiendo llaves al azar para
descubrir si tengo suerte. Hace años que esta llave abre la misma puerta. Una
pertenece a la otra y juntas me permitirán finalmente ingresar a mi casa. Me
separo de la puerta, tomo distancia, miro a mi alrededor observando cada
detalle. No vaya a ser que me he equivocado de edificio. O de barrio, de
ciudad. Quizás me equivoqué de mundo y para que mi llave funcione debo regresar
al mundo en que las cosas son siempre igual. Las mismas llaves abren siempre
las mismas puertas. Observo nuevamente la puerta de ingreso a mi casa, la llave
dentro de su cerradura. Me digo a mí mismo: "Ésta ha sido siempre la
puerta de entrada a mi casa..." Y me quedo pensando: "¿Podría ser
acaso que en algún momento dejara de serlo?" Y arremeto contra la puerta
en un nuevo intento por abrirla.
Dicen que "la tercera es la vencida" y debe ser verdad, en
cierto modo, pues al tercer nuevo intento la llave se parte en dos. Una parte
queda dentro de la cerradura y la otra en mi mano. Decepcionado y habiendo
perdido un poco los estribos, situación que rechazo sobremanera debido a que
muestra mi falta de control y mi necesidad de poseerlo, doy un fuerte puntapié
a la puerta con mi pierna derecha. Al seco ruido provocado por mi patada se le
agrega el largo rechinar de bisagras herrumbradas. La puerta se abre apenas un
muy corto tramo. Mirando la parte inferior de la misma puedo observar lo que la
ha frenado en su apertura. Ahí veo asomarse restos de tierra, pastos, yuyos,
raíces, plantas. Ya no está el hermoso y brillante piso de mármol que lucía
hasta hace un rato en la entrada a mi casa.
Guardo el inservible trozo de llave en mi bolsillo y me lanzo sobre la
indefensa puerta como si ésta fuera la causante de todos mis males. Sabiendo
que ya no se trata de cerraduras y llaves, la empujo con todas mis fuerzas
aplastando a mis pies algunos yuyos, exprimiendo la clorofila de vivas y verdes
plantas, levantando el polvo de la tierra caliente. La puerta cede algo más
dejando el espacio necesario para introducirme. Lo hago, y veo salir volando
una mariposa de mi casa. Pero ahora que estoy nuevamente dentro puedo saber que
mi hogar dulce hogar ya no está. Que la mariposa apareció de un bosque que
pareciera estar encantado... y que dudo mucho que pueda adaptarse al lugar adonde
voló.
Una fuerte ráfaga de pesado viento cargado de tierra y hojas me golpea
derribándome. Cierro mis lastimados ojos y escucho junto con el del viento el
sonido de un fuerte portazo a mis espaldas. Y seguido el débil rugir de una
fiera. ¡No puede ser! ¡Esto es demasiado! Abro mis ojos todavía irritados y veo
avanzando hacia mí un portentoso león... caminando pero siempre en mi
dirección. Se encuentra a unos veinte metros de distancia. Giro
instantáneamente mi cabeza hacia atrás en busca de la puerta. Pero ya no está.
Todo es bosque. Un hermoso bosque encantado, lleno de marrón, dorado y verde.
Un lugar donde los rayos del sol parecen danzar con la tupida vegetación. Pero
el rugido de la fiera y su lento avance hacia mí me dice que puede que todo no sea
tan hermoso como parece. Al menos no para mí. La verdad es que no sé qué hacer.
Escapar corriendo de semejante amenaza sería tan ridículo como haber intentado
abrir la puerta girando la llave en sentido contrario. Hoy parece ser mi
"día de los ilógicos". Me levanto y camino en dirección al león
mientras él no deja de avanzar hacia mí. Vuelve a rugir más fuerte. Ya está muy
cerca. Me mira y acelera el paso ¿Qué será de mí? ¿Qué será de la mariposa...
ya del otro lado? ¿Estará ella más segura que yo? Entonces comprendo que la
seguridad nos la brindamos nosotros mismos y nuestra forma de encarar cada
situación en la vida. Y no tanto las situaciones o los lugares en los que nos
encontremos. ¡Pero el animal cojea! Me acerco a él sin temor. Apenas unos
metros nos separan. Cuando observa que me acerco amigablemente se detiene. Su
pata trasera derecha sangra y lleva adosada un aparato que parece ser metálico.
Vuelve a rugir. Ahora mis oídos identifican el gemido de dolor. Cuando no
sabemos interpretar bien una situación debemos esperar hasta poder recabar más
datos. Deseo mucho poder ayudar a esta fiera que sufre. Acaricio su melenuda
cabeza, irresponsablemente, sin tomar en cuenta que pueda ser la última vez que
vea mi mano. O que vea. Pero la bestia se recuesta sobre uno de sus costados y
empieza a lamer su herida. Con suavidad, sin prisas, me siento al lado de su
trasero, bastante alejado de su cabeza, considerando que se trata de un animal
enorme de unos cuatrocientos kilos de peso. Acaricio una zona más elevada de la
misma pata pero que no se encuentra herida. Pienso que en la vida a veces se hace necesario mostrar nuestras
intenciones además de tenerlas, para evitar molestas confusiones. Con un poco
de esfuerzo levanto su pata herida y muevo apenas el extraño aparato, que
parece una trampa. El león emite un estruendoso rugido de dolor e inclina su
enorme cabeza hasta mí. El hálito de sus fauces me envuelve mientras comienza a
lamer su herida y parte de mi mano que sostiene su pata. Luego me echa una
mirada y continúa lamiendo sólo mi mano y parte de mi brazo. Me concentro en el
aparato. Son como dos mandíbulas metálicas con afilados dientes cada una. Gran
parte de ellos clavados en la pata del animal. Las mandíbulas están unidas por
un perno largo. En uno de sus lados alcanzo a ver una pequeña abertura con
cierta profundidad. El animal ahora me huele. Huele mi piel transpirada. Sólo
espero que mi olor no despierte su apetito.
