viernes, 30 de noviembre de 2018

I Concurso de cuentos de Navidad, de la Asociación cultural de Amigos Modernistas de Cartagena

La Asociación Cultural de Amigos Modernistas de Cartagena convoca el I Concurso de Cuentos de Navidad.

BASES

1.TEMA: El tema será navideño, de estilo libre y deberá de aparecer en el cuento un edificio modernista de la ciudad de Cartagena. La extensión del cuento será, como mínimo, uno y como como máximo cinco folios, escritos por una sola cara, con márgenes laterales 3 (izda) y 2 (dcha). Letra Times New Roman 12 o equivalente, con interlineado de 1,5 líneas. El cuento irá encabezado por el título y deberá llevar el nombre del autor.

2. PRESENTACIÓN DE CUENTOS: Los cuentos se enviarán en word o PDF por email al correo electrónico concursocuentomodernista@hotmail.com. Figurará nombre y apellidos, y teléfono de contacto.

3. PLAZO DE PRESENTACIÓN: El plazo de presentación de los cuentos comprenderá desde el día 29 de noviembre hasta el 18 de diciembre de 2018.

4. EL TRIBUNAL: El tribunal estará formado por miembros de la Asociación Cultural Amigos Modernistas de Cartagena.

5. PREMIOS: Habrá un único premio, que no podrá quedar desierto:

• Dos libros de las escritoras Lola Gutierrez y Julia Moreno, un sombrero modernista y una consumición para dos personas en Míster Witt.


7.FALLO DEL JURADO

Se conocerá el ganador y se hará una lectura del cuento seleccionado el jueves 20 de Diciembre a las 19:30 en Míster Witt, en un acto donde se hará entrega del premio por Amigos Modernistas de Cartagena.

