I
Andrés está
furioso. Desde niño tiene esta estúpida sensación de pérdida de tiempo. Se
siente atrapado una vez más en la situación que le toca vivir. Cuando decidió
casarse con la mujer de su vida y formar una familia, nunca pensó que podría
sentirse como un ahorcado con el dogal al cuello. Dogal que aprieta el lazo
cada día estrechándose en torno a su garganta hasta producirle la situación de
asfixia que le impide respirar, unido al peso que siente sobre sus hombros.
Responsabilidad lo llaman. Él tan sólo sabe que cada mañana le cuesta
despegarse de las sábanas y poner los pies en el suelo para comenzar un nuevo
día. Sus fuerzas están al límite. Nadie le avisó de que ser padre es un
esfuerzo sin desconexión ni escape posible, que el llanto continuo destroza los
nervios, que duelen la espalda, los hombros, las manos. De cambiar pañales, de
levantar en vilo kilos de carne rosada que se incrementan, casi por días,
agitándose en el aire.
No. Nadie les advirtió.
Ni a él ni a María. Es una lucha titánica que merma sus fuerzas. No tienen
tiempo para nada excepto para ocuparse de sus pequeños. Este año ni siquiera
podrán montar su belén, ése que desde que tienen uso de razón han puesto cada
uno en casa de sus padres. Una tradición que han mantenido durante diez años de
convivencia alborotada y cercana.
Juntos paseaban
por los puestos de la Plaza Mayor en un ritual lleno de magia y complicidad.
Cada uno de ellos buscaba la figurita especial que enriqueciera su Nacimiento,
reflejo de sus dos visiones del mundo y sus raíces. A María le gustaba hacerlo meticulosamente,
seleccionando con cuidado, observa los remates, la expresión del rostro y la
ropa de la posible nueva adquisición. Un
pastor tendido en la hierba, un labriego arando el campo o una hilandera
tejiendo con mano diestra y expresión ensimismada. Andrés, en cambio, una vez
localizada la caseta que conservaba el modelo de su belén, pasaba la mirada en
vuelo rasante sobre el puesto y atrapaba con gesto rápido la figurita escogida.
Es una suerte que a pesar de los años no hayan desaparecido del mercado.
Cogidos de la
mano revivían su niñez, cuando en las vacaciones escolares acudían con sus
hermanos, deslumbrados por el bullicio y el olor de los abetos hacinados en
derredor de la plaza, que enmarcaban en verde los puestos luminosos y
coloridos. Con la misma ilusión de antaño han repetido durante décadas el
ritual que les lleva al mundo mágico de la Navidad.
Este año María
tiene una misión complicada, ha de encontrar un Rey Gaspar. El suyo, el de toda
la vida, ha quedado hecho añicos al estrellarse contra el suelo. Ha venido
sola, aprovechando el rato que Andrés dormita en el sillón. No puede llegar la
Noche Mágica sin Gaspar en casa. No sabe si va a tener tiempo para poner el
belén, o no, lo que María sabe a ciencia cierta, es que su rey va a estar con
ella esa noche. Le necesita. Después de innumerables vueltas y empujones dados
y recibidos, ha conseguido acercarse al tenderete que expone sus figuras.
—¿Qué quiere? -le pregunta un vendedor
con gesto adusto.
—Un rey Mago.
—Cómo que un rey mago. Querrá decir los
tres ¿no?
—No señor. Verá, se me ha roto uno de
ellos, los otros dos están bien. Sólo necesito a Gaspar.
—Pues lo siento. Aquí se venden los tres en
un lote.
—¿No podría hacer una excepción aunque me
lo cobre más caro?
—Claro ¡qué lista! Y yo que hago con los
otros dos. ¿Me los cómo? -Y mascullando entre dientes se alejó al otro extremo
del puesto.
María quedó
desolada. Sabía de antemano que los reyes van en paquetes de tres, aun así
tenía la esperanza de que hubieran hecho una excepción o que tuvieran alguno
descabalado, nunca se sabe…
—Gaspar, no puedes faltar en mi
nacimiento. ¡Por favor! que alguien me venda una figurita tuya. Te necesito en
casa esta Navidad. —María, pensativa se escabulló por la parte trasera de los
puestos para andar más deprisa cuando algo llamó su atención. Entre las cajas
rotas apiladas en el suelo destacaba una figura, una capa verde cubría la
espalda del hombre moreno. Se acercó intrigada,
lo miró de cerca y vio asombrada que se trataba del Rey Gaspar, y para
más inri «su rey Gaspar». Estaba a punto de dar un salto de alegría cuando
reparó en que no tenía corona. Efectivamente la talla estaba perfecta, excepto,
que no tenía corona. —Bueno –se dijo María- por eso te han desechado. A mí,
sinceramente me da igual, tengas corona o no te vienes conmigo. Lo cogió con
cuidado lo envolvió en la gamuza de limpiar las gafas y lo guardó en la funda
—Aquí estás calentito y protegido. Ahora
¡a casita!
