La casa de las bellas durmientes
Orbis, 1983
He leído más de una vez la novela de Yasunari Kawabata, y sigo disfrutando de su genialidad al contar y entrelazar las historias dentro de la historia, convencido de que la gran mayoría de los desconocidos lectores de estos Acantilados ya saben de las aventuras de Eguchi, japonés de 67 años que acude a una casa donde jóvenes y bellas mujeres duermen narcotizadas para placer de sus ancianos visitantes.
"Hay una casa donde duermen a las mujeres para que no se despierten, de esa forma no dice nada ni oye nada, y con ello, lo oía todo y lo decía todo a un anciano que, para una mujer, había dejado de ser hombre".
Ese efímero placer con una joven desnuda es un consuelo donde, los clientes de tan especial lugar, podían encontrar la desaparecida felicidad de estar vivos.
Porque a la Casa de las bellas durmientes se acudía cuando la desesperación de la vejez resulta insoportable para quienes ya no tienen ni recuerdos.
Eguchi, a diferencia de otros clientes, no es un anciano cercano a la muerte, a él los recuerdos le seguían pareciendo- y siendo- jóvenes y sentir el calor de un cuerpo "joven y fresco tendido a su lado" le despertaba recuperar tales recuerdos de una juventud lejana.
Aquí está la maestría de la novela de Kawabata: las historias dentro de la historia, mientras gozamos con Eguchi la desaparecida felicidad de estar vivo, descubriremos- porque esta sociedad nos lo ha hecho perder- que el sentido del olfato es el más rápido en evocar recuerdos, la fragancia de una boca juvenil o el ya olvidado olor a niño de pecho.
"Quizá fuera un consuelo melancólico para un anciano sumirse en recuerdos mientras acariciaba a una belleza a la que no lograría despertar".
Eguchi es un personaje que, a mi entender, forma parte de la más prestigiosa literatura universal. A él, más que a la soledad o a la tristeza, lo que le atenazaba era la desolación de la vejez.
"Un viejo vive en vecindad con la muerte".
Dijo García Márquez que esta es la única novela japonesa que le hubiese gustado escribir, y a la que en 2004 rindió homenaje con Memoria de mis putas tristes, y es que, aunque el autor japonés, premio nobel de literatura en 1968, no nos da respuestas concluyentes, sí que nos avisa de que "los viejos tienen la muerte y los jóvenes el amor, y la muerte viene una sola vez y el amor muchas".
Por eso, mientras viene, y cada vez que la fealdad de la vejez nos acose, ¿podremos acudir a la Casa de las bellas durmientes?.
Francisco Javier Illán Vivas.
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