El Mar Menor, esa laguna salada que tantos recuerdos nos trae a cuantos hemos vivido en esta tierra llamada ahora Región de Murcia, pero también Sureste, esa extraña región que formaban Albacete y Murcia, o Alicante y Murcia, o lo que los políticos han querido que fuese en cada momento de la historia.
Quienes frisamos determinada edad hemos conocido el Mar Menor desde la más temprana infancia y, con ello, podemos estar hablando de cuarenta, cincuenta, sesenta años, si no más. Y eso es mucho tiempo para un ecosistema tan frágil que nadie supimos apreciar. Permitid que yo me incluya en él, pues ¿quién no recuerda los cientos o miles de caballitos de mar que todos los estíos los veraneantes, murcianos y madrileños, sacábamos del mar para tener un ejemplar disecado, un llavero, una reliquia de un ser vivo tan frágil?
¿Y los cangrejos? ¿Cuántos se mataban, o matábamos, voy a incluirme también en esto, por el simple placer de pescarlos y matarlos? ¿Quién no recuerda cuando repoblaron con cañaillas las zonas cercanas a la encañizada? ¿Y cuál fue el resultado? La pesca indiscriminada, de cientos, de miles de veraneantes, por el placer de cogerlas y exterminarlas. La Laguna Salada no produce tanto como tantos quieren sacarle.
Así ha sido siempre, así será siempre. Ahora es el cangrejo azul, una especie invasora, que lo destruye todo. Y antes, o al mismo tiempo, las medusas, cientos, miles, toneladas de ellas, de tal forma que deben instalarse redes protectoras para que el bañista no sienta la quemazón urticaria de sus tentáculos.
Pero aún había que esperar más. Ahora es la sopa verde, o la sopa marrón, o como quieran denominarla, el color que deseen darle las autoridades locales, regionales, nacionales, internacionales, universales si las hubiese. Entre todos la mataron, y ella sola se murió.
Aquel día de los millones de peces muertos en las orillas del Mar Menor, desde La Manga a San Pedro del Pinatar, tuve la idea de escribir sobre la catástrofe medioambiental a la que todos habíamos contribuido y de la que todos mirábamos hacia otro lado. Me recordó la cita bíblica, aunque más que bíblica, ya forma parte de nuestra cultura: el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra.
Y aquí estamos, diecinueve personas escribiendo sobre lo que nos recuerda, lo que nos produce, lo que nos inspiran las dos palabras: Mar Menor, o si lo prefieren, Laguna Salada, o Albufera Murciana.
Catedráticos, escritoras, lectores, fotógrafas, pensadores, senderistas, navegantes, cineastas… han querido sumarse a este proyecto, que avala Ediciones Irreverentes, no podía ser de otra forma; su propio nombre lo anuncia que vamos a ser de todo menos políticamente correctos.
Jesús Cánovas Martínez nos trae la nostalgia de un Mar Menor y de sus riberas, cuando era posible coger, con las manos, cangrejos y lavajos, y busca un culpable entre las múltiples cabezas de una imaginaria Hidra de Lerma: políticos, agricultores, ecologistas, pescadores, madriles…
Pedro González nos lleva a aquellos interminables viajes desde la ciudad a la playa, en vehículos que hoy ni miraríamos, sobrecargados con toda la familia y aplastados con maletas y bultos, sin aire acondicionado, dos horas bajo el inclemente sol. Una abominable singladura que el paso del tiempo convierte en entrañable recuerdo.
Luis Barberá nos desvela que las apariencias pueden confundirnos y que una experiencia personal puede cambiar a cualquiera, llevándole a encontrar una solución que hoy nadie encuentra, ya lo digo unos párrafos más arriba: por muchas comisiones de trabajo que se constituyan.
Pero también el mar ha sido desde siempre testigo del encuentro de corazones que buscan, y es lo que nos narra Myriam Cánovas. Dos corazones que, sin saberlo, o sabiéndolo, se encontraban a la orilla del mar, cuando sus aguas eran tan transparentes como los sentimientos de quienes se aman.
Pero hay que ser valiente, y arriesgarse a realizar actividades, actitudes, no vistas por nadie antes, en cualquier calle, o a la orilla de cualquier playa, como nos describe Maranwë Beyond, y que sea a plena luz del día, porque el Mar es para todos y para todas como una casa común.
Regresamos a la nostalgia en un relato de Carmen Clemente Abenza, morriña no exenta de recuerdos y lecturas alrededor de esa Laguna Salada que ya sufre más de anoxia que de oxígeno y, aunque su relato fue escrito hace años, es bueno traerlo a la actualidad para ver lo que ya nos anunciaba que podría ocurrir.