miércoles, 28 de noviembre de 2018

Gaspara, de Rosa Campos Gómez


Llueve y hace un frío húmedo por la ciudad que Julio recorre camino de casa de su antigua vecina. Va como si descorriera el tiempo que hay desde sus diecisiete hasta sus siete años. Se siente preocupado por lo que puedan pensar quienes lo  vean con ese chubasquero verde caqui de su padre –el suyo lo perdió en la última acampada que hizo–, que es un hombre de muchos más kilos sobre los huesos que los que cubren  a los suyos.  Como calibra que le sienta como un trueno y que puede darse un par de vueltas con él, no quiere cruzarse con ningún amigo ni, mucho menos, con ninguna amiga. No ha tenido más remedio que ponérselo cuando su madre ha insistido en que cogiera su paraguas, a lo que se ha negado diciéndole que «va lleno de floripondios», cogiendo el de su padre, pero ella le ha dicho que no, «que ya llevas tres perdidos en lo que va de año, y él no quiere  que le dilapides ese también», a lo que ha repuesto que «tampoco son tantos, porque estamos en diciembre. Ni a uno por trimestre llego», diciéndolo justo en el momento en que su padre ha salido al encuentro con el chubasquero en la mano, dirigiéndole una mirada incisiva, por lo que, algo  intimidado, lo ha cogido de un tirón y ha partido escaleras abajo.
Aún no han dado las nueve de la mañana pero ya se ve que el ambiente callejero es distinto al de otros días. Es veintidós de diciembre y por donde va pasando se encuentra bares y cafeterías con gente pendiente del televisor, aglutinados por la lotería que pronto empezará a sortearse. Aunque llueve sin demasía hace un helor penetrante que solo él parece sentir, porque no ve rostros ateridos en quienes circulan por las avenidas, calles o callejuelas que va atravesando, más bien los intuye animosos, y aunque algunos digan: «Nos tocará salud, como todos los años», él percibe cierto matiz de incertidumbre placentera que les permite postergar sus vaticinios, por lo que, a pesar de estar en contra de casi todo lo que dice su progenitor, piensa: «Mi padre tiene razón, son unos pardillos»; y lo recuerda esa misma mañana mirando escéptico al décimo y a las tres papeletas que ha comprado, quejándose de lo pardillo que es por picar un año más. Más adelante, parado ante un semáforo en rojo reflexiona, concluyendo que «en el fondo compra lotería porque necesita creer en ella. La verdad es que esa furgoneta que necesita para la empresa lo lleva de cabeza».
Cuando entra por la calle donde está el bloque de pisos donde vive Gaspara y donde él vivió desde que nació hasta sus siete años, siente un bocado de nostalgia, pero se lo sacude pronto diciéndose: «En vez de aquí, podría estar sobando manta ahora mismo. Solo a unos padres como los míos se les ocurre mandar a su hijo a ayudar a una mujer vieja y manca un domingo. Esa es la prueba de cómo pasan de mí. Ni con mi hermana ni con mi hermano se hubieran atrevido».  Trata de ahuyentar de su mente que ha faltado bastante a clase y ha suspendido cinco asignaturas. «Estoy cerca y malditas las ganas que tengo de llegar; ya no soy un crío, ni me parezco en nada al que era. Y aunque ellos digan que este es el resultado de hacer pellas no creo que me lo merezca. Es mi último año de bachiller y jodidas las ganas que tengo de terminarlo ni de seguir; para qué, si luego no me va a servir de nada, no hay ni un puto trabajo que te espere, ni siquiera como albañil en la empresa de mi padre voy a tener sitio… Y, para colmo, soy un asco como estudiante, no como mi hermana mayor que es una lumbreras, ni como mi hermano, el mengajo, que cualquier día lo llevan a un centro para superdotados. A ellos sí que los miran bien, sé que si cualquiera de los dos perdiera todos los paraguas del mundo no les tendrían las monsergas que me disparan en todo el careto. En cambio a mí solo saben decirme las cosas que pierdo. Por eso pierdo clases…, por lo menos así se dan cuenta de que hago algo. Aunque si mi padre se emperra en ponerme como castigo el sacarme de la cama en los días de asuntos propios tendré que pensar en dejar de hacerle caso, porque total para lo que me sirve todo esto… Aunque  reconozco que no soy como el Nicolo, que ha dicho que se lo deja todo, mandando los estudios a tomar por saco y sin hacer caso a nadie de su familia. Dice que quiere vivir a su bola y pasar de todo el mundo». Julio sigue andando y renegando en silencio hasta que la nostalgia le da otra sacudida que no puede esquivar al mirar, con ternura, los escaparates de las tiendas de la que fue su calle, más antiguos que los que hay en el barrio donde vive ahora; ojeando en ellos la vigencia de aquel toque a novedad anual navideña que ya mostraban en su infancia, sobre todo el de la librería y el de la confitería, ante los que cada año se paraba con los ojos ávidos y el paladar jugoso, y Gaspara se le planta en su memoria, junto a los cordiales que les hacía por Navidad a todos los chavalillos que vivían en el bloque. Ah, aquellos dulces guardados en pequeñas cajas atadas con una cinta de raso estrecha como su dedo meñique, en cuya lazada sujetaba una varilla de incienso para encender la noche del cinco de enero, indicando con el aroma, a los Reyes Magos, el lugar donde debían dejar los regalos. Para eso va él allí, porque su madre se enteró en el trabajo de que su compañera y antigua vecina –viuda y sin más familia en la localidad–, se rompió el hueso de un brazo, y se ofreció a echarle la mano que a ella se le ha estropeado. Después, y en consenso con su padre, decide mandarlo a él para que sepa lo que es trabajar y escarmiente sintiendo las propias consecuencias de sus actos, y de paso adquiera alguna habilidad.
Antes de llegar al bloque se quita el chubasquero porque no quiere que lo vean con tal trinchera; «menos mal», piensa al cruzarse en la entrada con Isabel, la hija de Antonia. Se recuerdan perfectamente aunque se hayan saludado casi como desconocidos, porque el tiempo también es distancia si las relaciones se alejan. Llama, y al abrirse la puerta un olor antiguo y grato lo recibe junto a la mujer del brazo escayolado. Se saludan afectuosamente porque, eso sí lo tiene Julio, es educado y sabe disimular bien sus descontentos.
En la cocina, y ante un cuenco enorme, empiezan a hacer los dulces. Con la mano sana, Gaspara va echando la almendra, los huevos, el azúcar y la ralladura de limón, y Julio siente que su rechazo se va transformando a la vez que va mezclándolo todo hasta llegar a formar una masa compacta y no dura que destapa un sabroso recuerdo en su paladar que define para sus adentros como «denso, con un ligero toque de frescor tierno y excitante», con la misma cadencia con que suelen hablar los catadores de vino en las películas o series que ha visto. Cuando ya lo tiene todo bien mezclado, siguiendo las instrucciones que ella le indica, coge porciones que le caben en el hueco de la mano y compone unas bolas con hoyuelo central en el que deposita su ración de cabello de ángel y  que cubre con la masa almendrada, después las para en un trozo de oblea. Cuando están las piezas
depositadas en la llanda bien enaceitada, en filas lo suficientemente espaciosas como para que no se peguen, se meten al horno, y preparan la siguiente.
Ya huele el cocer de los cordiales, mezclándose con el aroma del limón que se ha rayado y que descansa en su blanca desnudez sobre la mesa, y con el de la almendra molida y cruda que aún persiste junto al que emanan las hebras de calabaza caramelizadas, encubriendo al de los huevos crudos; hasta las obleas con su tenue aroma ponen su matiz.
Llaman a la puerta y ella sale a abrir, Julio sigue en la cocina, donde llegan con claridad las palabras: «Buenos días». «Buenos días, Antonia». «Quiero pedirte un favor». «Pasa, y dime». Empieza titubeante: «Está recién empezado el sorteo de Navidad y todavía no ha tocado ningún premio de los gordos… Tengo este décimo, te lo vendo. Como era para una asociación, costó veintitrés euros, pero dame sólo veinte… son los que me faltan para pagar la luz, y tiene que ser esta misma mañana».  «Antonia, ahora mismo te doy los veinte, pero sin el décimo, que es tuyo, y quién sabe… Ya me los devolverás cuando puedas…, a lo mejor con lo que te toque de él. Espera un momento que voy a por el monedero.» La vecina en apuros le dice: «Ni mucho menos, que ya te debemos bastante. Si no lo tomas no aceptaré ningún dinero… Mira, si te tocara más de lo que te debo la cuenta queda zanjada, y si no, sigo en deuda contigo», Gaspara accede. Cuando vuelve a la cocina pone el boleto pegado con un imán en la puerta del frigorífico y después enciende la radio con el sonido más bien bajo, para que quede casi en un rumor el soniquete de los niños cantores, permitiendo a la vez que se perciba la reiteración de las voces cuando indiquen los números que han tocado, para poder prestar atención por si la suerte rondara por la estancia. El muchacho no le expresa su escepticismo ante las expectativas que tan de golpe ve que la están ocupando, y que se desbordan cuando le dice que escriba, en una hoja que arranca de una libreta, que el décimo con el número 31213 pertenece además de a ella, a él y a Antonia, completando los tres nombres con sus apellidos. Por un instante el chico piensa que la mujer está chalada, después se deshace de esa idea y se queda con que tan solo es… diferente. De nuevo recuerda lo que opina su padre al respecto y teme que tenga razón, de hecho no conoce a nadie de cerca a quien le haya tocado nada más allá del reintegro. Pero no le comenta nada a la mujer que tan generosamente ha compartido con él un tercio de futuro económico. Se centra en los cordiales, en el olor a manjar diestramente tostado y crujiente, en el sabor a premio que ya le ha dejado el que ha probado de la primera tanda, en el sonido leve y sinuoso que sueltan al transformase de crudos en horneados, en el tono dorado… Cordiales que conforme van saliendo se van dejando en la amplia encimera para que se enfríen.
