Acomodaba el
equipaje cuando la vio ¿Qué hacía allí? Miró el billete, decía bien claro: Compartimento
diecinueve –Fecha –Hora –Destino. Por último con letras pequeñas «El Tren de
las Estrellas le desea buen viaje».
Había pagado
caro el pasaje para poder viajar solo sin tener que escuchar la conversación
fútil que en estos casos todo viajero cree necesaria. Más aún en la víspera de
navidad cuando los sentimientos emergen a flor de piel y pareciera que el alma
se apoderase por entero del cuerpo. En estos casos, incluso más en un viaje,
todo es vivido en dimensiones mayores que en cualquier época del año. Hablar
nos hace andar por la monotonía del presente como si fuese el futuro anhelado.
La noción del tiempo se torna un espejismo que nos conduce a un ensueño sin
distinguir la realidad de la fantasía.
La miraba de
reojo. Concentrado en encajar la valija en el sitio indicado. Aprovechaba el
momento para apaciguar el fastidio provocado por la presencia de la
desconocida.
Su temperamento
disconforme y una infancia difícil le llevaron a escoger pasar la navidad en un
vagón de tren. Lejos de los augurios de amor y paz. Ahora se veía obligado a
compartir el espacio con una mujer que nunca había visto. Enmascaró su estado
de ánimo y, de pie, frente a ella, le extendió la mano y dijo amablemente:
─Mi nombre es
Gaspar Clement.
La mujer
respondió con los labios apretados, como si simulara una mueca
─Me llamo S.
─¿S? ─repitió
sorprendido
Ella no
respondió, se limitó a mirar el paisaje a través de la ventanilla. Después
abrió un libro forrado en papel madera y comenzó a leer.
Gaspar la
observaba, mejor dicho, la espiaba. Menuda, casi diminuta de piernas largas
extendidas hasta rozar la punta de sus zapatos, una suerte de caricia
sublimada. Leve roce que podría servir de disculpas «No me di cuenta. Qué torpe
soy». Al terminar de recorrerla con la mirada llegó a la conclusión que S era
una contradicción, por lo menos físicamente, porque hasta el momento solo
habían cruzado algunos monosílabos.
Una idea endiablada se apoderó de él ¿Por qué
no seducirla? y hacer del viaje una aventura sexual? Sentir el riesgo de sucumbir
con alguien que nunca había visto. Ser arrastrado por la adrenalina caliente
bajando, como un río, en la búsqueda desesperada de su cauce. Sabía muy bien
cómo hacerlo. Era tan solo utilizar las palabras exactas. El inicio al merodeo
sensual. Encontrar el vértice en el otro y acoplarse a él. Sentir el placer
intensamente sin importar si será eterno o momentáneo. Absorto en estos
pensamientos se sobresaltó al escucharle decir
─Usted tiene
nombre de rey mago.
Se alegró al
oírla. Le servía de argumento para llevar adelante su plan. Quedamente agregó
─Mis hermanos se
llaman Melchor y Baltasar. Nuestros nombres se deben a que los tres nacimos un
seis de enero, en diferentes años, claro.
Ella esbozó una
sonrisa pueril al contestar
─Dentro de poco
será su cumpleaños, y el de sus hermanos.
Gaspar sintió
una puntada imprecisa en el cuerpo. Debía dejar de lado el dolor que convivía
con él hacía años. Era el momento de aprovechar la conversación y llevar
adelante su plan. Sin pensar demasiado arriesgó una frase.
─Sus ojos son
verdes y húmedos como una mañana en la campiña.
S pareció no
escucharlo. Se había sumergido nuevamente en la lectura. Él, simulando
curiosidad le preguntó.
─¿Qué está
leyendo?
Ella cerró el
libro. Antes de responderle recorrió con la mirada las paredes del vagón, como
si recién descubriera sus tintes dorados.
─ Es una novela,
se llama «El Viaje»
─¿De qué trata?─
preguntó él, fingiendo interés
─Recién empecé a
leer. Voy por la primera página.
