Por un paquete de celtas
Ediciones Irreverentes, 2019
La
condición de lector impenitente tiene aparejado el dolor. Pero no un dolor
físico, sino que se trata de ese que los expertos denominan letraherido y que, en mi caso, se une al
físico pues, al menos para mí, el escribir nunca me ha proporcionado más que
sufrimiento, arraigado en mi costado izquierdo.
Por eso me sigo atreviendo
a abrir libros como el que tienes entre tus manos, desconocido lector, de Juan
Gil Palao, un irreverente yeclano que es un empedernido viajero de la vida: él
nos narra siempre desde el yo.
Lo descubrimos en su «opus
prima»: Hay cosas que tiran más,
donde la tercera persona, el narrador omnisciente, se le parecía tanto que
todos descubrimos en él el yo dominante, ese que cuenta su experiencia que,
para este lector, implica sinceridad, no va a engañarte en la narración, no
tiene motivos, él ha sido quien ha decidido desvelarnos los secretos que
guardaba su alma.
Todos lo sabemos. Se lo
escuché o se lo leí a Manuel Longares, ahora no lo recuerdo, pero sí sus
palabras: «ante el “yo” encargado de describir un paisaje urbano o rupestre
desfallecen las demás personas narrativas… Es más afectuosa para el lector u
oyente una narración contada por el que la sufre que por quien observa el
sufrimiento.» Esto es destacable en Juan Gil, pues en él tenemos la certeza de
que nos lo contará como quien observa, sabiendo como sabemos que realmente él
lo ha vivido.
La confirmación de lo que
decimos la tuvimos en su segunda y tercera obras publicadas. Primero,
cronológicamente fue Cuentos, leyendas,
vivencias e historias de miedo. Eran sus propias vivencias infantiles y
juveniles sobre las que giraban los
relatos que el libro contenía. Después, Mucho
más que un sueño, donde los lectores nos encontramos ante una temprana
madurez del autor, confiado en las historias que nos cuenta y, tal vez por
ello, o por los consejos de sus amigos ―entre los que creo encontrarme― da el
salto a una empresa mayor: Aracil,
que trata sobre el acoso escolar, duro tema, políticamente poco correcto, obra
sobre la que confieso aún no he sabido encajar en su historia vital, pero que
está ahí y más pronto que tarde sabremos el lugar que ocupa en ella.
No debemos obviar, cuando
analizamos la obra gilpalaoista, cuál es su profesión, ni los juzgados por los
que ha pasado profesionalmente. Ahí, sí, ahí le duele.
Tal vez y digo sólo tal
vez, sino hubiese sido por su primera experiencia sentimental que nos narró en
la citada Hay cosas que tiran más, el
autor yeclano hubiese hecho juramento de tomar los hábitos literarios y, con
ello, el voto de pobreza del que siempre nos habla Miguel Ángel de Rus en sus
epístolas. Pero por fortuna (así quiero pensarlo) no fue tal y la estabilidad
profesional le permite contarnos estas historias, lo hará con las que aún
permanecen inéditas y las que están por venir.
Destaca en Juan Gil su
destreza expositiva, conseguida a través de la experiencia personal de
contarnos la historia desde lo más profundo, de no intentar nada que
distorsione lo vivido y llenar, eso sí, los espacios temporales que como
lectores desconocemos, de las escenas que nos ayuden a conocer, o reconocer si
es el caso, la realidad que nos narra.
Sí, hay mucho de historia
personal en los relatos y tramas gilpalaoistas, y lo vamos a comprobar, una vez
más, en los quince relatos que siguen tras estas breves líneas, y que merecieron el premio internacional Vivencia-Williers de relato, inesperado para el autor, pero no para quienes conocemos su literatura.
Relatos en los que el
lector va a encontrar una gran variedad de temas, de reflexiones, de regreso al
pasado que el autor ha conocido o le han contado y que, por cercanía, puede que
también muchos de los desconocidos lectores de estas líneas. Todo ello sin
renunciar a tratar aspectos de la actualidad que le rodea: la extraña memoria
histórica que se ha convertido en algo que va en una sola dirección; del
maltrato animal, que él escribió cuando nadie había oído hablar sobre él, y
sobre la naturaleza, algo que no es nuevo en su obra breve, como nos demostró
en anteriores entregas de sus relatos, ni en la que está por venir, pues sé que
nos prepara una larga novela alrededor de la Sierra del Cuervo.
También los encontraremos que tratan sobre aspectos que su obra ya ha tocado desde otras facetas
y, que por afectarle personalmente en lo más personal, vuelven a él y a
nosotros, sus lectores, para mantenernos alertas sobre la violencia en sus
diferentes aspectos, si es que la violencia necesita adjetivos como género, doméstica o contra los animales.
Tras catorce años de
vigencia denuncia en sus relatos, conocedor del tema desde su perspectiva
profesional, que las medidas de protección integral contra la violencia de
género no consiguen su objetivo y raro es el día que no leemos, escuchamos o
vemos en las noticias un nuevo caso de esta lacra social. Y no olvida, porque
no puede, las injustas situaciones que esa legislación provoca y que son
silenciadas bajo el paraguas de lo políticamente correcto.
Encontraremos amor, y
desamor, esperanza en el futuro, y regreso al pasado. Quince relatos, quince
formas de ver el mundo, metidas en un paquete de Celtas, ¿hay alguien ahí que recuerde esos paquetes de tabaco?
Poco quiero añadir más,
lector, excepto animarte a seguir adelante, pasar la página y entrar en su
mundo. No te defraudará.
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