«¿Por qué te llamas Gaspara?», quiere saber Julio. «Porque nací chica, de haber sido chico me llamarían Gaspar». Y así empieza a contarle su historia que arranca de los años de la niñez de su padre. «Todo empezó un cinco de enero en que salieron a ver a los Reyes Magos para darles las cartas escritas con lo que querían y hacerse una foto con ellos (mi padre era, de los tres hermanos que formaban su familia, el de en medio). Era el primer año que se hacía aquello en el pueblo y todos estaban muy expectantes, mi padre y mis tíos eran pequeños y aquello les hacía una ilusión muy grande; piensa que entonces solo tenían los regalos que recibían el seis de enero. No pasaba como ahora, que se regala con más facilidad. El caso es que cuando llegaron a la plaza donde habían ubicado sus tronos en los que se sentaron para recibir a toda la chiquillería, los tres hermanos querían posar solos y solo con Baltasar; su madre les dijo que puesto que había tres reyes mejor que cada uno se retratara con uno distinto, así con una foto saldrían despachados y sería mejor para el poder de su bolsillo, pero los tres eligieron entonces a dos: Baltasar y Melchor. Ninguno quería hacerlo con Gaspar. Mi abuela, consintiendo, porque no quería que empezaran con rabietas de las que solían montar en casa cuando todos querían la misma cosa, se puso a la cola con sus tres hijos. Contaba mi padre que mientras iban avanzando lentamente, se iba dando cuenta de que todos los niños le entregaban su carta y se hacían una foto con Melchor o con Baltasar, pero nadie se la hacía con Gaspar. Empezó a sentir una compasión muy grande hacia aquel rey mago de cabellera flameante, y pensó que todos los niños que pasaban de él no veían lo solo que lo estaban dejando, se dijo que eran tontos por no darse cuenta, y, justo cuando le faltaban tres pasos para llegar hasta ellos y entregarle la carta y retratarse con uno que no sería Gaspar, comprendió que él era igual de tonto, entonces eligió no hacer invisible al rey pelirrojo. Se fue derecho a darle la misiva y a subirse sobre sus rodillas para que el retratista del pueblo plasmase esa primera vez que iba a posar con un rey mago. Llegó a afirmar mi padre que ese año los regalos que tuvo le parecieron los mejores de toda su vida, sintiendo que realmente un rey auténtico se los había llevado. Entendía que era un rey listo, como son todos los magos, y se daría cuenta de que lo había elegido porque no quería que estuviera solo, de que esa era su manera de decirle que podía contar con su amistad. Decía que desde entonces se propuso prestar más atención a los que estaban solos porque siempre tienen algo esperando para compartir; también a interesarse por el presente que, según la tradición cristiana, Gaspar llevaba a Jesús, chiquillo que había nacido pobre. Ese presente era incienso, símbolo de espiritualidad, vamos, de esa parte divina que tenía como ser humano que era. Comprobó que si el oro era caro y la mirra difícil de conseguir, el incienso no era ni caro ni difícil de mercar, por lo que todos los años, cuando se acercaba la fiesta de los Reyes Magos compraba una varilla y la encendía en su habitación; era su forma de agradecer que Gaspar le enseñó que las personas siempre tienen algo para compartir con otros y que se les pone un brillo especial en los ojos cuando alguien lo recibe. Alguna vez lo escuché decir que cuando la encendía se acordaba de la luz que se le prendió en los ojos al mago de Oriente cuando él se subió sobre sus rodillas, que era como si esa tarde fría de aquel cinco de enero, ambos, el rey y mi padre, se hubiesen hecho visibles para el mundo. Poco a poco fue anidando en él un deseo terne: cuando tuviera un hijo le pondría Gaspar. Así que cuando se casó y esperaba su primer hijo, éste ya tenía nombre, pero, ¡ah!, nació mi hermana y no pudo ser. Cuando esperaban al segundo retoño ese sí que sería Gaspar, pero, ¡zas!, nací yo, y mi madre, que no era mujer de largas, decidió terminar el nombre con una a, cosa que mi padre interpretó como otra prueba más de la magia del encuentro de aquel cinco de enero. Así que ese, Julio, es el porqué de mi nombre. En cuanto a mí, ya sabes que no soy pelirroja, sino que pasé de un pelo tan negro como el de Baltasar a tenerlo tan blanco como el de Melchor. Sin embargo sí me centré en el color y olor de las cosas que me recuerdan al segundo rey mago y los utilizo todo lo que puedo, por eso hago cordiales y los empaqueto en cajas con cintas anaranjadas para regalar a toda la chiquillería del bloque, niños que se van renovando y a los que me gustaría transmitirles a través de estas pequeñas cajas la pasión por las cosas –y mientras lo dice va colocando en ellas con esmero los dulces, pasándole después la caja a Julio para que le ponga la cinta con la vara de incienso– Cuando veo que tú, que tuviste tus cajas, estás aquí, ayudando a una lisiada, pienso que es porque algo de ese apasionamiento se te enganchó y te bulle aún por dentro».
Julio está a punto de decirle que su visita no es por gusto sino por imposición, pero no lo suelta. Reconoce que podía haber hecho pellas, como en el instituto, o haber seguido los pasos del Nicolo y pasar de todo, y no lo ha hecho, «por suerte», se dice mientras escucha y ayuda, y va notando que le sienta bien imaginarse como repostero. De repente le urge terminar bien los estudios y empezar con otros, puede que los de Hostelería. Se siente feliz por la forma en que Gaspara le cuenta las cosas, como si él fuera importante para ella y fuera, además, inteligente.
Ha pasado el sorteo de Navidad y no se han dado ni cuenta. Salen a la galería a dejar las llandas para fregarlas después, con el fin de que haya más espacio en la cocina, allí escuchan voces que vienen del piso de al lado, donde vive Antonia; su marido le dice gritando: «Estás loca, ¿cómo has podido darle el décimo de lotería? Podría habernos salvado de la ruina y se lo has entregado por veinte euros miserables…» a lo que Antonia le responde: «Veinte euros que nos han servido para completar el dinero de la factura de la luz, que si no la cortaban. Y, además, ¿quién sabe si de tenerlos nosotros hubiera tocado?», y él le espeta: «Eres imbécil, no, imbécil no, estas chiflada… Me voy a terminar de ahogar mis miserias, que aquí ni siquiera eso se puede. ¡Ni una mala botella de coñac…!»  Se escucha un portazo brutal cuando el marido de Antonia sale de casa. Dejan la galería entumecidos y tristes y entran en la cocina. Prestan atención a la radio, no tarda mucho en sonar el número que tienen delante. Les ha tocado el tercer premio. Gaspara coge el papel y le dice a Julio que le va a dar su parte a Antonia, pero que la de él sigue como habían acordado. Y el chico, que no creía en que la lotería toque a gente palpable y menos en que alguien pudiera darle una parte sin comerlo ni beberlo, se sorprende de ver que tiene unos cuantos miles de euros. Por un momento se siente tentado a quedárselos, es como ser rico de un porrazo de suerte, pero después piensa –no muy convencido, pero sí con ganas de quedar bien ante la buena mujer–, que lo mejor es dárselo todo a Antonia y así lo dice. Por teléfono llama a casa de su vecina, le dice que cuente con el décimo, que ella interiormente lo había tomado con esa condición. Pero la voz, que suena llorosa a través del auricular, no lo acepta. Al poco llaman a la puerta, es Isabel, que tras saludar explica: «Dice mi madre que no le podía haber tocado la lotería a nadie mejor que a ti. Así que no debes preocuparte.» Gaspara le va contando lo del contrato firmado por ella y Julio mientras se dirigen a la cocina donde le enseña el papel con la división entre tres, pero que por las circunstancias que están pasando lo justo es que lo cobren ellos. Isabel, reconoce que es verdad, que a su padre hace tiempo que le va mal la tienda de coches de ocasión, que era una incógnita el que les hubiera o no tocado de tener ellos el número y que el reparto, que aceptaba, sí era un premio real. A la buena mujer se le ocurre ir a ver la tienda de coches porque quiere comprarse uno tan pronto como pueda, para que su vecino empiece a ver un horizonte de esperanza. Como la tienda está cerrada, Isabel les enseña unas fotos de los vehículos que tiene en el móvil –lleva unos meses buscando compradores por su cuenta, todavía sin éxito–, la mujer elige uno. A Julio le gusta una furgoneta para su padre. Se interesan por el precio y hacen cálculos, todos saldrán ganando.
Ya, más tranquilos, invitan a Isabel a probar los dulces, pero la muchacha llama antes por teléfono a su padre –sabe que está bebiendo y eso le preocupa–, cree que si le dice que tiene dos ventas puede dejar el bar y volver a casa a reconciliarse con su madre. La anfitriona pide que se le eche una foto al papel firmado, para que conste. A Julio, lo que está viviendo le parece surrealista, sensación que se desvanece cuando, tras terminar de ayudar a «la mejor reina maga» –así nombran a la sabia mujer, que se ríe ante la ocurrencia–, Isabel le propone dar un paseo. Él acepta gozoso a la vez que pide, mental y acuciosamente, que haya dejado de llover, porque no es lo mismo llevar ese chubasquero puesto que debajo del brazo. Gaspara se acerca a la ventana, mira y dice: «ha parado de llover». Muerden con ganas los cordiales, la alegría de la vida brilla en sus ojos.

