lunes, 6 de marzo de 2017

Una carta para Laura



                            
 
    A mi hijo Luciano, por tantas satisfacciones que me ha dado
                                               a lo largo de su vida.



Hoy te conocí en la escalera, llegabas a través de la puerta del ascensor en una bandeja de hospital.
Llorabas.
La enfermera pasó ante mí y observé tu mirada, y aterrada vi en ti la cara de mi padre; en ella pude ver, espléndidos, tus enormes ojos redondos de los que no sabría definir su color. Me recordaste a él y entonces supe que eras tú; por precaución pregunté:
— ¿Es la nuestra?
Aquella señora me miró con ilusión, y con una sonrisa emocionada dijo sí.
Indescriptible el sentimiento, el sueño se tornó realidad; recordé algunas palabras de los míos, de aquella gente que ya no está; personas que antaño ocupaban una silla en casa durante la comida de Navidad. Parecían hablar, una sensación que me trastornó durante un tiempo, como si pudiera llevar una conversación con los muertos que viven en mis fotografías de salón.
—Los niños traen niñas. —decía mi tía—ya la tendrás.
—Pero no será mía.
—Será de un hijo tuyo.
Vi como te apoyaban en el pecho de mi hijo mientras no llegaba tu mamá. Observé su cara de satisfacción y como sus grandes brazos te arropaban con suavidad. Entre su barba y su hombro abandonaste el llanto.
Entonces lloré.
Después de tantos años sin ver a mi padre pude sentir su presencia e incluso pude escuchar su voz.
—Se parece a ti, tiene tus ojos… Es igual que tú cuando naciste.
—No papá, tiene los tuyos. —Contesté.
— ¡Felicidades, anciana! —Le vi sonreír.
Observé a mi madre y pude ver la felicidad en su rostro; te miraba pero yo…yo supe que él le hablaba al oído.
Fui “dadora de vida” de dos hombres y ahora soy abuela de una chica; ¡nada más y nada menos que una chica!  La primera vez que te cogí en brazos en el hospital, sujetaste mi dedo con tu manita y me ganaste para siempre.

Te quiero.

© María Teresa Fandiño

28/02/2017

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