Revista de creación literaria en busca de creadores del mundo

martes, 23 de julio de 2024

Atardecer en la pequeña isla del silencio, de M.D. Álvarez

 




¿Qué es la isla del silencio? Siempre me lo he preguntado, incluso en este momento en el que soy conocedora de sus más oscuros secretos. Secretos que os helarían la sangre.

Por dónde empezar. Bueno, comenzaremos por el principio... cuando todo era calma y se respiraba una paz que preludiaba un desenlace fatal. Tan fatal como para llevarnos a una muerte anunciada. Pero no adelantemos acontecimientos.

Nuestra llegada a la isla en cuestión fue debido a una terrible tempestad que nos arrojó por la borda de nuestro formidable velero, el Aurora, en el que íbamos surcando las terribles aguas del cabo de las tormentas.

¡Oh! Se me olvidaba, ¡si aún no me he presentado! Soy la hija mayor de una familia adinerada de Chicago. Podéis llamarme Irene Mc’Clintok. Llegamos, mi hermano pequeño Arthur y yo, a esta pequeña isla perdida después de no sé cuántas horas nadando.
Estábamos tan exhaustos que nos quedamos dormidos en la playa. Cuando despertamos, tuvimos la sensación de que había algo extraño, algo que se ocultaba a nuestros ojos.

Por lo menos teníamos comida en abundancia, pues la isla estaba densamente poblada de toda clase de flora y fauna a nuestra disposición. Pero no humanos, al menos no como lo esperábamos. No se oía ni un ruido, ni tan siquiera el romper de las olas junto a los acantilados. Todo estaba sumido en un silencio sepulcral, un silencio que hacía daño.

Durante nuestra expedición recorriendo la isla, nos llamó la atención una hendidura de unos 300 metros de largo. La profundidad no puedo concretarla y aunque arrojamos una roca, no oímos nada. Pero su silencio nos llamaba a gritos. Como la naturaleza humana es curiosa, decidimos bajar fabricando unas cuerdas con lianas y unas rudimentarias antorchas.
Según íbamos descendiendo, la grieta se ensanchaba cada vez más. A mitad de camino nos dimos cuenta de que la pared por la que bajábamos desprendía una tenue luminiscencia. Entonces arrojé mi antorcha al fondo de la grieta, lo cual dejó ver que allí abajo se ensanchaba, transformándose en una cueva gigantesca.

Al llegar a la bóveda superior de la caverna, fijamos las cuerdas a dos estalactitas enormes y nos descolgamos. Pero cuando llevábamos la mitad del descenso, miramos hacia abajo y entonces lo vimos. Era dantesco. Un escalofrío me recorrió la espalda ante el preludio de lo que acontecería después.

El suelo de la cueva estaba cubierto de lo que en un principio pensamos que era agua... Pero nada más lejos de nuestra imaginación. Era sangre y flotando en ella, centenares de cadáveres alrededor de un extraño jeroglífico, cincelado en un gigantesco bloque de mármol blanco.
Primero oí en mi cabeza un grito desgarrador, que yo asocié con el alarido de algún animal al que habían despedazado salvajemente. Me equivocaba. Había sido mi hermano, que ahora yacía muerto sobre el gigantesco jeroglífico manchando con su sangre la blancura de la roca.

Lo que hizo caer a mi hermano fue que en medio de aquel extraño jeroglífico, había otra persona cubierta de sangre y aquella figura era... ¡Yo! ¿Cómo era posible, si yo estaba colgada de una cuerda? Aquello tenía que tener alguna explicación que no llegaba a comprender o que se me escapaba, pero allí estaba yo y mi otro yo que con su mirada me taladraba el corazón.

De pronto oí su voz en mi cabeza, una voz sobrecogedora que me decía: -No saldrás nunca de la isla del Silencio. Sólo podrás disfrutar de los atardeceres y deberás volver a esta cueva una vez se haya puesto el sol.

-¿Por qué? – le pregunté entre lágrimas, terriblemente afectada por la muerte de Arthur.
-Porque si no, tendrás una muerte que será mucho más horrible que la de estos. – Me dijo señalando una pila de cadáveres. Luego apuntó al jeroglífico y añadió: "Tú me sustituirás".

Lo que sucedió a continuación lo tengo un poco borroso, pero fue más o menos así: vi cómo ascendía por la cuerda de mi hermano y al llegar a mi altura se me heló la sangre. Sentí un dolor espantoso que hizo que me desmayase, yendo a caer sobre el montón de cuerpos despedazados que aquel ser me había señalado.

Cuando desperté, la cueva estaba casi a oscuras. Tan solo pude vislumbrar un hueco de luz en la bóveda de la cueva. No sé cómo, de pronto, estaba en la playa a la que habíamos llegado.

Allí, en medio de la playa, había un bote con dos personas que llevaban a un tercero. Entonces levanté la vista. No podía dar crédito a lo que estaba viendo.

Era el Aurora que había vuelto en busca nuestra. Eché a correr para darles alcance, pero cuando llegué a su altura, me di cuenta de que el tercero que llevaban era yo. Bueno, aquel ser que había robado mi cuerpo y era culpable de la muerte de mi hermano.

Intenté gritarles, pero no tenía voz. No me veían, porque mi cuerpo era aquel que portaban y mi alma se había quedado atrás, atrapada en la silenciosa isla junto a aquel enigmático jeroglífico que me llamaba, que me retendría hasta encontrar su significado y desvelarlo. O quién sabe si, quizás, me sustituyas TÚ…

M. D. Álvarez

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