lunes, 26 de noviembre de 2018

36 maneras de quitarse el sombrero, de Miguel Ángel de Rus (Reseña nº 856)

Miguel Ángel de Rus
36 maneras de quitarse el sombrero
M.A.R. Editor, 2018

Que un libro de relatos comience avisando que "Los textos reunidos en este libro están creados con animus jocandi, jamás con anumis injuriandi o animus doli", uno puede ya imaginar lo que va a encontrar en cuanto se atreva a abrirlo.

Y esa frase aparece inmediatamente después del clásico "los personajes y hechos que aparecen en este libro son completamente ficticios... cualquier parecido es pura coincidencia".

Para, en cuanto comienzas a leer, y disfrutar del fino humor del autor, encontrarte con nombres tan parecidos a la realidad que debes creer eso de la "pura coincidencia", pero en sentido inverso: es la realidad la que por pura coincidencia se parece a los textos que vas leyendo. Porque, ya es coincidencia personajes como Javier Solana, o Georges Soros, o... que tanto se parecen a los que encontramos en el relato Retrato de Soros con hiena.

Sí, el libro contiene 36 relatos, los mismos a los que alude el título en la forma de quitarse el sombrero, que seguro Miguel Ángel, al que tengo el placer de segir desde hace bastantes años, en vez de quitárselo se lo puso (seguimos con la realidad-ficción al revés), mientras escribía ¿Por qué no te callas?, que no puede evitar que la no literatura se parezca tanto a ella, a la literatura.

En efecto, el lector va a encontrar, a lo largo de las treinta y seis formas de quitarse el sombrero, la gorra o la boina, a personajes muy conocidos, algo conocidos o totalmente desconocidos, y que inevitablemente le van a recordar algo que ha leído, visto o escuchado  en cualquier medio de comunicación o red social, porque todos ellos son de una actualidad vibrante.

¿Quien no recuerda a aquella actriz porno que batió el récord mundial de hacer el amor con más hombres en sólo veinticuatro días? También nos daremos cuenta lo que se parece, y es pura coincidencia, con el personaje de El pan ácimo.

