Dibujó un pequeño ataúd y se metió dentro; era el último
gesto de inocencia que le quedaba después de haber visto las cosas más
atroces de las que podía ser capaz la raza humana.
Ella
ya no estaba con él y, sin ella, la vida no valía la pena. No les
permitiría verlo llorar. No se merecían el perdón y, mucho menos, el
suyo.
Dentro de su
pequeño ataúd cerró los ojos y se dejó llevar por el dulce amor de su
añorada esposa que lo esperaba al otro lado, tras el arcoíris.
M. D. Álvarez
No hay comentarios:
Publicar un comentario