El hombre que nunca sacrificaba
las gallinas viejas
Ed. Tyranosaurus Books, 2013
Darío Vilas (Vigo, 1979) es un creador
inquieto (editor, redactor de la revista Cultura Hache, miembro de NOCTE, etc.)
y un referente en la literatura fantástica y de terror de nuestro país. El
hombre que nunca sacrificaba las gallinas viejas es su cuarta novela. En
esta ocasión, de la mano de Tyranosaurus Books, un sello que va adquiriendo merecida
fama por su buen hacer editorial. Inaugura la Colección DIRT, línea que apunta
hacia la vertiente más «sucia» y transgresora que cuenta con muchos adeptos,
entre los que me incluyo.
No obstante, frente a lo que
pueda parecer, esta clase de obras requieren de un estilo muy eficaz y bien
medido para no precipitarse a la torpeza de lo prosaico. Se trata de hacer
poesía con lo horrible, arte con la suciedad. Se desea trasgresión, no es tan simple como escribir con palabrotas. En
España, contamos con autores como Emilio Bueso que comprenden bien esa línea
tan delgada. Darío Vilas supera la prueba con brillantez de creador referencial
y experto conocedor del oficio.
Se nos presenta una historia con
un personaje central de gran envergadura: Marcos (o Marquitos, como todo el
mundo le conoce pese a su mediana edad); en quien advertimos graves problemas
de estabilidad mental que comienzan por su evidente misantropía. Encontramos un
personaje muy complejo y bien llevado en su oscura psicología (psicopatía y
delirio) que vive aislado en una granja y se gana la vida bien mediante auto
subsistencia bien con la venta de los huevos que ponen sus gallinas a las demás
casas de la zona. Cuenta con un pasado terrible en la ciudad que dejó atrás, Simetría. No obstante, como reza el
título, a pesar de su crueldad, él nunca sacrifica a las gallinas viejas. La
narración estriba en momentos clave en la vida de Marcos entre destellos del
ayer y experiencia continua del presente. Ese pasado se irá desvelando según
avancen las páginas, alternando con los sucesos contemporáneos, mediante el uso
de dos voces narrativas distintas. Todo lo que en Marquitos yacía adormecido,
volverá a despertar al conocer a una vecina, mujer madura, aparente víctima de
maltrato, cuyo perfume de magnolia le inspira sentimientos que él creía
muertos.
La novela es concisa y no se
extiende más de lo estrictamente necesario. Concentra el lenguaje de manera
económica y muy expresiva. El autor sabe cribar todo aquello que no aporte a la
historia, dirigiendo al lector hacia el clímax y posterior desenlace final, que
también desvela el motivo de ambos puntos de vista narrativos. El estilo, muy
directo, violento y sucio, consigue crear un efecto poético a base de un empleo
diestro del ritmo (paralelismos, omisiones) y el juego con la anfibología.
Comunica y transmite, te sumerge en la historia y en esa compleja personalidad
de su protagonista, que nos inspira lástima, comprensión y asco a partes
iguales. Nos evoca a famosos psicópatas de Chunk Palahniuk o de una ensoñación
de Poe.
Simetría se nos presenta como una urbe pervertida; una isla que
bien podría retratar el horrible futuro que les espera a cualquier ciudad de
aquí a cinco años: sociedad cruel, brutal y deshumanizada. Darío Vilas también
integra referencias físicas de sus novelas anteriores, en este caso Lantana, como una invitación al lector. El
empleo de una localidad inventada, decadente y simbólica, es un recurso que
encontramos tanto en la literatura clásica (el Región de Benet, la Comala
de Rulfo, la Vetusta de Clarín) como en la cultura popular más reciente (videojuegos
y películas: el Racoon City de Resident Evil, o el famoso Silent Hill).
La descripción de ambientes
costumbristas y de lo urbano están impregnadas de crítica social: los bazares
de bajo precio regentados por orientales, pisos secretos para la compra de
droga, las complicadas políticas de admisión de las discotecas, etc. Cabe
destacar el dibujo de las crueldades infantiles, de los absurdos rituales de
cortejo humano y de esos incómodos compromisos familiares, tan cercanos, donde
propios los seres queridos son aquellos que más cruelmente se comportan con
nosotros. La familia es el origen de nuestros traumas en una sociedad que se
ahoga en el mar de la psicopatía.
El libro está bien editado: papel
color crema, buenos márgenes, con letra clara y visible. La imagen de la
cubierta, con solapas, corre a cuenta de Nae Esteban. Representa, en escala de
grises, la espalda de Marquitos, en su granja, con varias gallinas y un
delantal manchado de sangre.
En conclusión, un libro bien
escrito, eficaz, e intenso en su desesperante oscuridad. Por supuesto, no
recomendable a todos los estómagos, pero no debería faltar en las estanterías
de los amantes del género negro y sucio, y de la buena literatura.
Fernando
López Guisado
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