A mi, personalmente, me han dejado con cierta intranquilidad dos relatos, El cementerio del Père-Lachaise, cuyo final no termino de cerrar; y el Hieródula bellísima, esos momentos de -otra vez- realidad y ficción, tiempo o no, vida o sueño. Porque los sueños, sueños son... Pero los relatos de Miguel Ángel de Rus contienen todas sus fobias, todo lo que le atrae, todo lo que le repele, siempre desde el fino humor que, quienes le conocemos, le sabemos descubrir y que es más cortante que el fijo de una navaja.

Espero que este volumen de sus relatos no sea el último que nos presente el autor, lleva demasiados años dejando a un lado su obra creativa para dedicarse a promocionar a otros escritores.

Lector, 36 maneras de quitarse el sombrero, te sorprenderá desde la dedicatoria a las benditas gaviotas.

PD: Si eres seguidor del buenismo, de lo políticamente correcto, tal vez no deberías abrir el libro.

Francisco Javier Illán Vivas

viernes, 23 de noviembre de 2018

Hablando de libros con Javier Hernández Velázquez

 
Javier Hernández Velázquez (Santa Cruz de Tenerife, 1968). Funcionario de carrera, es el Comisario del Festival Atlántico de novela negra Tenerife Noir. Ha publicado diferentes obras, pero en por Nunca bombardees Pearl Harbor por lo que charlamos con él, la tercera novela en la que aparece su famoso detective Matt Fernández.

Ha ganado varios premios literarios: Los ojos del puente, IV premio Wilkie Collins de novela negra; mención especial del jurado del Premio internacional de novela negra L’H Confidencial, por Un camino a través del infierno. Finalista del premio Benito Pérez Armas en 2009 por En el fondo de los charcos; y segundo premio del concurso de relatos ciudad de Rosario, 2009, por Cajonera City, entre otros.



Una entrevista de Francisco Javier Illán Vivas.

Pregunta.- Los lectores de novela negra conocen a Mat Fernández a través de sus anteriores entregas: Los ojos del puente y Un camino a través del infierno. Ya saben de sus aventuras como detective privado en sus afortunadas islas. Pero en esta novela lo trasladas a Barcelona. 

Respuesta.-  El Noir no tiene fronteras. Porque la ambición y las cotas de poder son consustanciales al ser humano. Creo que la crisis económica mundial que comenzó en 2008, marcará los próximos años. Los fallos en la regulación económica, la gran cantidad de delitos cometidos por los bancos, la sobrevalorización de productos, la crisis crediticia-hipotecaria y de confianza en los mercados y la crisis, parece la palabra de moda, alimentaria mundial, energética, y la amenaza de otra segunda recesión en todo el mundo van a marcar el devenir de lo que queda de primera parte del siglo. Los cambios sociales se han disparado después del crack financiero del 2008 con la caída de Lehman Brothers, y van a motivar situaciones similares a las que dieron nacimiento al hardboiled con el crack del 29 y la Gran Depresión.



P.- La ironía, la sátira, incluso un ácido cinismo es lo que caracteriza a Mat en su visión del mundo que le ha tocado vivir.

R.- Los medicamentos infantiles saben a fresa o menta. Nada realmente importante se puede defender sin edulcorarlo. Es este condimento el único que va a permitir que se escuche lo que tienes, y debes decir. Este mundo no es mejor del que vivieron nuestros abuelos pero sí mucho peor del que encontraron nuestros padres.



P.- Es mi impresión de que en las anteriores novelas, el detective Fernández quedó muy hecho polvo. Y parece que no termina de recuperarse. 

R.- Producto de las cicatrices. Estás ahí para que no olvides el pasado. No duelen físicamente, pero el dolor mental nunca se logra disipar. Y Mat es un luchador, sigue pensando que debe aguantar todos los asaltos del combate y si ha de pender que sea por puntos no por k.o. Aunque al final, siempre existe un rayo de esperanza como la figura, casi espectral, del ciclista Perico delgado coronando entre la niebla el puerto de Luz Ardiden.




P.- Y en la novela que nos ocupa veremos cómo el pasado regresa a él, cuando parece que iba a superarlo.

R.- El pasado es nuestro peor enemigo. El futuro de hecho no existe, de ahí la incongruencia de que nos preocupe tanto y que desaprovechemos el regalo de Dios que es esta vida no viviendo el presente.



P.- En Barcelona, donde la sociedad está dividida casi al cincuenta por ciento, la investigación de Fernández nos descubrirá bastantes claves de lo que allí se vive. 

R.-  Es solo una visión del personaje. Hay tantas visiones como ojos que observan y analizan. Y ante situaciones que parecen irreversibles, lo mejor es regresar al sentido común y evitar que la política controle la vida de los ciudadanos.



P.- Hay en la novela muchas de las cosas que gustan al autor. Referencias al cine, a la música, a la televisión, al deporte, en especial al baloncesto. ¿A quien le gustan más, a Mat Fernández o a Javier Hernández? 

R.-  Sin duda, al 50%. ¡¡¡¡¡¡Ja j aja!!!!!!! Aunque Mat es de los Detroit Pistons y yo de los Chicago Bulls.



P.- Pongamos un ejemplo: unas escenas eliminadas de una película, del género llamado spaghetti westens, dirigida por Sergio Leone, tienen la clave, o eso parece, para desentrañar las claves de un asesinato. 

R.-  En efecto. Aunque no olvide que el principio y el final se entrecruzan en el cine de Leone y que sus películas suelen concluir en un círculo. Una pena no poder haber visto los proyectos que tenía preparados como Stalingrado o su vuelta al western



P.- Por cierto, ¿es Mat Fernández un trasunto de Javier Hernández Fernández? 

R.- ¿O Javier Hernández o un trasunto de Mat? Es una muy buena pregunta a la que no sé dar una respuesta… todavía.



