Revista de creación literaria en busca de creadores del mundo

martes, 29 de septiembre de 2015

Adiós, mamá, de Manuel Aparicio Burgos (Reseña nº 744)

Manuel Aparicio Burgos
Adiós, mamá
Almabár, junio 2015

"Porque al fin y al cabo somos emociones y sensaciones...", éste es un libro homenaje de Manuel Aparicio Burgos a su madre, fallecida el pasado 15 de junio de 2015, y que él ha tenido la gentileza de enviarme.

Creo que el mejor homenaje que yo podía hacer al amigo era leerlo y comentarlo, aunque brevemente, para dejar constancia de su existencia. Es el segundo libro que leo donde el recuerdo es importantísimo, pues el recuerdo es, sin lugar a dudas, la forma de prolongar la existencia de los que se han ido entre nosotros.

En la anterior reseña, "Ana y la nada", ya os escribí sobre ello. En este brevísimo libro que hoy nos ocupa, escrito por Manuel Aparicio "a borbotones. Tal como salgan y fluyan los pensamientos que se me agolpan, así van a quedar. Lo demás sería descuartizar los sentimientos", se profundiza en ello.

Permitidme, antes de terminar esta cita, reproducir un fragmento que me parece muy especial, en la línea de lo que os contaba: "Lo que sí existen son los recuerdos del tiempo que compartimos juntos hasta que se cierre también el paréntesis de mi vida. Luego permanecerás en los recuerdos de familiares y amigos lejanos, y un día, cuando ya nadie sepa nada de ti ni de mí ni de los que te han rodeado, todo se quedará en el fondo del infinito y en el silencio de los pensamientos. Todo habrá acabado definitivamente. La única verdad de la existencia es la permanencia resumida en los recuerdos de los recuerdos".

Tal vez eso sea la eternidad: los recuerdos de los recuerdos... Un abrazo, querido amigo.

