Revista de creación literaria en busca de creadores del mundo

lunes, 20 de noviembre de 2017

Yafer, de María Soledad Salazar Valenzuela



«Y creó Dios al hombre, a imagen y semejanza de él, lo creó», eso le había enseñado su madre cristiana desde que era un niño, sin embargo, la vida le mostraba que no era cierto, no podía serlo, de otra manera no le estarían pasando tantas cosas horribles. Tal vez se debiera a que en la Biblia no se señalaba el color de la piel y todos creían que Dios era blanco, si fuese así, entonces los marroquíes no contaban.  Pero él se sabía hombre, y bien hombre además, aunque fuese su piel oscura. Su madre también le había enseñado otro versículo del libro sagrado y le obligó a aprendérselo de memoria, «amarás a tu prójimo como a ti mismo» cosa que había cumplido a cabalidad, pues siempre ayudó al necesitado, pero él también era prójimo, ¿cómo entonces la gente lo trataba tan mal? 
Yafer se sentía desolado, cavilar en estas cosas junto al recuerdo de su madre sólo lo entristecían más. Desde que salió de su pueblo y llegó a España hacía tres meses y medio, parecía un calvario lo que estaba viviendo, hubieron de arrestarlo más de quince veces, su aspecto y sus rasgos árabes lo delataban; la policía lo detenía en la comisaría y lo dejaba en el calabozo toda la noche, a veces varias noches, y si bien luego lo soltaban, al día siguiente todo volvía a empezar.
A sus veinticinco años, sentado en la puerta desvencijada de su casa de adobe, Yafer soñaba una vez más con viajar a Europa, era un anhelo que tenía desde niño, pensaba que allí encontraría  el ansiado paraíso. Vivía en una zona rural del Rif, en el Norte de África, región tradicionalmente aislada y desfavorecida, a unos pocos kilómetros de Alhucemas y a sólo 50 de Andalucía.  Su abuelo materno, ya fallecido,  siempre le había contado bonitas historias sobre España y de cómo era el Rif cuando era protectorado español, y lo mejor de todo y que lo hacía muy feliz, es que le había enseñado a hablar español, una lengua que al joven le parecía muy hermosa. En un libro geográfico que tenía en la casa, regalo del anciano, pudo ver que el paisaje que lo circundaba era muy parecido al de Almería, al desierto de Tabernas o a los campos de Níjar, repletos de chumberas y pitas, también de montes cubiertos con matorrales. Esto lo llevaba a pensar que se avendría muy bien viviendo allí, haber nacido al otro lado del Mediterráneo era solamente un hecho circunstancial.
—Si me sigo quedando aquí no tendremos ningún futuro  —decía en voz alta, y lo repetía varias veces para que su madre escuchara y se fuera haciendo a la idea, aunque ella lo sabía desde siempre, ya que Yafer había tratado en dos ocasiones de marcharse aunque no lo había conseguido—.Si no lo intento de nuevo no podré juntar dinero para casarme ni para mantenernos, no tendrás ayuda tampoco en los quehaceres, y te estás haciendo cada vez más vieja, necesitas quien te asista. Yafer, como hijo único y huérfano de padre, había crecido con la misión y la responsabilidad de cuidar de su madre, y las esperanzas y el bienestar de ella dependían enteramente de él.
La primera vez que cruzó el estrecho de Gibraltar  tenía tan sólo dieciocho años y logró llegar a la otra orilla junto a veinte compañeros, sus pies esperanzados tocaron la arena fina de una playa española, pero alertada la Guardia Civil, los estaba esperando allí y en pocos días ya lo habían retornado, muy descorazonado, a su pueblo.
La segunda tentativa la hizo a los veintitrés, pero el patrón de la patera que los llevaba desafortunadamente equivocó la ruta. Se perdieron en altamar, casi tres días estuvieron navegando sin rumbo. Fue una experiencia horrible, tantos hombres ateridos de frío y de miedo, sedientos y muertos de hambre amontonados en una embarcación de madera vieja; por suerte un barco pesquero los encontró a tiempo, rescatándolos luego para regresarlos a tierra firme. Tardó mucho Yafer en superar el fuerte trauma que le causó aquel extravío, sobreponerse al pánico no le resultó nada fácil; sin embargo, después de dos años había logrado armarse de suficiente valor, y ya se sentía listo para intentarlo nuevamente.
Alto, delgado pero resistente y fortalecido emocionalmente, Yafer no cabía en sí de tanta emoción, hasta ahora todo estaba saliendo a la perfección. «Dicen que la tercera es la vencida, y ha de ser verdad», pensaba mientras sentía su corazón latir a mil.  Navegando medianamente cómodo en la patera, en esta tercera odisea que había emprendido, las condiciones eran totalmente diferentes a las anteriores, el mar se comportaba de maravilla pues parecía estar dormido de tan tranquilo, la luna se encontraba en fase de novilunio así que la oscuridad de la noche era también su aliada, no se avistaba a nadie esperándolos en la playa, ¡no podría ser mejor, esta vez sí que lo lograría!