P.- Tengo entendido que Mat Fernández no acaba su trayectoria literaria en esta novela, sino que preparas otra entrega. 

R.- Es que la trilogía versaba sobre la idea de la redención. Era un thriller (Mientras mueres), un noir (Nunca bombardees Pearl Harbor) y una novela histórica sobre la guerra del Rif. Mat volverá, no lo dudes. Bueno, si es que alguna vez nos ha dejado, ¡¡¡¡¡ja, ja, ja!!!!!



P.- Pasemos a otra sección de la entrevista. ¿Cuándo sabes si un texto que has escrito es bueno o malo?

R.-  Cuando lo ha leído mi mujer.



P.: ¿La buena literatura está hecha por gente desobediente? 

R.-  Apuro aún más la respuesta. Escrita por gente independiente y capaz de aislarse de las influencias y condicionantes.



P.- ¿Usas mucho la papelera? Te lo pregunto porque en una anterior entrevista Blanca Andreu nos decía que publicar un libro al año a toda costa para estar en el candelero va en detrimento de la obra, que ella usa mucho la papelera: hay que pensárselo mucho para poner en el papel algo que merezca la pena ser leído. 

R.-  Escribo cuando tengo una idea. Luego la modela. Las ideas literarias nunca deben acabar en la papelera.



P.- Anuradha Roy, la escritora hindú, declaró que escribir es al mismo tiempo un regalo y una opresión. ¿Cómo lo ves tú? 

R.-  Escribir te abre la puerta a un mundo mágico que se rige por tus normas. Es una experiencia inigualable.



P.- Un entrevistado me contestó en una ocasión que nadie que es feliz escribe, como tampoco nace el arte de ningún ser pleno.

R.- La felicidad no tiene nada que ver con la escritura. Ni siquiera creo que tenga nada que ver con la vida. No se escribe para ser feliz, se es feliz escribiendo.




P.- En un mundo que tiende a leer cada vez menos. ¿Qué piensas cuando lees que el año 2017 se publicaron, según la Agencia del ISBN, 87.292 nuevos títulos?

R.-   Que se debían plantar más árboles y tener más niños con una tasa de natalidad en España del 1,6.



P.- El Festival Atlántico de novela negra “Tenerife Noir”, ¿ayuda a cambiar o revertir el que cada vez se lee menos, dando a conocer nuevos autores, potenciando a los ya existentes y acercando a los autores de una y otra orilla del Atlántico?

R.-   Tema social.



P.- No sólo de letras vive el hombre o la mujer. ¿Dónde podemos encontrar a Javier Fernández Hernández en la red? ¿Le dedicas mucho tiempo a ella?

R.-  En su twiter, en su página Facebook y de autor Mat Fernández. Y en una página dominical en el periódico El Día que suelo difundir en redes el mismo domingo y en la que Mat Fernández da bocados de realidad a la actualidad.



P.- Aconséjanos una película. 

R.-  El Buscavidas de Robert Rossen protagonizada por Paul Newman en el papel de Eddie Nelson.



P.- Una obra de teatro. 

R.- Fausto de Goethe.



P.- Y una canción o un tema musical.

R.- Losing my religión de R.E.M.

P.- ¿Un libro? 

R.- A este lado del paraíso de Scott Fitzgerald.



Ha sido un placer, muchas gracias, Javier… o Mat, que ahora lo tengo menos claro que al principio.

sábado, 17 de noviembre de 2018

Cruzar el río, de Rosa Campos Gómez (Reseña nº 855)

Rosa Campos Gómez
Cruzar el río
Editorial Tres Columnas, mayo de 2018

Segisa, el pueblo que Rosa Campos nos presenta en su más reciente novela, puede ser cualquier pueblo de cualquier lugar, aunque su nombre nos pueda recordar a Segóbrida, por ejemplo; pero sobre todo, y no creo equivocarme, que a Siyasa, en antiguo nombre de Cieza, donde ahora reside.

Este dato debe orientarnos hacia donde va la trama de la obra que nos ocupa, y que se va a deslizar ante nuestros ojos con la placentera tranquilidad que el cauce de un río cualquiera desciende en terreno llano.

La protagonista es una mujer, Amalia Alcaráz, que desde muy joven renunció a sus sueños por el amor de quien, pasado un tiempo, la dejó para vivir en Londres. Pero la dejó con una carga de dos hijos, Desta y Carlos.

Y ella, lejos de venirse abajo, lucha por sacar a sus hijos adelante, sin más ayuda que su juventud y sus energías. Hasta que la crisis le obliga a desplazarse desde la ciudad al pueblo, el citado Segisa, a vivir con su padre, quien cobra una pensión no muy voluminosa.

Sin estridencias, como nos adelanta en la contraportada de la novela, Amalia representa la eterna lucha de la mujer por reivindicarse, por tener las mismas oportunidades que el hombre y, para desgracia de ella -si se puede decir así- que persevera en la esperanza de que él, Ricardo Ruíz, regrese.

Es una novela que huele "a lo grande y a lo pequeño de un urbanismo local, a lo sutil que anidaba en todo ello: la calle olía a sol, ya parapetado en los tejados, ya resbalándose por las fachadas que miraban al poniente, y a agua gris de fregar las baldosas con un punto de símil aroma a pino".

Amalia, Desta, Carlos y Pascual se convertirán, lector, en unos entrañables compañeros que revivirán recuerdos del pueblo del que todos, todos, procedemos.

Francisco Javier Illán Vivas

jueves, 15 de noviembre de 2018

Hablando de libros con Pascal Buniet



Pascal Buniet, Saint-Pol-sur-Mer, 1952. Desde 1979 vive en Tenerife, después de haberlo hecho en Irlanda y, por supuesto, en su Francia natal. Ha publicado Lágrimas en el mar, Des larmes d’espoir, La verdadera historia de Gloria T y Sombras en la meta, novela por la que le entrevistamos, al haber sido accésit del VII Premio Wilkie Collins de novela negra.


