El
partido empezó con cinco minutos de retraso. Desde el principio se
notó la diferencia; los capitalinos, más cancheros, tocando a ras
de piso, cuidando el balón. Los nuestros, nerviosos; se les notaba
la impericia, sobre todo en los primeros minutos. Pero de los quince
pa
delante,
estuvieron, lo que se dice, paraditos.
A fin de cuentas, mucha pelota en el medio campo y los primeros
cuarenta y cinco terminaron con el marcador en blanco. Hasta ahí no
era mal negocio.
Pero
Briones estaba mudo, el pobre bufaba en lugar de respirar...
Por
Diosito que no nos dimos cuenta. Todos pensamos que después habría
tiempo pa
explicarle,
lápiz en mano y sacando cuentas en una servilleta, que el equipo
igual subía a primera división...
Pero
a los diez minutos del segundo tiempo vino el tiro libre... Un faul
tonto,
don René, usted no lo va creer. Un central que estaba adelantado,
Zambrano, me parece, se vino por la punta derecha, casi sin
peligro... Pero Ortiz, de puro nervioso, igual le metió leña; una
patada clarita a dos metros del árbitro. Por suerte no le mostraron
tarjeta, puro palabreo no más.
Vino
el pitazo y Jaime Baeza ―que no es el camión Baeza, porque ese es
estoper
y
juega en Iberia―, le dio con borde externo, pie derecho, fuerte y
combado, justo por encima de la barrera... Un tiro al ángulo, como
puesto con la mano. Dejó parado a nuestro arquero; nada que decir,
precioso gol.
A
todos se nos vino la noche encima. Pero para Briones fue peor. Se
dejó caer en el asiento, agarrándose el pecho con las manos.
Nosotros nos miramos preocupados. Alguien sacó una botella de pisco,
que había metido de contrabando, y se la dio. Parece que le hizo
bien, porque se quedó tan callado como todos en el estadio,
abrochándose el abrigo para capear el frío.
La
pena no duró ni tres minutos, porque vino el gol de Casas, que
también fue bonito, porque la agarró en el aire y le salió una
emboquillada perfecta, que pilló mal parado al meta Cortés...
Briones
bailó de gusto y compró sándwiches para todos. La botella de pisco
ya se había acabado, pero uno de los muchachos convidó una de
tinto, que pasó de boca en boca como celebración.
Sobre
el alargue, cuando ya todo estaba oleado y sacramentado, y nosotros
apagábamos las radios a pilas y recogíamos los gorros para irnos,
vino un centro alto de Guarda, abriéndose un poco, y a nuestro
portero se le ocurrió la tontera de salir a buscarlo; pero así es
el fútbol, salió no más, y al saltar, chocó con un defensa,
Sánchez, me parece, y la pelota quedó dando botes ―todo el
estadio mudo― para que Baeza la tocara suavecito y se fuera al
fondo de la red.
Fue
después de la silbatina y del alegato que se armó, no antes, como
dicen otros, pa
puro
dárselas de advertidos, que vimos a Briones tirado en la gradería.
Por
más que lo zarandeamos, no volvió en sí. Fue horrible, nadie en la
barra atinaba a hacer nada, hasta la ambulancia demoró en llegar.
Bueno,
ya estamos acá. Se hace larga la subida al camposanto, ¿no?
René de la Barra Saralegui
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