Fue el argumento
para Gaspar poder decir
─No traje lectura,
me la olvidé en casa. Si usted fuera tan amable de leer en voz alta…para mí…
S inclinó el
cuerpo hacía adelante y apoyó los codos sobre las rodillas. Esta posición
favorecía para que Gaspar pudiese escuchar y al mismo tiempo ver los senos de
la muchacha insinuándose por el escote de la blusa de seda. Le disparó el
corazón al pensar que tal vez S buscaba lo mismo que él. Mujercita simulando
ingenuidad cuando en realidad escondía una piel felina y astuta. Gestos recíprocos, apenas perceptibles, lo
impulsaban a continuar, por otro lado, albergaba el miedo al rechazo.
Languidecía por el deseo de poseerla. Estaba debatiéndose en este mar de
contradicciones cuando escuchó la voz de S comenzando a leer en voz alta, como
le había pedido.
Está sentado frente al hogar a leños en la sala
espaciosa. Lleva puesto el pullover rojo que heredó de su hermano mayor cuando
a éste no le sirvió más.
Escucha a su madre. Está en el piso superior de la
casa. Entona una canción de cuna. La voz de ella le llega como si saliera de
dentro de una espira y bocanadas de viento la impulsaran, desde el cuarto de
arriba, hasta la sala donde él se encuentra, sentado sobre el piso de madera
rugosa. Imagina la escena. Su mamá acunando a su hermano menor entre sus
brazos. Seguramente lo mira con ternura. No recuerda si su progenitora alguna
vez lo sostuvo en brazos. Si bien no pasó mucho tiempo, no puede recordar. Un
dolor agudo le punza el pecho «es el precio por ser el hermano del medio» piensa.
Frase trillada que escucha decir a menudo a su familia.
Mañana será navidad. Esta noche es la gran cena.
Habrá dulces y pavo asado. Cuando todos duerman Papá Noel bajará por la
chimenea y dejará regalos. Él le pidió un tren eléctrico con estación de
pasajeros, puentes y paisajes. Ha rezado mucho para que su pedido se cumpla.
A la mañana siguiente lo despiertan las voces
alegres que llegan desde la sala. Sale de la cama. Desciende la escalera
lentamente, como para agregarle suspenso a la sorpresa. Al llegar al último
peldaño su hermano mayor le muestra el regalo que acaba de recibir: una
escopeta con las iníciales de él grabadas en la culata. Tiene las mejillas
encendidas y le grita eufórico:
─ ¡Voy a poder cazar codornices!
Va hacia el árbol navideño. Las lucecitas con forma
de velas aún están encendidas. Su madre le alcanza dos envoltorios. El primero
es una bufanda de lana color marrón. El segundo un frasco de mermelada casera.
En la etiqueta dice «Tutti Fruti». La madre le susurra al oído.
─Santa tuvo poco dinero este año…Quién sabe los
reyes…
Él sabe que ella está mintiendo. Ellos no festejan
el día de reyes.
S dejó de leer
al notar que su oyente tenía los ojos llenos de lágrimas. Estremecida le
preguntó:
─¿Se siente
usted bien? ¿Puedo ayudarle en algo?
Gaspar sentía el
cuerpo lacerado de dolor. Apenas pudo murmurar
─Siéntese a mi
lado por favor.
Ella obedeció.
Apoyó una mano en el pecho de él prodigándole calor, mientras con las yemas de
los dedos hacía dibujos imaginarios sobre el corazón acongojado del hombre.
Luego ambos se quedaron dormidos.
Cuando Gaspar
despertó S aún dormía, la contempló… inerme, enigmática…, su cuerpo emanaba
aromas únicos. Sus sentidos quedaban sumidos en una nebulosa. Deseaba que lo
acariciase otra vez, con las manos y con la boca, que bebiese su esencia gota a
gota hasta absorber entero, sin piedad, su cuerpo apesadumbrado.
Al despertar S
le preguntó cuánto tiempo había dormido y cuánto faltaba para llegar. Gaspar,
alcanzándole una taza de café respondió:
─Faltan dos días
y dos noches para llegar a destino.
Ella bebió el
café en silencio. Seguidamente sacó de su cartera un espejito y una barra
labial. Comenzó a delinearse los labios. Un ir y venir por la boca carnosa. Los
presionó con fuerza y dio fin al ritual recorriéndolos con la punta de la
lengua. Después le preguntó a Gaspar:
─¿Quiere que
continúe leyendo en voz alta?
