Revista de creación literaria en busca de creadores del mundo

martes, 27 de mayo de 2025

Bajo la luz de una lámparilla, de M.D. Álvarez

 


 

La luz de aquella lámparilla era escasa, pero sirvió para descubrir un extraño ser que la observaba con curiosidad. Ella sabía que aquel ser tan formidable era un auténtico hombre lobo, pero desconocía qué hacía allí en su habitación y, sobre todo, por qué la miraba con curiosidad.

El licántropo se aproximó cuidadosamente a la cama donde ella descansaba y le preguntó: —¿Por qué me has llamado?. Su voz sonaba dulce y aterciopelada.

Ella, sorprendida, no recordaba haber llamado a nadie, y menos en sueños.

Él se aproximó un poco más y refirió la siguiente petición: —Si me llamas, acudo, pero si no me llamas, no tengo permiso de entrar en tu mundo. Así que te lo vuelvo a preguntar: ¿por qué me has llamado?.

Ella no supo qué decir, pero percibió la inquietud de aquel ser de la noche. Su día anterior había estado plagado de contratiempos peligrosos y, en uno de aquellos percances, conoció a un joven encantador que la ayudó a deshacerse de aquellos incidentes. Recordó que tenía una gran cicatriz en su brazo derecho y descubrió que aquel majestuoso licántropo tenía la misma cicatriz. Ató cabos.

La conexión entre ellos era innegable, y la cicatriz se convirtió en un puente entre sus mundos. Ella, aún aturdida, se sentó en la cama, intentando procesar lo que estaba sucediendo. —No te llamé intencionadamente, comenzó a decir, —pero… quizás en un rincón de mi mente, deseaba que alguien como tú apareciera.

El hombre lobo inclinó la cabeza, su mirada profunda y penetrante parecía leer sus pensamientos. —Los deseos a veces se manifiestan de formas inesperadas, respondió, su voz resonando con una mezcla de misterio y sabiduría.

Ella sintió un escalofrío recorrer su espalda, pero no era de miedo; era una mezcla de emoción y curiosidad.

—¿Eres real? ¿O solo una creación de mi imaginación? preguntó, sintiendo que cada palabra era un paso hacia lo desconocido.

—Soy tan real como el miedo que llevas dentro, contestó él con una sonrisa traviesa. —Vengo de las sombras, pero no estoy aquí para asustarte. Mi presencia es un reflejo de tus propias luchas.

Ella recordó los contratiempos de su día: el accidente de coche, la discusión con su jefe, y cómo el joven encantador había sido su salvación en medio del caos.

—¿Estás aquí para ayudarme?, preguntó, sintiendo que había más en juego de lo que parecía.

—Exactamente, dijo el licántropo mientras se acercaba aún más. —Cada vez que sientes que el mundo se vuelve oscuro y pesado, yo estoy aquí. Pero debes aprender a llamarme cuando realmente me necesites.

Las palabras resonaron en su mente como un eco profundo. Ella había sentido esa necesidad antes, pero nunca había sabido cómo expresarla.

—¿Y si no sé cómo llamarte? cuestionó.

—Confía en tu corazón, respondió él con ternura. —Cuando sientas la desesperación o el miedo abrumador, simplemente piensa en mí. Yo vendré.

De repente, un ruido ensordecedor rompió la quietud de la habitación. Un trueno resonó fuera, iluminando brevemente el rostro del hombre lobo con una luz espectral. Ella sintió cómo el miedo empezaba a apoderarse de ella nuevamente.

—Recuerda lo que te dije, le advirtió él mientras la tormenta rugía afuera. —No estás sola en esto.

Con esas palabras resonando en su mente, ella cerró los ojos y respiró profundamente. Cuando los abrió nuevamente, ya no estaba asustada; había algo poderoso dentro de ella despertando.

—Está bien, dijo finalmente con determinación. —Si me necesitas también a mí… aquí estoy.

El hombre lobo sonrió ampliamente y extendió su mano hacia ella. En ese instante, comprendió que habían creado un vínculo irrompible: dos almas perdidas encontrándose en medio de la tempestad.

El hombre lobo se retorció y debatió por quedarse, pero el joven encantador gobernaba el día, y el amanecer tras la tormenta los había sorprendido. Era hora de volver a las sombras.

M. D. Álvarez

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