La piel dorada
Plaza & Janés, 2014
A día de hoy
casi nadie cuestiona la importancia que tuvo el periodo que abarcaba desde los
finales del siglo XIX hasta los principios del XX –en concreto 1914, fecha de
la Gran Guerra, que se ha venido a llamar fin-de-siglo- en lo relativo al
desarrollo de las artes y las letras.
El escenario
indiscutible de aquella revolución cultural fue París pero no fue la única
ciudad, ni mucho menos, que aportó su granito de arena a la nueva cultura.
Entre esas otras ciudades, Madrid –en la que se reunían los componentes de la
célebre Generación del 98- y Viena, en la que los Gustav Klimt o Emilie Flöge
aportaron también mucho sobre todo en lo relativo a la pintura.
Es ahí donde la
novela encuentra su caldo de cultivo al narrar con maestría el violento choque
entre la retrógrada sociedad imperial de la Viena tradicionalista y estos
excéntricos y provocadores artistas que retrataban a modelos en cueros y
proponían la libertad absoluta en la creación artística.
Evidentemente,
la primera acusación a la modelo era la de asimilarlas a las prostitutas, un
mundo del que provenían muchas de ellas. Posar desnudas era escandaloso pero
aportaba dinero y era mucho mejor que tener una vida expuesta a los caprichos e
infecciones de sus clientes en el prostíbulo.
Encontraremos
varias historias de amor que nos atraparán en una trama de asesinatos que
querremos resolver hasta la última página. Destaca el lenguaje sin pelos en la
lengua que ya llamaba la atención en los Umbral o Cela y que en una mujer, como
es el caso de Carla Montero, chocará por un lado; por otro, quedará de alguna
manera atenuado en un contexto más suave que hace que un lenguaje tan duro se
suavice.
La profundidad
psicológica de los personajes está muy lograda, la acción es ágil con lo que
las páginas se suceden a buen ritmo hasta llegar a un punto en el que uno
quisiera que la novela tuviera alguna página más para seguir disfrutando el
relato. Acierto este, sin duda, que nos tendrá en vilo hasta que salga una
nueva novela de la autora.
El aspecto
formal nos remite a una novela en el sentido estricto de la palabra. Por
volumen, por diseño, por tipo de letra… es lo que cualquiera de nosotros
imaginaría al pensar en una novela. La tapa dura la hará convenientemente
resistente a la exposición a viajes, piscinas o cualquier otra circunstancia
propia de los meses en los que estamos. En la cubierta, Inés –la apasionante
protagonista del relato, un personaje que daría mucho juego interpretado en
cine- y Viena, todo ello en los tonos dorados que menciona el título.
Ni que decir
tiene que si alguno de nuestros lectores ha pensado viajar a Viena disfrutará
de una piedra de toque que les acercará a lugares dignos de visitar y a la
gastronomía propia de la ciudad, otro motivo para leerla. Que la disfruten.
Adolfo Caparrós Gómez de Mercado
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