Ojalá todo fuese tan mágico como nos narra Irelfaustina Bermejo, y pudiésemos invocar a los genios protectores de la naturaleza, porque no sabemos si ellos fracasarían ante el mal que cubre como una losa mortal la superficie de la albufera salada. ¿Qué es sino esa masa viscosa, mocosa, que lo asfixia?
Juan Gil Palao nos narra sus recuerdos de unas playas vírgenes en una lejana e inocente infancia y avanza con sus recuerdos hasta enfrentarnos con la catástrofe ambiental de 2019, mientras todos los afectados, que no son otros que todos nosotros, nos manteníamos tan ciegos como la rana en el agua hirviendo.
El Mar Menor ha conocido, a lo largo de los siglos, a millones de personas, y sobre él Toñy Riquelme García plantea una alegoría en los ojos de una desconocida anciana que guardan toda la luz y belleza que el paso del tiempo y el abandono han cegado, pero nos deja una nota de esperanza, puede que no todo esté perdido.
Los recuerdos imperecederos son el centro del relato de Conchita García de las Bayonas. En este caso, de unas vacaciones infantiles donde, con el paso del tiempo, se ven en su justa medida, aunque entonces, y eso jamás debería perderse, eran aventuras protagonizadas por los más poderosos superhéroes.
Y la tristeza también, la experiencia personal que puede marcar una vida, es lo que nos cuenta Amparo González Tomás, cuando vemos como la alegría de un niño ante sus vacaciones queda aplastada al contemplar los miles de peces muertos en la orilla y nos propone un castigo para los culpables, desde esa perspectiva infantil, pero seguro que sería efectivo.
Magdalena Cánovas nos lleva a la magia de los dragones, hermanos mayores de los ya casi extintos caballitos de mar, esos pececitos que un día dominaron las cristalinas aguas del Mar Menor, pero que hoy ni han resistido el paso del tiempo en posesión de quienes los pescaron indiscriminadamente.
Dicen que el Mar sana las heridas, pero también las produce, y las heridas de una vida dedicada al mar nunca cicatrizan, es lo que nos narra Gema Bocardo. Heridas que se mantienen en la piel de quienes han vivido siempre junto a él, y saben, aunque no quisieran, que por sus venas corre más agua salada que sangre.
Jesús Boluda nos lleva a tiempos perdidos en la leyenda más que en la historia, cuando cerca de las orillas del Mar Menor se luchaba a muerte por la posesión de la tierra, épocas en que la voluntad de un rey al que apodaban Lobo, era la ley, una ley que no se detenía ante lazos familiares cuando debía ser ejecutada.
Y en el siglo XXI, cuántos amores no se han conocido por Internet. Así, Rosa Raya Carrasco nos describe una relación amorosa nacida en la red de redes y que verá el primer encuentro de dos corazones solitarios a orillas del Mar Menor, que todo lo embellece, aunque algún secreto no se haya compartido.
Vicente García Hernández, que ha vivido muchos años a las orillas del Mar Menor, nos presenta a un hombre en una ventana, viendo pasar el tiempo en un atardecer pintado de todos los colores, mientras un niño juega y los pescadores inician su tarea nocturna, es algo tan sencillo que no podía ocurrir de otra forma.
Ya hemos comentado que el Mar Menor no está exento de leyendas, como cualquier lago del mundo, y aquí Pedro Diego Gil López nos narra la muy particular de El Bicho, descubriéndonos sus artimañas para dominar las conciencias humanas y degradar sin remedio el medio ambiente común.
Y si en el Mar Menor hay una leyenda que es casi un mito, es la de la Isla del Barón, la cual nos cuenta María José Valenzuela Cánovas, poniéndola en boca de una diminuta sirenita que, también según una olvidada leyenda, habita en las hoy turbias aguas de la Laguna.
Tal vez yo he querido ser más optimista al alejarme de la catástrofe medioambiental y os muestro, en versión positiva, lo bueno que aún podemos encontrar a la orilla de la llamada Laguna Salada.
Siempre hay melancolía en los recuerdos, ya lo hemos descrito varias veces, y esa melancolía de un pasado que, si vuelves a visitarlo, no lo reconocerás, es lo que nos narra Miguel Ángel de Rus. Veinte años son muchos años, y volver, dos décadas después en busca de aquellos recuerdos, puede llevarte a querer olvidar lo vivido.
Son, por tanto, desconocido lector, diecinueve facetas, lecturas, visiones, de un Mar que ya no es el que era, como nosotros no somos lo que éramos. Pero que soñamos, cada día, con cada amanecer, que vuelva a ser ¿cómo era o cómo éramos?
Francisco Javier Illán Vivas
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