─Sí, por favor
─respondió él
S comenzó a
narrar.
Cuando tenía dieciséis años sus padres lo llevaron
al médico. Debido al dolor indefinido que sentía en todo el cuerpo. Luego de
variados exámenes el doctor Gonzaga diagnosticó un problema somático producido
por la congoja del alma. Los orientó a consultar una psicóloga. El jovencito
necesitaba respuestas para sus innúmeras preguntas. Con el tiempo confirmaría
que su existencia, al igual que la de todos, sobrelleva angustia y ésta, pasado
o presente, es la carga que debemos soportar en el misterio de ser y estar.
Adelaida, la psicóloga, era una mujer cuarentona de
origen germánico. Tenía la voz aflautada y acostumbraba pintarse los labios de
color rojo sangre. Este tono resaltaba aún más los dientes grandes y
desparejos. A los tres meses de frecuentar el consultorio de la mujer, esta le
dio su diagnosis:
─Querido, padeces del síndrome del hermano del
medio. Te sientes relegado…olvidado por todos. La aflicción crece dentro de ti,
se expande por todo tu cuerpo provocándote dolor. También te preguntas por qué
y para qué estás en este mundo. A veces deseas no haber nacido. Desembocas, sin
proponértelo, en la abulia precedida por la desesperanza. Pero no debes inquietarte,
tu mirar desvalido tendrá consuelo. Más de lo que imaginas.
La habitación
apenas iluminada por la tenue luz ámbar de un velador, mostró la sombra de la
mujer aproximándose a él felina. Lo llenó de caricias carmín. Sus pechos desprendían
flores fluctuantes… perfumadas… escurriéndose por el flujo caliente de sus
genitales. Flores arrasadoras como el fuego, sublimes como una tarde de sol.
Sucumbía al
placer… sin culpa…, ingenuamente perdido en la inocencia arrebatada
astutamente. Arremolinado en un torbellino difícil de definir desde los
sentidos…
Nunca más volvió a ver a Adelaida pero hubo muchas
otras que lo apaciguaron con igual frenesí. Lamentablemente la sensual
terapeuta no llegó a enseñarle el enigma del sexo unido al amor. Se convirtió
en un hombre que solo usufructuaba el intercambio físico. Paliativo balsámico
para su existencia que no le estremecía el espíritu. Su sensibilidad quedaba
atrapada en un profundo letargo. Como resultado de ello, la angustia
crecía dentro de sí como una ameba presa
en los recovecos de su cuerpo produciéndole un dolor inexplicable que se
diseminaba día a día.
Gaspar no pudo
esconder el llanto. Con la voz entrecortada dijo:
─Conozco muy
bien ese sentimiento… el corazón cerrado como un puño dentro del pecho… pesa… duele…
nada lo alivia. Navidades en soledad. Huir de todo y de todos… lejos y lejano.
Contacto excitante que atiende el mal por un momento…
S se aproximó
con sigilo. Percibió la necesidad de transformar las palabras en suave roce. Lo
envolvió por completo con su manto de misterio. Sus dedos largos y finos
hurgaron el cuerpo lastimado del hombre. Detonaba en el toque cada partícula de
pesar albergada.
Él, mansamente, se dejaba llevar por esa
sensación desconocida. Era donde quería permanecer para siempre. Ya no
importaban las respuestas a las preguntas inacabadas. Suave… laxo… inimitable/
Armonía perfecta/ Sortilegio deseado/ Enigma develado/ Rueda infinita de
anhelos/ Pasiones a la deriva/. Ser pródigo que en la sombra se debate/Padece
desconsuelo/Sin amor/Sin noción.
Gaspar vibró, se
agitó… tiritaba turbado. Luego se adormeció en los brazos de S como un niño… dulce…
impasible.
La mañana del
veintiséis de diciembre el guarda-inspector abrió la puerta del compartimiento
diecinueve. Encontró a Gaspar dormido, o creyó que él dormía. Al acercarse notó
su cuerpo inerte. En su regazo abrazaba un libro forrado en papel madera cuyas
hojas estaban en blanco.