II
Adoran a sus
hijos viven por y para ellos. Veinticuatro horas sobre veinticuatro horas sobre
veinticuatro horas, así desde que los gemelos nacieron. No hay tiempo para
mirarse a los ojos. Alguna vez un beso espontáneo se les escapa entre tarea y
tarea. Dónde se han ido los años en los cuales vivían el uno para el otro con
el único objetivo de ser felices. Ahora emplean su complicidad en decidir
comidas, vacunas, medicinas, guarderías, colegios, visitas al pediatra…
—¿Cuándo crecerán? –se pregunta mirando
el reflejo de los peques en la ventana. Sin darse cuenta ha vuelto a expresar
en voz alta sus pensamientos. —¿Decías? —Nada María, pensaba en voz alta. Tengo
unas ganas tremendas de que los niños crezcan y poder salir con ellos sin
llevar cochecitos, pañales y todo el aparataje que acarreamos cuando vamos a
algún sitio.
—Sí cariño, yo también estoy loca porque
llegue ese día.
Así es. Andrés,
descontento con el presente, añora en cada etapa de su vida que el tiempo corra
y le lleve a un futuro que a él, se le ofrece tentador e irresistible. En su
niñez, cuando los compañeros de su edad jugaban, él se dedicaba a observar cómo
los chavales adolescentes comenzaban sus primeros cortejos envueltos en risas,
rubores y coqueteos más o menos velados.
«¡Ay! -Decía para sí-¿Llegará el día que yo esté entre los afortunados?»
Y como todo en
esta vida llega, ese día llegó. Andrés, fiel a su condición, desde el corrillo
de pretendidos pretendientes, lleno de espinillas, inseguridades y fogosidad
contenida, miraba abstraído las parejas de novios o amantes pasear su amor por
parques y jardines en el comienzo de la primavera. No tenía ojos sino para
ellos. -¡Eso es lo que quiero! Ir con mi chica de la mano, escucharla reír,
sentir que somos el uno para el otro, compartir nuestras aficiones, viajar a su
lado y construir nuestro futuro sabiéndonos amados. Cuándo me haré mayor...
Y como el tiempo
no se detiene para nadie, tampoco esta vez dejó sin complacer a Andrés. Ya le
tenemos cogido de la mano, de paseo por parques y jardines, embelesado, mirando la sonrisa de María que
refleja todo el azul del cielo en sus ojos. No puede quejarse de su suerte,
María reúne las cualidades que él anhelaba, la ama y ella le corresponde en
cuerpo y alma… Ahora sí debe ser dichoso ¿verdad? ¡Pues no! Está muy lejos de
serlo, lo que tiene no le llena. Andrés ansía vivir con ella y pasa los días
haciendo cábalas para lograrlo. A Andrés no le basta con sentir el calor de la
mano de María en la suya al pasear en la tarde, ni los besos robados, ni los
momentos compartidos en casa de sus padres en ausencia de éstos. Él quiere más.
Al caminar atisba las ventanas y balcones que ofrecen una mirada a su interior.
¡Eso es lo que él quiere! Necesita vivir con María. Quiere un hogar junto a
ella. Le aburre su situación actual. Tanto paseo y cine y merienda… De nuevo
ambiciona lo que no tiene. De nuevo escapa hacia ese futuro prometedor.
—A ver si pasan unos cuantos años deprisa
para poder estar junto a ella y que su sonrisa sea lo primero que vean mis
ojos. -¡Y los años pasan! ¡Claro que pasan! Andrés ha transitado de una etapa a
otra de la vida con el punto de mira dirigido hacia lo que no posee, anhelando
lo que no tiene.
Los niños
crecieron, antes de darse cuenta estaban en el colegio y entonces todo era
trabajar para conseguir dinero, pagar uniformes, libros, escuelas, actividades
extraescolares. El tiempo que les dejaba libre su trabajo era para llevarles y
traerles, ayudarles en los estudios, acudir y organizar fiestas infantiles,
escucharles y atenderles en todas sus demandas. María y Andrés se repartían en
las distintas actividades que tenían sus hijos, no por ser mellizos les
gustaban las mismas cosas. A Ramón le entusiasmaba la música y a Ricardo el
deporte. Cada tarde se desdoblaban para acudir a los centros distintos y
distantes donde los niños cumplían sus expectativas. Menos mal que las fiestas
de cumpleaños eran compartidas y los compañeros de clase también. Ahí ahorraban
esfuerzo y dinero. —¿Pasará esta etapa María? Apenas tenemos horas para
nosotros. Todo el esfuerzo es para ellos. Sueño con el momento que sean los
suficientemente mayores e independientes para que puedan
estar solos en casa y nosotros entrar y salir a nuestro antojo— Decía mirando
arrobado a los vecinos con hijos adolescentes jugar una partida de mus sentados
debajo del emparrado.
