Corazón de niño le llamaban, habitaba en una vieja casa
con ventanas de madera, pintadas de colores al igual que sus puertas.
Permanecían así desde que un día una mujer entró por la
puerta equivocada. Nadie se había percatado de que Corazón de niño no
distinguía las puertas de entrada.
La cocinera, una mujer de buen corazón, creyó morir de un
susto cuando la vio llegar; vestimenta negra muy escasa, tejido fino, lencería
de gama alta, y una roja sonrisa de oreja a oreja que a Corazón de niño le
hacía feliz.
Ambas mujeres se cruzaron entre los utensilios de cocina. No salían de su asombro.
Su hermano Jaime decidió pintar de colores las puertas,
una verde, una roja, una violeta…Corazón de niño supo entonces que su puerta
era verde, ¡una puerta sólo para él! se sintió feliz.
La casa estaba desvencijada, se reparaba cada año antes de
Navidad. En esa época llegaban los
parientes, la encontraban hermosa y se preguntaban el porqué de tanta variedad
de colores, a lo que Jaime contestaba que a él le gustaba así, y que era una imitación
de las casas de Burano en Italia, ambos hermanos reían a carcajadas.
La cruda realidad se disfrazaba de comedia.
Cuando Corazón de niño tenía tareas que hacer o bien
permanecía en sus “clases” de terapia, llegaba Encarna de visita, una amiga de
Jaime que les quería mucho, a corazón de niño le caía bien porque le traía
regalos.
Jaime llevaba colgadas de su espalda mil llaves, una para
cada puerta, otra para los cerrojos de las viejas ventanas; temía que un día su
hermano se cayera por una de ellas. Las llaves del garaje y del taller, porque
a Corazón de niño le gustaba jugar con las herramientas, Jaime temía que
pudiera lastimarse.
Cerró también con llave su propio corazón que sufría de
compasión e incertidumbre. Esos sueños que llevamos tan dentro quedaron para
Jaime en un cofre cerrado, aparcados para mejor ocasión; sueños de niño
forjados con ilusiones, donde nada ni
nadie pasa desapercibido; Jaime dejó a buen recaudo sentimientos, inquietudes…
Le acompañaba la soledad, su hermano y alguna visita de
vez en cuando.
Entre tanto, Corazón de niño disfrutaba del lugar y de
aquella casa que en cada rincón conservaba su esencia y su historia.
Nunca se percató de
la existencia de llaves.
María Teresa Fandiño
Muy reflexivo Teresa,sabes entrar sin llave dentro del corazón
ResponderEliminarGracias, Isabel, tus palabras hacen que me sienta bien, un abrazo.
ResponderEliminarPura ternura silenciosa. Me sigues maravillando
ResponderEliminarPura ternura silenciosa. Me sigues maravillando
ResponderEliminarGracias Marta, un abrazo.
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