lunes, 14 de noviembre de 2016

El aviso



El día ha amanecido turbio. No sabe a ciencia cierta por qué el zumbido de moscardón que comenzó como una sensación de malestar, se ha extendido a músculos, cabeza, vísceras, piel… apoderándose de su cuerpo hasta no percibir más que el estremecimiento que sacude sus neuronas.

Hay un encogimiento imperceptible que le achica hasta recluirle en su cueva. Ermitaño impenitente. Convulso, analiza la causa. Cuál puede ser el origen detonante de su desazón. Aparentemente todo está como siempre. La vida fluye serena en su entorno familiar. Todo está dentro del contexto lógico. Nada hay que altere la distribución de espacios, afectos, pasatiempos.  El lago del tiempo, plácido espejo imperturbable, refleja tranquilidad.

Qué es pues lo que le desazona de tal manera. Siente la muerte rondando en espirales de sombras. La enfermedad descarnada planea burlar las defensas. Percibe su olor de musgo corrompido. El miedo afila sus garras. La incertidumbre acecha. La tristeza avanza haciéndose un hueco entre las filas invasoras. La pizarra del cielo acompaña su percepción pintando de gris marengo la mañana. 

El aviso de lo imprevisto se ancla en su interior. Está por suceder lo no deseado. Intuye como otras tantas veces la sacudida que llega. Alguien cercano peligra. Los indicios son claros. Todo él se apresta a recibir el golpe. En las próximas horas. En los próximos minutos. Sucederá. Está seguro.  

Resignado se prepara para encajar el impacto. Pide, en su fuero interno, estar equivocado. Y reza, sin oración ni iglesia, desgranando su plegaria.

Maica Bermejo Miranda

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