Una entrevista de Francisco Javier Illán Vivas.

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Pregunta.- Nuestra primera entrevista fue hace ya ocho años, con motivo de haber leído Lágrimas en el mar, novela por la que nos conocimos. Después conversamos también por La verdadera historia de Gloria T. y ahora, nos vemos en Tenerife, después de esos años de amistad epistolar. ¿Qué ha cambiado en Pascal Buniet estos años, aparte de ya no regentar un comercio de ropa deportiva ni un local de restauración?

Respuesta.- Primero debo decir que recuerdo esa entrevista de hace ocho años con mucho cariño porque era la primera entrevista que me hacían y sigo agradecido por ello.

En esos años ha pasado tiempo claro y con el tiempo uno va cogiendo experiencia y oficio. Lagrimas en el mar fue un primer paso. Publicar con M.A.R. editor ha sido otro gran paso porque he entrado a ser parte de un equipo, con apoyo real. He aprendido que escribir es solo un aspecto y que el otro es llegar a los lectores. Eso significa moverse, asistir a eventos, ferias, con dedicación. Lo que hago ahora con gusto y tiempo.





P.- Hay una expresión tuya que me agrada bastante oírtela decir, sobre todo, con tu acento: “soy francés, pero no practicante”. ¿Qué nos quieres decir?

R.- Con eso quiero dejar claro que no pertenezco a la categoría de los extranjeros que vienen a establecerse en España y se encierran en su mundo, creando colonias y quedando al margen de la realidad y cultura española. Eso no significa que reniego de mi nacionalidad. Soy orgulloso de ser francés y feliz de vivir integrado en España.





P.- Iremos acercándonos poco a poco al motivo de la entrevista, pero, como introducción, permíteme otro inciso en tu vida. ¿Es Tenerife el paraíso que descubriste hace cuarenta años? ¿O también hemos perdido esos paraísos?

R.- No es el mismo paraíso que entonces, pero tampoco es el mismo mundo, ni soy yo la misma persona. Si miramos atrás en busca de paraísos perdidos vamos a encontrar muchos, y en muchos ámbitos. Prefiero vivir el presente, sin nostalgia por el pasado. Eso de que los tiempos pasados eran mejores no va con mi forma de ver la vida. Mi formula es: “Eres viejo cuando pasas más tiempo mirando al pasado con nostalgia que al futuro con ilusiones”.





P.- Tu novela Sombras en la meta, y ya entramos en materia, fue accésit del VII premio Wilkie Collins de novela negra, y citar este premio, son palabras mayores. La editorial convocante ha mantenido durante estos años un pulso por la calidad de las obras que, el pasado año se vio gratificado con la ganadora, reconocida por toda la prensa especializada como la mejor obra de novela negra. Nos referimos, claro está, a Ya no quedan junglas donde regresar, de Carlos Augusto César. Tu novela, decimos, nos acerca a Tenerife, al deporte, y dentro de él, a una prueba de resistencia que tú has corrido en varias ocasiones.

R.- Si, la novela empieza en la meta de Tenerife Bluetrail, una prueba importante en el mundo del trail running  con más de 3500 participantes. He participado varias veces.

Es un marco inhabitual para una novela negra, naturaleza, paisajes de montaña, sol, y deporte. Esas pruebas reúnen una gran variedad de individuos que tienen en común la pasión por esa actividad pero por otra parte, cada participante lleva en la espalda además de su mochila, un pasado. Significa que ahí también hay muchas historias para contar.

La novela combina dos aspectos que se entremezclan: la carrera con su ambiente y la trama en sí, la misteriosa desaparición de un corredor. La resolución del enigma va mucho más allá de la meta.





P.- Sombras en la meta es una novela negra que sería difícil definir de esa forma por los ortodoxos de la materia. Pero es más cosas, dime, ¿policíaca, detectivesca, acaso deportiva?

R.- Yo la clasificaría como policiaca o enigma. Existe una misteriosa desaparición, una investigación policial y además la víctima es un deportista en una competición y muchos más elementos que no puedo desvelar… Se la puede clasificar de muchas maneras según el ángulo en que se mira. Eso no me disgusta.





P.- A Pascal Buniet no le gusta añadir sangre o sadismo innecesario a la trama de la novela.

R.- No. Sombras en la meta no pertenece al estilo negro en el cual todo el mundo mata como si la vida no valía nada. Sera porque mis gustos de lectura no van por ahí. Cuando introduzco un asesinato o violencia es por alguna razón inherente a la historia, lo que llamaría asesinato “útil” para la trama. No busco tener un muerto a cada diez páginas, ni ríos de sangre por morbo.





P.- Después de leerla sigo preguntándome cómo es posible que el microchip que lleva un corredor de una prueba deportiva pueda certificar que cruzó la meta, o pasó uno de los controles intermedios pero que, realmente, no lo ha hecho. ¿O sí? El misterio lo planteas bien.

R.- Pues si, en ese tipo de prueba cada corredor lleva un chip del tamaño de una moneda atado en los cordones de sus zapatos que permite a la organización comprobar los pasos por los controles, los tiempos en esos puntos y en la llegada. En Sombras en la meta uno de los corredores pasa todo los controles, su tiempo está registrado en la meta pero ni su mujer que le esperaba en la meta ni  nadie le ha visto llegar. ¿Llegó y se marchó? ¿No llegó? ¿Por qué pitó su chip en la meta?

Así empieza todo. Ahí está el enigma que se tratara de resolver, es como la punta de un iceberg.





P.- El lector debe entender que esta novela no trata sobre la Bluetrail, pero que esta prueba es importante en la trama. Como lo es la orografía de Tenerife.

R.- Efectivamente, todo empieza ahí. En una parte de la novela se describe el ambiente de la carrera visto desde dentro, el paisaje, los montes de Tenerife, las sensaciones de los corredores, acercando ese mundo a los que no entienden porque esos corredores se castigan con tantos sufrimientos.

