Yaces en brazos
del sueño,
poeta, cabrero y
ruiseñor.
Tu voz
desgarrada se eleva
al amparo de la
tierra.
Tu esencia
palpita
y emociones
desgranas,
en tiempos de
lucha,
contenidas en
baladas.
Peregrinos te
buscan
y recitan tus
poemas,
Nanas de la
cebolla,
Hijo de la luz y
de la sombra.
Versos de sangre
y lágrimas,
por ti, otros la
voz alzan
para despertarte
con tus propias
palabras.
Lírico y pastor,
pastor de cabras
y poemas,
amante del
campo,
de la tierra de
Orihuela.
Flores en las manos
Flores
en las manos
crecen,
maduran,
y no se marchitan nunca.
Honrar
cada mañana
al
sol, al aire y a la brisa,
que
con cautela se derraman.
Observar
como un niño,
con
inocencia y ternura,
el
día que se acaba.
Entregar
ramilletes de luz
que
en la noche alumbran
hasta
la llegada del alba.
Flores
en las manos
brotan
espontáneas
y
no se marchitan nunca.
La mudez de la
oscuridad
Traes
contigo el silencio,
la
mudez de la oscuridad,
la
de las horas vacías.
Traes
contigo la despedida,
el
adiós a la existencia
y
el abrazo a las cenizas.
Traes
contigo la soledad,
la
mezquina compañera
del
desierto y de las ruinas.
Traes
contigo la angustia
a
las personas que no buscan
ni
la soledad ni la despedida.
Laberinto
El sol
deslumbra,
repta entre las
ramas,
exhibiendo con
ahínco
la espesura de
las hojas
que forman el
laberinto.
Como un
relámpago
la esperanza me
abraza,
tan afanosa,
que arranca la
angustia
de mi ser en
briznas.
Los rayos
encandilan,
acarician mi
piel,
nublan la mente
y la armonía
prende;
me ciega al
atardecer.
Agraciado
disfraz,
indulgente
armonía,
que con rigurosa
falacia
ahoga con engaño
la feroz
melancolía.
Mercedes Tormo Muñoz
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