Brañaganda
Acantilado, 2011
Apostado en la vereda de
la infancia, desde la óptica de un niño de un pueblo remoto de la Galicia
profunda, el narrador, treinta años después de unos extraños y turbadores
acontecimientos que estremecieron su aldea natal, desgrana una historia que
bordea la crónica costumbrista pero que, gracias a algún elemento fantástico,
extraído del folclore gallego, consigue despertar el interés del lector y
atraerlo a una narración con dosificados elementos sobrenaturales y escenas climáticas
bien pergeñadas.
David Monteagudo (Lugo,
1962), tras publicar Fin y Marcos Montes, se atrevió con una novela
de corte clásico en la que se nos narra la geografía e historia de Brañaganda,
un territorio ficticio enclavado en la Galicia franquista que vivenció Orlando,
protagonista principal y narrador de esta fábula.
Los acontecimientos que se
presentan en Brañaganda se atienen a
un planteamiento bastante afín a la narración popular: un pueblo, en las noches
de plenilunio, comienza a ser asediado por el lobishome, es decir el hombre-lobo, arquetipo de la literatura de
terror que en la tradición gallega ocupa un lugar primordial. La bestia se ceba
con las hembras, sembrando el pánico. El hecho de que sus víctimas sean solo
mujeres (al principio de la historia) dota a los ataques del lobo de cierta
carga sexual y morbo. El niño-narrador
es testigo de los acontecimientos y gracias a la primera persona la novela
cobra visos de verosimilitudseudobiográfica. No obstante, si bien en algún tramo
la intensidad de la narración decae y se torna monótona, hay algunos momentos
álgidos que merece ser rescatados. Por ejemplo, la noche en la que los varones
adultos (todos los que podrían ser anónimos licántropos) se encierran en una
habitación en espera de la metamorfosis inesperada de uno de ellos; la travesía
en la noche de Orlando, su hermano pequeño y su madre embarazada en busca
desesperada de un médico que la asista en el inminente parto; o el encierro
obligado que produce una larga, insólita y dura nevada.
Monteagudo, paralelamente
al relato del lobishome, desliza
otras postales, con personajes peculiares del terruño, que sirven de soporte
narrativo a la novela y que configuran el universo íntimo y cerrado de Brañaganda. Isabel Freire, mujer
adinerada, misteriosa y culta que contrasta con los campesinos del lugar. La
joven y voluptuosa Cándida, niña que irá creciendo a lo largo de la novela para
llegar a ser uno de los elementos principales de la misma. El propio narrador,
Orlando, que junto a su peculiar familia,(formada porsus hermanos, su madre la
maestra y el padre, hombre culto y de férreos valores), se presentan como el
eje protagónico de la historia. De hecho, el padre, don Enrique, representa la
parte racional y lúcida, frente a la creencia popular encarnada por el resto de
la vecindad de Brañaganda. Y es este otro de los temas que plantea Monteagudo:
la dualidad entre realidad y ficción, entre superstición y ciencia, entre
creencia popular y hechos empíricos. Una tesis que impregna toda la narración
de dudas. Porque, al final del relato, no sabremos con certeza si el lobishome es un ser de carne y hueso, un
demente o una simple bestia engrandecida por la imaginación febril de los
aldeanos.
Es posible, que el marcado
carácter moralizadormerme levemente el valor literario de Brañaganda. Y que sus personajes, aunque bien descritos y
justificados dentro de la narración sufran un excesivo esquematismo, un
deliberado aplanamiento que los torna previsibles. No obstante, Brañaganda se
deja leer con facilidad y demuestra que Monteagudo es un gran contador de
historias, un narrador con presente y porvenir y con un estilo potente que
todavía no ha escrito su mejor obra.
Pedro
Pujante
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