Pensaba en la bendición que su madre le había dado antes de lanzarse al mar, su progenitora, quien era hija de musulmanes pero convertida en secreto al cristianismo  después de que muriera el padre de Yafer. «Dios te cuidará, querido hijo. Está cerca el tiempo de Navidad y Él nunca abandona a quienes, con fe, en su poder confían». Y Yafer confiaba con todo su corazón.
No paraba de temblar, mientras más se acercaban a la orilla los tiritones de su cuerpo se intensificaban. No sabía si era  a causa de su fuerte nerviosismo, por la emoción, por el miedo, o simplemente porque estuvieron toda la noche en el mar y el frío y la humedad les había helado hasta el alma. Todavía quedaban unos 15 o 20 metros para llegar a la playa, y la gente que lo acompañaba, desde la patera empezó a saltar al agua como desesperada. Yafer se asustó mucho pues pensó que los habían descubierto, pero enseguida comprendió que los motivaba la impaciencia por querer alcanzar cuanto antes un anhelado sueño. Consiguieron llegar a la playa y, sin poder evitar el miedo, apenas el joven pisó tierra, sin mirar atrás se alejó lo más rápido que pudo del lugar, convencido de que esta vez todo lo que le depararía el futuro sería bueno.
Tenía como destino Almería. Algunos amigos de su pueblo le dijeron que allí encontraría trabajo. Llevaba en el bolsillo del pantalón un trozo de papel con la dirección a la que debía llegar, se la había dado el padre de un vecino asegurándole que en esa casa se encontraría su hijo, y que éste no tendría problemas en proveerle alojamiento, también lo conectaría con las personas adecuadas para que pudiera empezar a trabajar cuanto antes. Al llegar, se encontró de frente con un cortijo medio en ruinas en el que los agujeros del techo estaban tapados con desechos de plástico; pensó entristecido que el lugar no podría ser más deprimente, sin embargo cobró ánimos al convencerse de que sólo se trataba de un comienzo, cuando pudiera ahorrar algún dinero vería de mudarse a un lugar mejor.
El frío y las malas condiciones de su alojamiento hicieron que Yafer pronto contrajera una neumonía y por algo más de diez días tuvo que ser hospitalizado.  El pobre no podía creer que eso le hubiera acontecido, recién llegado ya se encontraba enfermo. En el hospital, las personas que lo atendían no lo miraban a los ojos ni le dirigían la palabra, hablaban entre ellos sobre él mismo como si no estuviera delante, los escuchaba diciendo cosas como «el moro es un muerto de hambre ha venido aquí para que le demos de comer, algo malo habrá hecho en su país para tener que venir aquí». No sabían ellos que Yafer comprendía muy bien el español.
El pobre muchacho en aquella cama de hospital, además de enfermo y débil, se sentía totalmente desolado, como un pez fuera del agua, un bicho raro con una terrible sensación de no ser bien recibido allí. Fue muy triste no poder hablar con nadie habiendo sido desde niño tan social y extrovertido.
Al darle el alta, lo primero que hizo fue buscar la manera de comunicarse con su madre, necesitaba el afecto que sólo ella podría darle, que lo imbuyera de fe y esperanza, eso era el combustible emocional y espiritual que necesitaba para seguir adelante. Si no hablaba con ella, su cable a tierra, no podría deshacerse del sentimiento que ahora lo embargaba, el temor a fracasar y defraudar su sueño, no poder responder a su promesa y no alcanzar nunca el anhelo de un futuro mejor.
La vida de Yafer en España continuó siempre cargada de sobresaltos. Previamente a la Navidad, la Guardia Civil realizó una redada en el invernadero donde trabajaba y lo tomaron preso junto a otros trabajadores, todos ilegales como él. Yafer pasó toda la noche rezando, alabando al Niño Dios y pidiéndole que lo librara de tan mala fortuna.
Su patrón logró sacarlos de la prisión al día siguiente, pues tenía un amigo en la comisaría que estuvo dispuesto a tenderle una mano. Yafer se sintió aliviado y agradecido, aunque aún no sabía que todo favor tiene un motivo y  siempre ha de pagarse con otro.
Apenas llegaron de regreso al invernadero, el dueño, quien le tenía afecto a Yafer, pues no tardó en descubrir en él a un ser de gran valía y de buen corazón, lo llevó a la habitación que ocupaba como oficina para comunicarle que debía realizar un pequeño trabajo, esta vez, fuera de lo habitual. Era un trabajo que le estaría encomendado por el comisario. El muchacho no salía de su asombro, ¿realizar un trabajo para el comisario?, pero, ¿qué otra cosa podría hacer él que no fuera trabajar en un invernadero? «Irás a verle mañana temprano a esta dirección —le ordenó su jefe, dándole unas palmaditas a la espalda—. Sé que lo harás lo mejor que puedas.»
Yafer no pegó un ojo en casi toda la noche pensando en el «trabajo» que tendría que realizar al día siguiente.  Lleno de incertidumbre y apenas el cielo abrió la claridad, se levantó, se aseó y se vistió lo más prolijamente que pudo, para luego dirigirse hasta la dirección que le había dejado su jefe.
