Diez voces de la poesía actual
Editorial Trirremis, junio de 2018
Escribí en febrero pasado que pronto llegaría la primavera, que es,
según el tópico, la estación de los poetas. No querría incurrir en el tópico,
al menos en esta ocasión, sino en el concepto de primavera y poesía como un «renacer».
Renacer de la naturaleza con su permanente ciclo de la vida, y renacer de la
creación literaria, que surge cada vez que la voz o que la escritura de un
poeta se plasma en unos versos sobre el papel (o la pantalla, que en estos
tiempos tecnológicos disputa su campo al folio y la cuartilla).
Poesía que nace por vez primera, en
el caso de algunos poetas jóvenes noveles, o que renace como la savia de un
árbol viejo (maduro) en el caso de otros poetas más veteranos, como Guillermo
Sastre, castellano viejo (en el mejor sentido) y sabio. Verso firme como el
roble, la encina o el olivo centenario. Exigente siempre con el verso y el
lenguaje más auténtico, salpicado por palabras que son ya verdaderas reliquias
del lenguaje. Soberbios los versos de Puri Martins, dominadora del arte clásico
del soneto… Y sentidos los de Paquita Dipego Díaz: «Un cuerpo abrazado a otro cuerpo / es un acomodo de pájaros en el nido».
Paquita también aporta una prosa
dialogada en un contexto festivo y la añoranza se hace patente a lo largo de
estas historias. Poesía desgarrada por momentos la de Manuel González, que cree
«en
los bares de buena muerte/ llenos de gente con la verdad esposada./ En las
cartas sin postdata/ porque ya está todo escrito.». M. Ángeles Lonardi es un
argentina afincada en Almería que confiesa: «Aprendí a leerle los labios a la
vida/ en la dura escuela de la calle». Luis Hervás Cuartero nos habla de un futuro
impregnado de idealismo: «Un día dejaré de
escribir versos/ y mi mano dibujará
sueños/ en el silente cristal de mi
ventana». Y Heberto de Sysmo (José Antonio Olmedo López-Amor), autor
experimentado, nos habla de este caos organizado que es la creación literaria: «Esta
jerga de nadie y para todo;/ arquitectura
afín a la conciencia./ Este modo de creer que somos y decimos». Tenemos también
a un catedrático de la Universidad de Alicante, José Siles, que nos regala su
peculiar versión de la poesía, plagada de capitanes y surcadores de mares para
dar cuenta, al fin y al cabo, de este nuestro periplo vital a través de la
palabra escrita. Y nos dibuja en unos pocos versos la (gran) paradoja: «La
muerte,/ esa fulana maldita/ con fama de puta,/ es la asalariada peor
retribuida/ por la vida,/ causa y fin de su existencia…/ y su principal
explotadora».
Y Carmen Juan Romero, que también es
música, como una moderna Euterpe, y nos dice-canta o, tal vez, nos susurra: «Esta
casa que dice ser mi casa y/ miente
y juega/ a estarse bien callada y/ me devuelve un golpe seco e c o e
c o/ esta casa me puede y su silencio/ esta casa me hiere y su silencio/ esta casa me pierde».
Un juego, un arte, una fiesta de
poesía que celebramos con esta antología intensa. Y como dice Sara Monsalve
Soriano, poeta o poetisa joven: «Seamos sueño y hagámonos realidad».
Porque esta selección es como el decálogo
de la poesía escogida con dedicación y esmero, con el amor con que se recoge un
ramo de flores en el sentido rilkeano aquel: «Estas flores, en su efímero
ornato, son portadoras de un sentido eterno». En este sentido de belleza
perenne que convertirá estos versos en perdurables, permanentes, con la firmeza
de lo escrito y de lo sentido.
Pasen y adéntrense en cada uno de
los poetas aquí presentes y hallarán, a la par que belleza poética, esa Luz
capaz de hacernos vislumbrar el camino, a pesar de los contratiempos del
destino. Vale.
Marta Núñez Delegido
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