Revista de creación literaria en busca de creadores del mundo

lunes, 24 de marzo de 2014

Dieciséis años para descubrir el mar 1963

En mi primer viaje.

cuando el tren se detenía

miraba al exterior,

pero no descubría nombre alguno,

a veces preguntaba, otras no,

así, hasta que por fin y de cara al Este,

con el grisáceo color aguardando al alba,

cuando el Sol, aún sin su fuerza de fuego

emergía en forma de arco,

muy bajo, bajísimo.


El tren continuaba su itinerario íntegro,

sin temor, hacia su rutinario

punto cardinal.

 

En el interior del joven algo latía

con fuerza, intentando pensar:

que pronto se le iba a manifestar aquello

que tanto había deseado,

y que durante su época de estudiante

sus compañeros de clase conocieron, y que él,

por motivos económicos no pudo hacerlo.


Por fin podría dar crédito

a lo que viesen sus ojos,

sabía seguro que estaba cercano,

resistió, pero no preguntó cuánto.


Se resigno unos minutos.

Quiso cerrar los ojos,

pero ya no pudo hacerlo

porque inesperadamente chocó

con el Sol pegado a él, si,

y...

¡allí estaba él!,

o

¿era ella?



No sabia en ese instante

si se le calificaba "él" o "ella"

pero allí estaba,

espumosa en la orilla, blanca y azul;






mar adentro el color verde

desaparecía en el horizonte;

mas, distinguía destellos de luz

muy lejanos.

Parece fuego (se decía).


¡No! no lo sabía,

no podía recordar

la forma en que antes la había imaginado,

y a todo esto, el tren, resuelto por sus raíles

convencido de que aquél camino

era su dominio y que nunca, nunca,

ni arenas ni aguas

se atreverían a subir hasta él.


Sin duda, aquello era el mar,

ya no le importaba en que genero admitirlo,

era su realidad.


¿El mar?.

¿La mar?

Qué importaba...


Pasaba los minutos de pie,

sentado, subido en los asientos,

abría la ventanilla;

hacia frío, cerraba

y nadie del departamento se quejaba

de lo que le veían hacer.


Se encontraba a sus anchas,

ni el Nodo, el cine, los libros,

los mapas, los profesores,

¡nadie!, ¡ninguno!

se lo había explicado así.


Él, lo había descubierto de otra forma,

porque eso fue lo que pensó:

¡lo he descubierto yo solo!

a través de estos espesos cristales,

de este ruidoso, fuerte,

acogedor y libertario tren.


Extraordinario, eso es,

¡Extraordinario!

José Martínez Giménez

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