Aquel estrecho dentado era el lugar idóneo para una
emboscada. Un grupo de tres guerreros y su líder sería suficiente para
bloquear la invasión; sus bombas de azufre los asfixiarían sin
contemplaciones.
Los que
lograran pasar serían derrotados por su furibundo líder; él solo se
bastaba para terminar con una guarnición entera. ¡Que serían unos miles!
Si con su sola presencia era capaz de poner en fuga a todo un ejército
de nhailon.
Su sangre
guerrera lo hacía prácticamente invulnerable; su equipo lo sabía y
seguía sus órdenes a pies juntillas, sin replicar. Siempre los había
sacado de todos los atolladeros en los que se metían.
Su
imponente apostura reflejaba la determinación de su amistad hacia su
equipo y la ciudad que protegían. Jamás permitiría que cruzara ningún
ejército los afilados dientes del desfiladero de Fhrielhar.
M. D. Álvarez
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