Era una mañana gris y fría del mes de diciembre,
y llovía a cántaros en la ciudad de Londres. Con paso firme me dirigía a Tower
of London. Caminaba por el puente de Tower Bridge a grandes zancadas; presentía
que alguien me seguía. En mi mano llevaba un maletín con los documentos que tenía
que entregar a mi superior. Un extraño accidente había provocado que tuviera
que abandonar mi automóvil unas manzanas antes, y por ese motivo tuve que salir
huyendo, ya que había sido un suceso provocado para cambiar mi itinerario y
llevarme hacia una calle sin salida. Mientras caminaba, la lluvia golpeaba con
fuerza mi cara, y por mi cabeza sólo pasaba un pensamiento: « no puedo fallar, ya
que mi superior me había pedido que no errase en la misión encomendada, al
estar en peligro la nación inglesa
». Me llamo Matt Smith y soy agente del
MI6.
A primera hora de esa mañana, me
encontraba relajado en mi apartamento viendo por televisión mi programa favorito:
Doctor who; serie de la BBC que muestra las aventuras de un señor del tiempo
conocido como «el doctor», que explora el universo en una nave espacial capaz
de viajar a través del tiempo y el espacio. Mientras disfrutaba con las
peripecias del protagonista escuché el móvil; era mi superior que me ordenaba
recoger unos documentos relacionados con la lucha antiterrorista que, un
ciudadano saudí, me iba a entregar junto a London Eye. Me pidió precaución y sigilo,
ya que el contacto estaba amenazado por un grupo terrorista asociado al Dáesh,
y que, según los servicios secretos, sus operaciones eran sufragadas por el estado
islámico para engendrar terror en suelo británico. Sabía por experiencia que
las misiones en las que estaban mezclados terroristas del Dáesh eran
complicadas, pero como miembro de unos de los mejores cuerpos del mundo estaba
preparado para cualquier contratiempo que se pudiera originar en el marco de la
misión; la lucha contra el terrorismo era nuestra primera opción. Miré por la ventana,
el Támesis respiraba tranquilidad y, a lo lejos, observé a los turistas pasear
en barcos de recreo, y deleitar su vista con las maravillas arquitectónicas que
ofrecía una gran ciudad como Londres. Tenía unas horas por delante para acudir
al lugar de la cita. Sin prisa abrí el armero, cogí mi pistola Smith &
Wesson y comprobé que estaba cargada. Seguidamente me coloqué el chaleco
antibalas y, después de coger mi cuchillo Bowie y meterlo en la caña de la bota,
cerré el armario y me dirigí a la cocina. Miré la hora y, observando que tenía
tiempo, preparé té y, apoyado a la barandilla de la terraza, me lo fui tomando
mientras escudriñaba London Eye. Después de fumar un par de cigarrillos y
terminar el té, me dirigí al lugar señalado; circulaba despacio, ya que no quería
llamar la atención de ningún agente de tráfico; cualquier contratiempo pondría
en peligro la misión y la vida del ciudadano saudí. Después de recoger el
maletín que, un asustadizo árabe me entregó después de presentarme ante él como
agente del servicio secreto, me dirigí al cuartel general. Todo fue bien hasta
que llegué a la Catedral de Southwark. En ese momento,
un vehículo golpeó mi coche por detrás mientras otro, con un brusco giro, se situó
delante con intención manifiesta de sacarme de la ruta. Rápidamente,
aprovechando que pasaba un autobús y hacía de pantalla, salí del automóvil, y
como una exhalación me dirigí a la zona de Tower Bridge. Corría sin mirar
atrás. Corría a grandes zancadas hasta que llegué al puente, donde, durante
unos minutos, descansé y tomé un respiro. Cuando me cercioré de que no me seguían
comencé a andar hacia la otra orilla. Estaba alerta y atento a cualquier
imprevisto. De improviso, como salido de una película de acción, el vehículo que
me había golpeado frenó bruscamente a mi lado. Al advertir la maniobra aceleré
la marcha, y al mirar hacia atrás comprobé que me seguía a corta distancia. No
podía ver el rostro de sus ocupantes, sólo sombras, la lluvia caía con fuerza.