 Pero cuidado, eso solo es el ambiente, el decorado donde se enmarca el enigma. Poco a poco el lector se verá envuelto en una espiral que le llevara hasta otros mundos como el de la droga y de los carteles de Colombia por ejemplo.





P.- Como si se tratase de la prueba Bluetrail, tú has recorrido parte de la geografía española con Sombras en la meta. Y con bastante éxito de público.

R.-Si. Empezamos con presentación en el festival de novela negra Tenerife Noir, ferias de libros pasando por Lanzarote, Las Palmas, la Semana Negra de Gijon, Somnegra en Barcelona sin hablar de las entrevistas, radios, tele y clubes de lectura. Mucho en poco tiempo. Todavía falta recorrido para llegar a la meta.

Por otra parte en lo que concierne el éxito se debe a dos factores: primero, se trata de una historia que engancha y, segundo, hoy en día todo el mundo tiene un amigo, un primo, un hermano, un cuñado o una suegra que corre. El libro se ha convertido en el regalo ideal para quedar bien a precio razonable.





P.- En tu novela has conseguido que haya equilibrio en la trama, pues lo centras en el tiempo que transcurre la carrera y en resolver el misterio.

R.- Efectivamente. He procurado introducir la trama desde el principio, en el espacio dedicado a la prueba en sí, para enganchar al lector que no es aficionado a ese deporte. Por otra parte muchos de los deportistas que no son muy aficionados a la lectura se han acercado al libro porque trataba de trailrunning y se han quedado enganchados hasta el final por la trama policial.





P.- Sin lugar a dudas, Pascal Buniet se siente a gusto donde vive desde hace cuatro décadas. Tus novelas giran alrededor de los paisajes que conoces.

R.-Evidentemente no me hubiera quedado tanto tiempo en Tenerife si no estuviera a gusto. Mis novelas se desarrollan en lugares que conozco. He vivido principalmente en Francia, Irlanda y Tenerife.

Lágrimas en el mar se desarrolla entre Tenerife, Irlanda y algo en Francia. La verdadera Historia de Gloria T y Sombras en la meta en Tenerife.

Supongo que es más fácil hablar y describir lo que uno conoce o tiene cerca. Aunque puede sorprender que Francia sea tan poco presente en mis escritos.





P.- Dime, antes de pasar a un bloque más general: ¿El pasado siempre nos alcanzará?

R.- En todas mis novelas, los protagonistas vuelven a enfrentarse a su pasado de una manera u otra. Nuestras acciones del pasado vuelven como un boomerang al presente, para bien o para mal.

Tengo que añadir que yo no era consciente de que ese aspecto reaparecía en mis tres novelas hasta que me lo comentaron lectores. Somos la suma de las cosas que acumulamos día a día, como la bola de nieve que baja la pendiente, que va creciendo recolectando todo tipo de materiales. Materiales valiosos y también basura.





P.: ¿La buena literatura está hecha por gente desobediente?

R.- Esa frase suena bien, pero no es necesariamente así. La buena literatura está hecha por gente que tienen algo que expresar y lo consiguen,  la rebelión no es una necesidad sine qua non.





P.- ¿Cuándo sabes si un texto es bueno o malo?

R.-  Bueno: Cuando ralentizas el ritmo de tu lectura para disfrutarla y saborearla.

Malo: Cuando tienes la impresión de estar perdiendo el tiempo, empiezas a leer en diagonal terminas en vertical y cierras el libro.





P.- ¿Escribir es al mismo tiempo un regalo y una opresión?

R.- Si, cuando el placer de expresarse se enfrenta al miedo a no conseguir plasmarlo.





P.- ¿Qué me respondes a esta afirmación de Francisco Gijón: nadie que es feliz escribe, como tampoco nace el arte de ningún ser pleno?

R.-  Je je. Muy radical.

No comparto. ¿Por qué no sería posible expresarse desde la felicidad, ni crear desde la plenitud? Las creaciones de seres frustrados e infelices serán diferentes pero no tendrían por qué ser mejor. ¿El dolor intenso seria más potente que la felicidad suprema? En algunos casos quizás pero de ahí a sentenciar con ese “nadie”…

Cuantos magníficos poemas están escritos desde el amor y la felicidad.





P.- En un mundo que tiende a leer cada vez menos. ¿Qué piensas cuando lees que el año 2017 se publicaron, según la Agencia del ISBN, 87.292 nuevos títulos?

R.- Las nuevas tecnologías no favorecen la lectura de libros. Antes, en las salas de espera o en la playa, la gente se llevaba un libro, hoy en día el teléfono móvil es el centro de atención.

Por otra parte, creo que a todos los que escribimos nos gustaría que no se publiquen tantos libros a condición que los nuestros sean de los que se queden. 





P.- No sólo de letras vive el hombre o la mujer. ¿Dónde podemos encontrar a Pascal Buniet en la red? ¿Le dedicas mucho tiempo?

R.- Internet se ha convertido en una ventana al mundo donde todos nos asomamos. Así que le dedico tiempo para que el público sepa que existen mis libros porque la base para que alguien los compre es que sepa que existen.

Me pueden encontrar en Facebook, (“Pascal Buniet”, “Sombras en la meta”, “Lagrimas en el mar”), y también en mi página de autor: www.pascalbuniet.com





P.- Aconséjanos una película.

R.- Final escape, Alfred Hitchcock





P.- Una obra de teatro.

R.- “The importance of being Ernest”, Oscar Wilde.





P.- Y una canción.

R.- The thrill is gone, B.B.King





P.- ¿Un libro?

R.- No vemos allá arriba, Pierre Lemaitre…y… Sombras en la meta de Pascal Buniet, claro.





Muchas gracias.

Gracias a ti.