lunes, 28 de marzo de 2016

El niño pastor



Érase una vez un niño que no sabía leer, ni tampoco escribir. Conocía, eso sí, las letras. Las veía cada tarde dispuestas en cualquier parte cuando el Sol se ponía y bajaba al pueblo con el rebaño. Las veía y como no sabía cómo se llamaban, decidió que daría a cada una el nombre que le pareciera más bello.
Las juntó luego. De esta manera. De la otra. Hasta formar con ellas un rebujón de palabras que parieron versos.
Y ahora déjame contarte un secreto… Pero, ¡chist! Que tiene que ser por lo bajito, que las leyendas son susurros y si las cuentas en alto las arrastra el viento.
Aquellos versos criaron unas piernas muy chicas.
Muy chicas.
No faltó, no, quien contemplase tal maravilla. Como tampoco lo hizo aquel que despertara una noche de madrugada, sobrecogido por el ruido de mil pasitos que saltaban de un cuaderno.

Lola García de Luna

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