De nuevo la
rueda del tiempo giró implacable, no para darle gusto a Andrés, sino porque el
tiempo prosigue su marcha indiferente a los deseos y aconteceres de los
humanos. Ramón y Ricardo fueron adolescentes y disfrutaron de la inconsciencia
de esa etapa de la vida, bromas y risas, estudios y despreocupación llenaron
sus horas. Más tarde accedieron a la universidad y después de terminar sus
carreras comenzaron a trabajar. Cada uno de ellos conoció a su pareja ideal, se
hicieron independientes, tuvieron hijos, marcharon a otros países y vivieron
sus propias vidas. ¡Al fin!
III
Una vez liberado
de obligaciones laborales y familiares Andrés tendría todo el tiempo para él. O
eso creía. Sentado en un sillón mira su imagen reflejada en el espejo, pelo
escaso y canoso, mirada cansada y un cuerpo lastrado y enfermo. —¡Cómo han
pasado los años! Quién me iba a decir a mí cuando quería que el tiempo corriera
que lo hace tan deprisa… ¡Qué torpe fui! Pensar en lo que no tenía me impidió
disfrutar de lo que vivía en cada momento. Ahora es tarde…demasiado tarde—
Andrés se tapa la cara con las manos y deja caer la cabeza abatido. ¡Cuánto
tiempo desperdiciado! ¡Toda una vida! La que se le escapa ahora por segundos.
María abre la
puerta con cuidado y entra de puntillas para no hacer ruido. No quiere
despertar a Andrés, durante las horas que permanece dormido al menos no sufre.
Desde el dictamen médico que confirmó la terrible enfermedad y el fin próximo,
ninguno ha descansado como antes. Saca a Gaspar de la funda de gafas y lo
coloca en la mesa junto a las otras figuras que tiene preparadas para montar el
Belén.
—Éste es tu sitio. Aquí es donde tienes
que estar.
Con pasos lentos
se dirige al dormitorio y vuelve a leer la carta guardada en el cajón.
Queridos Reyes Magos:
Este año sé que mi deseo es muy difícil de cumplir.
Nunca me habéis fallado, por eso me atrevo a pedir lo que parece un imposible.
Gaspar tú más que nadie sabes de los conflictos
humanos. Tu presente fue Mirra, para el hombre. Tu nombre provine de “kansbar”
que significa “administrador del tesoro”. A ti mi rey favorito quiero pedirte
el regalo. El mayor caudal que tiene el ser humano es el tiempo. Andrés
inconsciente y descontento ha malgastado su fortuna y ahora se le agota. Por
favor, haz que viva más. Merece otra oportunidad.
Os dejo como siempre agua para los camellos y unas
copitas de anís para que os caliente el estómago, la noche está fría. Muchos
besos.
María.
Cierra el sobre
y lo deposita a los pies del rey sin corona. –Gaspar aquí está mi carta. Confío
en ti. -Más tranquila va en busca de Andrés. —¿Qué andas haciendo? —Nada,
echaba mi carta a los Reyes. —Nunca dejarás de ser una niña. Es lo que más me
gusta de ti. Y apoyados el uno en el otro, avanzando despacito, se fueron a
dormir.
IV
La mañana irrumpe con sus rayos de luz despertando
a los pequeños. Ramón, el primero en despertar salta a la cama de su hermano y
comienza a zarandearlo.
—Vamos Ricardo arriba. ¡Que han venido
los Reyes Magos! Dando un brinco corren alborozados al dormitorio de sus
padres.
—
¡Papá, mamá, venid, han llegado los Reyes!
Andrés y María
se miran incrédulos, acarician sus caras tersas, palpan su cuerpo joven, observan a sus hijos y se echan a reír abrazados a
sus pequeños. Sin dejar de contemplarse entran en la habitación donde esperan
los regalos depositados sobre los zapatos.
—Los vuestros están vacíos. ¡A vosotros
no os han traído nada!
María se agacha
a la altura de sus hijos. –Mirad el belén. ¿No notáis nada distinto?
—¡Anda! –Dijo Ricardo- El rey Gaspar no
tiene corona.
—Ese ha sido nuestro regalo ¿verdad
Andrés? La corona que no se ve. Semejante al tiempo que pasa desapercibido y se
escabulle entre los dedos si no lo valoramos.
Los niños sin
entender lo que dice su madre dedican su atención a buscar lo que hay en sus
zapatos.
Andrés no da crédito a lo que sucede. —María,
dime ¿ha sido todo un mal sueño? —Nunca lo sabremos con seguridad Andrés. —Una
cosa sí es cierta. De ahora en adelante no pienso desperdiciar ni un minuto
pensando en lo que no tengo. Los Reyes me han hecho el mejor de los regalos.
Voy a vivir cada día como si fuera el último.
Enfrascados los
cuatro en abrir paquetes, no descubren, de momento, la pequeña corona que ha
aparecido sobre la figurita del belén y el gesto pícaro en la cara de Gaspar.
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