Ágape
Editorial Trirremis, 2016
Es habitual echar en cara a ciertas personas que la única manera que encuentran para solucionar todo es en el lecho. Sin embargo, el libro que hoy presentamos nos aporta un auténtico tratado al respecto.
Aunque sean varios relatos que encajan en un puzle perfecto, el libro entra dentro de la tradición de relatos con moraleja, por ejemplo, de “El conde Lucanor”, de Don Juan Manuel. Es decir, van a encontrar una novela trufada de argumentos, ideas y filosofías que acercan al relato a esa literatura de autoayuda tan útil y necesaria.
Por ejemplo, van a encontrar a Custodio, un hombre, ya jubilado, que lleva toda su vida penando por algo que hizo en el pasado. En ese ocaso que ya no lo es tanto hoy en día gracias al sistema sanitario, los avances en alimentación y las mejoras que aportan los nuevos tiempos, Custodio va a tener la oportunidad de vivir una segunda juventud. Va a poder reencontrarse con su propio pasado, perdonarse a sí mismo y poder disfrutar de ese Ágape, de ese amor que devora al que él, por no haberse sabido perdonar a sí mismo, había perdido durante quizá, demasiado tiempo.
En liza está su hija, Silvia que ve cómo su matrimonio ha entrado en una rutina aburrida y absurda de manera que languidece como una flor en un jarrón a la que ni siquiera se le cambia el agua.
Amador, su marido, sufre la apatía de Silvia y se ve privado de ese Amor que devora tan necesario a la hora de vivir.
Es un amor que devora porque deja todo a un lado y pasa a primer plano. De ahí que no todo se pueda resolver con Ágape. Es tan absorbente que no deja espacio a nada más, ni al trabajo, ni a la educación, ni al aprendizaje… Todo queda eclipsado por el Amor que devora.
Sin embargo, hay un momento en la vida en el que uno tiene que descubrir su vida, sus prioridades y cómo solucionar sus problemas. Por eso Amador es muy afortunado, porque tiene ocasión, allá en el verano, de irse con José y buscarse a sí mismo, afrontar sus miedos y sus soledades. Al fin, de saber qué es lo realmente relevante en su vida.
El libro acaba en un clímax absoluto en el que Ágape es protagonista de distintas maneras. Custodio vuelve a subir a un estrado y a hablar en público. Se produce una catarsis en la que todo el mundo recupera el brillo en la mirada, la felicidad. Las lágrimas, el sentido de la vida y las dudas se convierten en muy significativas de manera que Ágape y Amistad aporten oportunidades que no se esperaban porque, a la vez que el Amor devora, la muerte y su proximidad nos llevan a esos límites en los que se encuentra el sentido profundo, último y decisivo de nuestra existencia.
Una serie di brindis nos llevan a descubrir cómo Ágape ha iluminado la vida de cada uno de los protagonistas y la catarsis ha llevado a cada uno a una nueva realidad, a un nuevo estado.
Por tanto, se trata de un relato lleno de experiencia en el que lo secundario, que decir ya de lo terciario y sucesivos dejan el protagonismo al Amor, la Amistad y la Familia.
El libro tiene erratas, sí. A veces libros impecables en la forma pueden ser más pobres que otros humildes en estos aspectos pero ricos en fondo, en mensajes positivos que son los que nos cargan de energía y de vida. Por eso hoy quiero romper una lanza frente al purismo cuando el mensaje tiene cosas que a mí, en concreto, me han aportado.
Formalmente, se trata de un libro ágil, ligero, de menos de 200 páginas que irán volando porque la llama del Ágape quema tanto que seremos incapaces de dejar que pase un día sin acudir a las diversas historias que nos cuenta. Ágape no entiende de edades, todos tienen derecho a ser felices y a disfrutar la vida. En la cubierta, sobre un fondo azul noche, una luna llena inmensa y un hombre que recibe el abrazo de una mujer. Que lo disfruten.
Adolfo Caparrós
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