Francisco Javier Illán Vivas

lunes, 28 de septiembre de 2015

Pas de chance en París



Las maletas estaban casi listas para el viaje. Las vacaciones serían en Cartagena de Indias, ciudad de la que les habían hablado maravillas. Carlos y Sara terminaban los preparativos en París. Un amigo les había aconsejado llevar dólares o euros en efectivo para obtener una mejor tasa de cambio. «¿Sacaste el dinero del banco?», preguntó Carlos por teléfono. «Sí, pero me da miedo andar con tanta plata. Cuando salía de la estación de metro Gambetta le robaron la cartera a una señora que iba dos metros delante de mí. ¡Qué susto! Me temblaban las piernas sabiendo que yo tenía la mía llena de euros en efectivo. Me contaron que hace poco asaltaron de noche a una colega enfermera que salía para su casa no muy lejos de la alcaldía del distrito XX. Ven por mí esta noche, por favor. Salgo a las diez», contestó Sara.
Carlos pasó en la tarde a la agencia de viajes a recoger los pasajes y las reservaciones de hoteles y visitas turísticas. Saldrían al día siguiente a las once de la mañana haciendo una escala en Madrid y otra en Bogotá en un vuelo ida y vuelta que les había costado menos de 1200 euros por persona.
Regresó a su oficina de seguros para terminar unos contratos y escribir algunas cartas mientras llegaba la hora de ir a buscar a su mujer. Su asociado se iba a ocupar de la agencia durante su ausencia. Afortunadamente el mes de noviembre era generalmente tranquilo.
Sara salió a la hora prevista del Hospital Tenon donde trabajaba como instrumentista. Carlos la esperaba afuera fumando un cigarrillo para calentarse los pulmones en esa noche fría. Se dieron un beso. Ella lo tomó del brazo y del mismo lado apretó debajo del sobaco el paquete de dinero. «¿Dónde dejaste el carro?, Carlitos», preguntó. «No había lugar en esta calle y me tocó dejarlo en la Rue des Gatines cerca de la policía», contestó.
No le gustó tener que caminar ese trecho de noche hasta el carro a pesar de que estuviera acompañada por su hombre corpulento. «Ahora sí te puedo contar en detalle lo que le pasó a Geneviève. Salió del turno de noche hace como una semana. Tomó por esta misma calle a pasos rápidos hacia la estación del metro. No había nadie aparte de una señora que paseaba su caniche. Como puedes ver, las calles no están bien iluminadas. Vio a una pareja que se dirigía hacia ella. No les puso cuidado cuando se cruzaron, pero al cabo de unos metros se dio cuenta de que habían dado media vuelta y ahora caminaban detrás de ella. Geneviève sintió su presencia y cambió de acera. Ellos también. Empezó a caminar más rápido. Ellos también. Empezó a trotar. Ellos igual. Se acordó de la estación de policía y corrió hacia la Rue des Gatines. Ellos corrieron más rápido y la alcanzaron antes de que llegara al cruce con la Rue des Pyrénées, la acorralaron y arrinconaron contra un muro, rápidamente le arrancaron la cartera, le dieron una bofetada, la amenazaron de hacerle daño si los seguía y se escaparon corriendo por la misma calle en dirección del hospital. Geneviève no pudo ni siquiera gritar. Llegó a la policía y denunció el robo. Le contaron que no era la primera persona que venía a verlos por el mismo motivo en esos días, pero que iban a terminar atrapando a esos bribones», explicó Sara mientras llegaban a la Avenue Gambetta y tomaban la Rue des Gatines.
Fue en ese momento que sintieron unos pasos que los seguían y cayeron en la cuenta de que no se habían cruzado con nadie desde el hospital. «¡Qué barrio tan extraño!», comentó Carlos. Sara miró hacia atrás y vio a dos personas que venían detrás pero una por cada acera como si estuvieran de acuerdo. Eran grandes y fornidos. «Caminemos más despacio y dejémoslos que pasen delante de nosotros», propuso Sara. Sin estar muy convencido pero con tal de tranquilizar a su mujer, Carlos empezó a caminar despacio. El hombre que venía detrás disminuyó también el paso. Carlos y Sara se detuvieron junto a un árbol a esperar a que el grandulón se decidiera a continuar. Así lo hizo. Descansaron al verlo avanzar delante de ellos y reanudaron sus pasos con tranquilidad convencidos de que era una falsa alarma. El ruido de las pisadas de los cuatro peatones resonaba en la noche con ritmo rápido, como si fueran a perder el último metro y tuvieran que apresurarse. Estaban a pocos pasos de la puerta de entrada de la estación de policía, cuando Sara se detuvo en seco. «¡Hombre! Con tanta prisa y nervios se me olvidó la cartera en mi oficina. Tenemos que devolvernos», dijo Sara. «¡Tú y tu cabeza! Como si tuviéramos tiempo para perder», contestó Carlos de mal genio. Dieron media vuelta hacia el hospital dejando a sus dos acompañantes fortuitos seguir su rumbo por la calle desierta.
No se dieron cuenta de que el hombre que iba apresurado por la misma acera entró a la estación de policía y a los pocos segundos salió acompañado de dos agentes en uniforme en búsqueda de Carlos y Sara. A la altura de la Avenue Gambetta los interceptaron y los llevaron a la estación de policía. El hombre de civil resultó ser un policía que investigaba el caso de los robos y que al ver el comportamiento sospechoso de la pareja quería verificar si no eran ellos los asaltantes que tenían el barrio en jaque.
Sara no tenía documentos de identidad. Por sus prisas Carlos había dejado en el trabajo su cartera junto con los pasajes y reservaciones. En esas circunstancias los policías veían muy sospechoso el paquete de euros que llevaba la mujer debajo del brazo. Las horas que iban a seguir durante el interrogatorio de la pareja, que para colmo de males tenía acento extranjero y caras nada francesas, iban a ser largas y difíciles. Si la mala pata continuaba, perderían el vuelo y el comienzo de sus vacaciones.