Me desconecto por un segundo de tan delicada situación y observo a mi
alrededor. Todo es silencio y quietud. Nada se mueve. Un hermoso bosque que en
este preciso momento más parece una pintura que naturaleza y realidad. ¿Estará
todo en esta dimensión atento a lo que sucede? La fiera me mira y espera. Sin
pensarlo dos veces, me decido y acerco ambas manos al extraño aparato. Con
todas mis fuerzas intento abrirlo, separar sus metálicos dientes clavados sobre
la pata del animal. Las fauces de la bestia se abren mostrando su interior del
que sale un rugido paralizante. Sólo veo el tamaño de sus colmillos y decido
renunciar a mi intento. Quedo mirando el artilugio. El depredador ha cerrado
sus fauces. Yo continúo mirando las mandíbulas metálicas mientras siento su
áspera y larga lengua recorrer mi mano y parte de mi brazo. Mi vista queda fija
en el costado del aparato, donde el perno une las dentadas mandíbulas. Vuelvo a
observar esa pequeña abertura, extraña hendidura en el metal. El animal ahora
me mira, sólo me mira y espera.
Sin quitar mi vista del ombligo metálico, meto mi mano en el bolsillo y
extraigo la parte de la llave de la puerta de mi casa que me ha quedado. Casi
sin pensar la introduzco en la ranura y giro. El artilugio cede en su presión,
se desarma. Intento quitar los dientes metálicos de dentro de la carne del león
pero su rugir me advierte que no prosiga. Me detengo de inmediato. Observo con
qué facilidad y destreza el animal se deshace del artilugio y comienza
nuevamente a lamer su herida, ya libre otra vez.
Lamidos de curación y lamidos de amor se suceden, unos a otros. Los
primeros sobre la pata herida, los segundos sobre mi mano, mi brazo, mi cara.
Pienso: "Cuánta más verdadera comunicación puede haber sin palabras".
Escucho trinar de pájaros, mezclados sonidos de todas las especies animales.
Una cómoda brisa viene a avisarme que todo está bien. Vuelvo a mirar a mi
alrededor. Encuentro un bosque lleno de vida. La naturaleza se ha compensado a
sí misma.
Me incorporo para irme, aunque en realidad no se adónde. Me encuentro
encerrado en mi propia libertad. Pero esto me suena como demasiado mundano,
terrenal. Camino... camino... no tengo por ahora otra cosa que hacer, más que
caminar. Mi félido amigo aún cojea, pero está a mi lado, no deja de
acompañarme. Y mientras camino, pienso: "Cómo es la vida, una situación
que debiera ser en extremo peligrosa de pronto se ve convertida en otra de
máxima seguridad y protección". ¿Podremos saber con certeza alguna vez lo
que nos deparará el instante que llegue luego del que estamos viviendo? Por
suerte no.
En un tramo del interminable
bosque mi amigo se me adelanta señalándome un inmenso y robusto árbol más
grande que una casa. Y se encamina hacia él. Su diámetro debe superar
fácilmente los diez metros. A medida que me acerco puedo observar una clásica
abertura oval de aquellas que suelen presentar algunos árboles de cierto
tamaño. El animal me mira y yo a él. Avanzo acelerando mi paso hacia ese
orificio cuya altura supera la mía. Nos miramos nuevamente con mi mascota
cuando veo salir un insecto volando de dentro del árbol. ¡Es la misma mariposa!
Y ya sin la más mínima duda entro dentro del árbol. Finalmente, he vuelto a
casa.
Relato incluído en nuestra revista nº 1.
Podéis acceder a ella pinchando AQUÍ.
nació en
la ciudad de Buenos Aires, Argentina, en 1950. Estudió en la Facultad de
Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. En 1989 se
radicó en Israel con su esposa y sus cuatro hijas, donde vive actualmente, en
la ciudad de Eilat. Se dedica en forma permanente a la meditación. Ha escrito diez libros, decenas de cuentos cortos y cientos
de artículos.
es extraordinario. Enhorabuena.
ResponderEliminar¡Cuánta lógica ilógica envuelve nuestro camino!, y qué difícil aceptar un mundo en el que se ha disipado la normalidad, lo cotidiano, para dar paso a un continuo asombrroso que atenta contra las leyes de toda razón.
Muy bonito el bosque encantado, pero, como bien afirmas, ¡eso se avisa, coño,antes de infartar de absurdo!