Ella finge dormir a pesar del barullo que montan los
díscolos cachorritos que corretean alrededor de la lobera. Su padre, un
gran alfa, aparece con una pata de búfalo que deja cuidadosamente al
percatarse de que ella duerme.
—No estoy dormida —dijo, levantando la cabeza.
Él se acercó, lamiendo dulcemente el hocico de ella. De pronto, uno de los cachorritos irrumpió alborotando.
—Yo me encargo —dijo él, sacando al cachorro con delicadeza. —¿Dónde están tus hermanos? —preguntó el alfa.
—Están jugando ahí fuera.
—Pues vamos fuera. Mamá tiene que descansar.
Fuera, el alfa jugó con sus cachorros, saltando y brincando como uno más.
M. D. Álvarez
No hay comentarios:
Publicar un comentario