Atardeceres
nublados
se
reflejan en mis alas
entre
vidrios apagados
y
el frío de las murallas.
Se
pierden en mi memoria
tus
daños y tus hazañas,
en
paralelo a tu historia
mis
recuerdos te acomapañan
Aún
llegan de los rincone
los
ecos de barricadas
bordadas
entre canciones
a
Lutecia dedicadas.
Pese
a que no te perderé,
ni
tú a mí vas a pederme,
por
la verdad, confesaré
como
yo quisiera verme.
Envidia
sana me inspiran
ese
muchacho y sus lienzos
que
tus calles iluminan
y
hacen realidad mis sueños.
Quien
partiera de su pincel
por
pasear tus bulevares,
imaginarse
cual doncel
por
el Chatelet des Halles.
O bajando por Montmartre,
bailar de mano de Amélie,
y llegando hasta Pigalle,
gozar de alguna meretriz.
Son estas algunas cosas
que de la carne codicio.
Todas son maravillosas
aunque inciten a los vicios.
No me priva sin embargo
tu alta torre de vigía,
esa que a enamorados
De mi amada les desvía:
Mi Señora y mi condena,
que no es vuestra sino mía.
Este amor como la piedra
más de uno lo querría.
A pesar de mis pesares,
me sonríe la fortuna;
no hay parisina que iguale
Notre-Dame bajo la luna.

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