Nelson Verástegui

jueves, 24 de septiembre de 2015

Selección poética de Arnaud Talhouarn



Poème souffrant de délabrement

Une voix dit : « toi, sois comme toi,
toujours. »

« Tu es comme ceci, approche donc comme ceci. Tu es comme cela,
mais approche donc comme cela, viens, viens
vers nous, tiens-toi
sous nos yeux. »

Dans une
obscurité faite de lacunes et d'interstices, pourtant il
existait. 

« Tes questions, vois-tu, sont tellement vides qu'elles
ne peuvent provenir de personne, ne sont posées par
personne. »

La nuit où l'être qui vient vers nous, n'approche ni par ce chemin, ni par cet autre chemin,
dont le cœur n'est ni fervent, ni indifférent,
ni plein de colère, ni pur, ni habité, ni vide : la
nuit, creusée par la mâchoire sèche de notre invocation.

Empoigne-la.




Etat des lieux

Aimer serait, comment dire, le tribunal de l'âme, immense
épreuve (je
ne parle pas de questions techniques, mais le cœur avant tout a sa part dans l'énorme échec que constitue, sous cet aspect, l'existence.
Enorme, certes, boursouflé à la manière d'un membre atteint de gangrène et dont je constate, à la fin, qu'il a les dimensions de l'âme entière :
noire, suintante)
dont la difficulté et la complexité excèdent mes forces.

Naguère je m'y attelais avec patience.
Chaque jour naissait avec, telle une femme dont la poche des eaux est près de crever, une lourde charge d'espérances pour les heures qui, immanquablement, viendraient.
Rien ne venait à ma rencontre ; ou bien je ne savais aller à la rencontre de rien : choisir entre l'une ou l'autre de ces interprétations, quelle importance aujourd'hui ?

Tourne-toi donc vers rien.

Ou bien, plutôt, tourne-toi vers ce qui, à l'intérieur de toi, s'obstine à remonter des champs de modestes décombres (ah, la question du bien gésir : celle-là aussi, est-elle pas maintenant bien réglée !) fragments d'un discours réduit à l'état de tranchantes arêtes.




Ballade du retour malheureux

Badine tournée d'un côté : débris, fragments et ruines, donc c'est bien.
Pivote sur l'axe de ton assiette, badine calée de l'autre côté, et puis ajuste donc ton monocle : paysage désolé, étendue de sable analogue à un inextinguible désert, et donc morbleu c'est bien vraiment, tout ça. C'est extrêmement satisfaisant.

Cependant
la seule surrection de ton crâne au-dessus de ces champs de morne extinction, suffit à interrompre la perfection de ladite
morne extinction.

Rumeur montant, de tout cela, rumeur sourde, incessante et, malgré tout,
encore scandée.
Faisant retour : oui, en effet c'est une malédiction.




Dans le monde

Question d'hier, et aussi d'avant-hier, concernant les parois de ladite étroitissime cellule : depuis quand existent-elles ?
La mémoire des constructeurs en est perdue. « Ni de l'avant ni de l'après, ni de l'en deçà ni de l'au-delà, ni du dehors ni du dedans » ânonnent leurs bouches déchaussées.
L'homme qui se débat, rampant d'un côté et d'autre, pourvu d'un désir inquiet et ardent, se heurtant et se blessant pour rien,
c'est moi.

Perplexe, informulé.

Fourbus davantage qu'inspirés par la patience ni l'intelligence, un jour (ce jour-là) j'arrêterai de moudre au roc mes os. Jour analogue au baptême d'un frêle esquif, bercé par la doucement clapotante, inepte révélation de l'absente origine : « Les parois, les mains qui les édifièrent, n'appartiennent à personne: existantes, sans origine non plus que nécessité.
L'obscurité qui emplit l'intérieur, n'est la substance ni le véhicule d'aucun dieu. »

En ce jour d'anodine victoire, avant de parler,
toussote une fois ou même deux, te préparant de la sorte à entendre la vibration d'une voix enfin éclaircie.




Poemas en versión original que aparecieron en el número tres de Acantilados de papel, dedicado a París: Siempre nos quedará París. Datos del autor, biografía, fotografía, pinchando el enlace.