La luz de aquella lámparilla era escasa, pero sirvió
para descubrir un extraño ser que la observaba con curiosidad. Ella
sabía que aquel ser tan formidable era un auténtico hombre lobo, pero
desconocía qué hacía allí en su habitación y, sobre todo, por qué la
miraba con curiosidad.
El
licántropo se aproximó cuidadosamente a la cama donde ella descansaba y
le preguntó: —¿Por qué me has llamado?. Su voz sonaba dulce y
aterciopelada.
Ella, sorprendida, no recordaba haber llamado a nadie, y menos en sueños.
Él
se aproximó un poco más y refirió la siguiente petición: —Si me llamas,
acudo, pero si no me llamas, no tengo permiso de entrar en tu mundo.
Así que te lo vuelvo a preguntar: ¿por qué me has llamado?.
Ella
no supo qué decir, pero percibió la inquietud de aquel ser de la noche.
Su día anterior había estado plagado de contratiempos peligrosos y, en
uno de aquellos percances, conoció a un joven encantador que la ayudó a
deshacerse de aquellos incidentes. Recordó que tenía una gran cicatriz
en su brazo derecho y descubrió que aquel majestuoso licántropo tenía la
misma cicatriz. Ató cabos.
La
conexión entre ellos era innegable, y la cicatriz se convirtió en un
puente entre sus mundos. Ella, aún aturdida, se sentó en la cama,
intentando procesar lo que estaba sucediendo. —No te llamé
intencionadamente, comenzó a decir, —pero… quizás en un rincón de mi
mente, deseaba que alguien como tú apareciera.
El
hombre lobo inclinó la cabeza, su mirada profunda y penetrante parecía
leer sus pensamientos. —Los deseos a veces se manifiestan de formas
inesperadas, respondió, su voz resonando con una mezcla de misterio y
sabiduría.
Ella sintió un escalofrío recorrer su espalda, pero no era de miedo; era una mezcla de emoción y curiosidad.
—¿Eres real? ¿O solo una creación de mi imaginación? preguntó, sintiendo que cada palabra era un paso hacia lo desconocido.
—Soy
tan real como el miedo que llevas dentro, contestó él con una sonrisa
traviesa. —Vengo de las sombras, pero no estoy aquí para asustarte. Mi
presencia es un reflejo de tus propias luchas.
Ella
recordó los contratiempos de su día: el accidente de coche, la
discusión con su jefe, y cómo el joven encantador había sido su
salvación en medio del caos.
—¿Estás aquí para ayudarme?, preguntó, sintiendo que había más en juego de lo que parecía.
—Exactamente,
dijo el licántropo mientras se acercaba aún más. —Cada vez que sientes
que el mundo se vuelve oscuro y pesado, yo estoy aquí. Pero debes
aprender a llamarme cuando realmente me necesites.
Las
palabras resonaron en su mente como un eco profundo. Ella había sentido
esa necesidad antes, pero nunca había sabido cómo expresarla.
—¿Y si no sé cómo llamarte? cuestionó.
—Confía
en tu corazón, respondió él con ternura. —Cuando sientas la
desesperación o el miedo abrumador, simplemente piensa en mí. Yo vendré.
De
repente, un ruido ensordecedor rompió la quietud de la habitación. Un
trueno resonó fuera, iluminando brevemente el rostro del hombre lobo con
una luz espectral. Ella sintió cómo el miedo empezaba a apoderarse de
ella nuevamente.
—Recuerda lo que te dije, le advirtió él mientras la tormenta rugía afuera. —No estás sola en esto.
Con
esas palabras resonando en su mente, ella cerró los ojos y respiró
profundamente. Cuando los abrió nuevamente, ya no estaba asustada; había
algo poderoso dentro de ella despertando.
—Está bien, dijo finalmente con determinación. —Si me necesitas también a mí… aquí estoy.
El
hombre lobo sonrió ampliamente y extendió su mano hacia ella. En ese
instante, comprendió que habían creado un vínculo irrompible: dos almas
perdidas encontrándose en medio de la tempestad.
El
hombre lobo se retorció y debatió por quedarse, pero el joven
encantador gobernaba el día, y el amanecer tras la tormenta los había
sorprendido. Era hora de volver a las sombras.
M. D. Álvarez
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