Una vez allí tocó a la puerta tímidamente, y al poco, una mujer alta, blanca y elegante salió a atenderle. «Pasa», le dijo, y abriendo la puerta de par en par, ambos ingresaron en el recibidor y luego pasaron al hermoso y bien decorado salón de la vivienda.
«Mi esposo me ha dicho que tú serás nuestro nuevo Gaspar en el desfile de Reyes  —empezó a decir la señora con voz amigable y mirándolo a la cara—,  y me ha parecido una excelente idea, tienes el porte y la fisonomía adecuados para serlo. Las Damas del Comité nos sentíamos tan preocupadas después de que operaran de la cadera a Toñino el de Purita… Él llevaba años siendo nuestro Gaspar pero ya está envejecido, y pienso que en el futuro no podrá seguir haciéndolo. Padece de una dolorosa artrosis, ¡pobre!
Sin Gaspar no tendríamos nuestro desfile tradicional y esto sería algo verdaderamente catastrófico, no quiero ni imaginármelo, el  desfile de Reyes es la ilusión y la alegría de todos los que vivimos en la ciudad, principalmente de nuestros niños.»
La señora hizo una pausa y continuó diciendo: «Sabes montar a caballo, ¿verdad? ¡Claro!, qué tonta soy —dijo sonriendo y dándose un golpecito en la frente con la punta de un dedo—, si tú eres del pueblo bereber, es seguro que sabes hacerlo y muy bien, además.» concluyó. Yafer, casi sin pestañear, asintió moviendo la cabeza lentamente de arriba hacia abajo, sin poder salir de su sorpresa.
«Deberás venir a los ensayos, los iniciaremos dentro de poco —continuó diciendo la esposa del comisario—. No te preocupes por nada, te pagaremos lo justo y le haré llegar las fechas y los horarios al dueño del invernadero donde vives. Ahora ya puedes marcharte, aún tengo cosas importantes que hacer». Dicho esto, la dama señaló la puerta, y Yafer, despidiéndose con una leve inclinación de cabeza, salió por ella tan silencioso como había llegado.
A Yafer le parecía que iba flotando sobre una nube mientras se dirigía al invernadero. ¡Lo habían elegido para ser Gaspar en un desfile, y montado a caballo!  Él y su madre habían leído la bella historia del nacimiento de Jesús en  un libro cristiano, y leído también la manera idílica en que los Reyes Magos guiados por una estrella habían llegado desde el oriente para honrarlo. Sabía que Gaspar era quien portaba la ofrenda de incienso y mirra. Para Yafer nada podría ser más significativo, creía fielmente que el incienso representaba la dignidad humana y el respeto a la persona; y la mirra representaba la salud y la sanidad en todos los aspectos de la vida.
Pensó en la paga y ésta dejó de ser tan importante. Tomó la decisión de ser el mejor representante del Rey Gaspar que hubiera habido nunca, llegaría puntualmente a los ensayos bien afeitado, pulcro, correcto, sería la oportunidad de dejar de ser clandestino y al fin aceptado por todos.
La cabalgata resultó un éxito rotundo. En la ciudad no podían estar más festivos y alegres. Fue en verdad una manifestación multitudinaria. Los Reyes, sentados sobre tres lustrosos corceles, seguidos por un gran séquito de pajes, de carrozas y comparsas, danzantes, carteros y más, recorrieron las calles frente a escenas bíblicas espectacularmente ambientadas en la senda hacia la plaza principal, en donde repartieron regalos para el público asistente. Culminó el desfile en la Iglesia Parroquial, donde se había instalado un Nacimiento viviente al que adoraron.
La esposa del comisario estaba radiante. Todos la felicitaban por la buena gestión. Los Reyes Magos se veían tan reales, sobre todo Gaspar, quien había sido el mejor, cabalgando lentamente sobre su caballo se veía tan formal, aunque siempre sonriente; la cabeza inclinada hacia los niños y la mirada tan clara trasmitía serenidad y dulzura, los pequeños lo adoraron, fue un mago de verdad.
De aquello ha pasado algún tiempo y Yafer sigue en España. Está contento. Gracias al comisario y a su esposa que lo ayudaron y siguen apoyándolo, pudo al fin realizar el sueño de obtener papeles y estar en forma legal en el país. Su experiencia traumática inicial como inmigrante ha quedado en el pasado.
Ahora vive en una pequeña pero bien construida casa cerca del invernadero, y ya puede viajar libremente para visitar a su madre a quien le encanta escuchar de Yafer historias de España, sobre todo, acerca de las hermosas celebraciones y las festividades tan coloridas y diversas,  diferentes a las que ella hubiese visto jamás. Pero la historia que más le gusta y que la llena de orgullo y felicidad, es aquella en la que su querido hijo, tan lejos de su tierra pero siempre protegido y bendecido por Dios, pudo ser el gran Rey Gaspar admirado y querido por todos, realizando honorable y alegre, una mística y bienhechora cabalgata de Natividad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario