Érase
una vez un niño que no sabía leer, ni tampoco escribir. Conocía, eso sí, las
letras. Las veía cada tarde dispuestas en cualquier parte cuando el Sol se
ponía y bajaba al pueblo con el rebaño. Las veía y como no sabía cómo se
llamaban, decidió que daría a cada una el nombre que le pareciera más bello.
Las
juntó luego. De esta manera. De la otra. Hasta formar con ellas un rebujón de
palabras que parieron versos.
Y
ahora déjame contarte un secreto… Pero, ¡chist! Que tiene que ser por lo
bajito, que las leyendas son susurros y si las cuentas en alto las arrastra el
viento.
Aquellos
versos criaron unas piernas muy chicas.
Muy
chicas.
No
faltó, no, quien contemplase tal maravilla. Como tampoco lo hizo aquel que
despertara una noche de madrugada, sobrecogido por el ruido de mil pasitos que
saltaban de un cuaderno.
Lola García de Luna
Gracias por volver a publicar mi cuento :)
ResponderEliminar¡Un abrazo y Felices Pascuas!