Revista de creación literaria en busca de creadores del mundo

miércoles, 5 de marzo de 2025

El retorno de John Sanders, de M.D. Álvarez (4 de 8)

 


¿Como que un ente extraterrestre? ¿Y no creíste que esa información fuera necesaria, verdad? –dije, visible y cabreado.

—John, tú eres nuestra última esperanza—, dijo con voz compungida.  

Comencé a calmarme y noté cómo mi cuerpo se relajaba; era como si estuviera encogiendo hasta mi estatura normal. Mi brazo izquierdo menguó hasta desaparecer.  
Los dos gigantes, Angus y Angie, se miraron circunspectos; el suero solo funcionaba un par de horas, o eso creían ellos. Pero no adelantemos acontecimientos.  

—Muéstrame ese ultimátum—, la apremié.  

Se dirigió a un terminal, tecleó y apareció una imagen que me resultó increíblemente familiar, aunque todavía no lo sabía.  
"Me dirijo a los gobernantes del planeta Gauan; les comino a que me entreguen al bienamado hijo de la bella Siriel, huido hace tiempo de los amorosos brazos de su adorada madre".  

—¿Y cuándo recibisteis este mensaje?—, pregunté cautelosamente.  

—Hace 15 días—, dijo ella, sorprendida ante la cautela que yo había tomado.

—Me dejas,— pedí permiso para utilizar el terminal. 

Ella se giró mirando a Angus, que movió levemente la cabeza a modo de concesión. 

Me senté e hice una captura de pantalla de aquel ser; su aspecto parecía humano, pero, según la perspectiva, era un auténtico coloso. Su rostro presentaba una poblada barba rubicunda y unos expresivos ojos verdes. Su estado físico era magnífico; en su antebrazo llevaba un tatuaje que yo había visto en alguna parte. Hice zoom sobre su hombro y vi lo que parecía una portentosa nave espacial desde la que estaban descendiendo tropas altamente equipadas.

—Pues creo que ya vamos tarde. ¿Qué tipo de tropas enviasteis? 

—Diez divisiones de nuestros mejores soldados. 

—¿Y por qué no buscáis a ese hijo de Siriel? Tal vez con él podríais dialogar para que se entregue —dije, recordando a quién se parecía aquel gigante. 

Los cuatro se percataron de lo mismo; los dos subhumanos me apresaron mientras ella les ordenaba que no me hicieran daño. 

—Inyectáselo ya—, oyó rugir a Angus. 

Sentí un leve pinchazo en el brazo derecho y, después, nada: una oscuridad abrumadora que no presagiaba nada bueno.

Continuará...

M. D. Álvarez

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