Me quedaban unos pocos metros para llegar al final y aceleré el paso. Metí mi
mano a la chaqueta, agarré la pistola para comprobar que estaba en su sitio y
preparada para cualquier contratiempo. Seguía lloviendo con fuerza y, en esos momentos,
ningún ciudadano pasaba por la zona, sólo taxis y automóviles, entre ellos el
que me seguía. De pronto aceleró y se puso a mi lado, bajó el cristal y vi sus
rostros; eran árabes. El copiloto empuñaba un Kalashnikov y, con una sádica
sonrisa en su rostro, me apuntó. Con la rapidez de un rayo bajé las escaleras
que quedaban a mi izquierda, y de repente escuché un estallido sordo,
potente... Me había librado de milagro de una muerte segura gracias a las
escaleras que me condujeron bajo el puente, donde, protegido entre sus muros, relajé
mis músculos que estaban tensos, y la piernas, ya que había bajado las
escaleras a toda prisa. Tenía la cara desencajada, pálida, y cuerpo tembloroso.
Cuando me serené saqué mi pistola y me asomé con precaución; la escalera estaba
desierta y, en ese momento, pensé que se habrían marchado, pero luego
recapacité y recordé lo aprendido sobre la lucha antiterrorista de origen
islámico: combaten hasta morir…
Al cabo de unos minutos, y observando que no
había nadie cerca, me dirigí al cuartel general del MI6 que se encontraba en
uno de los edificios que habían dentro de los muros defensivos de Tower
of London. En ese intervalo llamé a Scotland Yard para avisar de que terroristas
de origen árabe se encontraban en la zona de Tower Bridge. Mientras explicaba,
un sobresalto en forma de campanadas estuvo a punto de que sacara mi pistola y
me pusiera a disparar como descosido; miré el Big Ben y observé que eran las
doce; tenía que darme prisa. Después de unos minutos caminando junto al Támesis,
advertí que el vehículo de los islamistas venía de frente en dirección a mí.
Con la rapidez y experiencia que me otorgaba los años de entrenamiento en el
cuerpo saqué la pistola y me escondí tras un árbol. Desde mi escondite observé
como uno de los terroristas salía del coche con el arma de guerra en la mano.
Saqué la cabeza un segundo para buscar un lugar donde cobijarme con mejor
garantía, pero un disparo seco provocó que la volviese a esconder. Parte del
tronco donde me encontraba quedó hecho astillas. Advirtiendo que la única
escapatoria era cruzar hacia la puerta que daba al recinto donde se encontraba
la torre, y pensando que iba a ser blanco fácil intentar atravesar el paseo,
decidí defenderme hasta que llegase la policía. Con una velocidad inusitada
disparé contra el terrorista que, a cada segundo que pasaba, se acercaba más a
mi escondrijo. Al sentir mis balas silbar su cabeza se lanzó tras un banco para
protegerse de mis disparos. El otro terrorista, que llevaba un cinturón
explosivo adosado al cuerpo, ya que se le notaba al caminar, se desplazó a una cafetería
cercana con la macabra intención de hacer rehenes, ya que por el puente de
Tower Bridge se escuchaban las sirenas de los coches de policía. Al comprobar
que venía el séptimo de caballería, y observar lo que el otro terrorista tramaba,
me lancé al suelo y, sigilosamente, fui desplazándome hasta un banco. Desde ese
lugar disparé a sus piernas. Una de las balas salidas de mi pistola le dio de
lleno en el muslo y cayó al suelo antes de llegar a su objetivo. El otro, al
ver que coches de policía lo acorralaban salió de su escondite y disparó contra
el más cercano destrozando su parte delantera: el capó se levantó al recibir el
golpe seco de las balas y fue una suerte, ya que hizo de escudo ante el segundo
disparo que salió del Kalashnikov. Esa casualidad les salvó
la vida a los agentes. Rápidamente, los policías salieron del coche ante la
inminencia de un tercer disparo y se refugiaron en la parte de atrás desde
donde, con sus armas reglamentarias, dispararon al terrorista hasta que
vaciaron los cargadores. El terrorista quedó tendido en el suelo rodeado de un
gran charco de sangre. De repente, un estruendo en forma de bomba se escuchó en
la tranquila — hasta ese día
— zona de Tower of London: el otro terrorista
se inmoló para no ser detenido, y su cuerpo voló por los aires quedando
esparcidos sus restos en un radio de veinte metros. Después de la explosión
salí de mi escondite y, con pausados pasos, me dirigí al cuartel general y
terminar la misión. Al pasar junto a los cuerpos abatidos de los terroristas
los miré con frialdad y, seguidamente, seguí mi camino quedando en la zona olor
a sangre y pólvora.
Alfonso Rebollo García
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