jueves, 6 de febrero de 2014

La mujer del viajero en el tiempo, de Audrey Niffenegger (Reseña nº 605)

Audrey Niffenegger
La mujer del viajero en el tiempo
DEBOLSILLO, 2006


«El tiempo del reloj es nuestro banquero, recaudador de impuestos, inspector de policía; este tiempo interior es nuestra esposa». (Man and Time, J.B. Priestley)

A partir de este epígrafe, Audrey Niffenegger concibió la vida de Henry, un hombre que no solo está casado con Clare, sino también con el tiempo. Un desorden genético provoca que viaje de forma impredecible a través del mismo, mientras su esposa se acostumbra a sus constantes ausencias refugiándose en el arte. A través de sus esculturas avícolas elaboradas en papel, consigue representar la belleza, fragilidad y, sobre todo, la nostalgia. Y es que «La mujer del viajero en el tiempo» es una metáfora del fracaso en las relaciones sentimentales con la que su autora expresa su propia frustración ante la incapacidad de conservarla. 
 
Igualmente, esta atípica novela romántica inspirada en la ciencia ficción, alude a una temática tan compleja como el determinismo. Es decir, la filosofía basada en la relación causa-consecuencia por la que, irremediablemente, todos los acontecimientos, incluyendo nuestras acciones y pensamiento, presentes están determinados tanto en el pasado como en el futuro.

Audrey Niffengger deniega a sus personajes el poder de elegir y tomar sus propias decisiones, carecen de libre albedrío, porque Henry es incapaz de tener el control de su propio cuerpo cuando se producen estos desplazamientos en el espacio temporal. 
 
«La casualidad solo funciona hacia delante. Las cosas solo ocurren una vez, nada más. Si sabes lo que va a suceder… La mayoría de las veces yo me siento atrapado. Si estás en tu presente sin saber nada…, eres libr

Por esta razón, la novela empieza con el encuentro de Henry y Clare en el presente de ambos provocando una situación surrealista (e incómoda) para ambos. Una primera cita verdaderamente inolvidable, tanto para los protagonistas como el lector, en la que se revelan acontecimientos pasados ocurridos durante la infancia de Clare, pero en los que Henry todavía no ha coexistido junto a ella, así como otros futuros en los que estarían “relativamente” juntos. Y es que las constantes ausencias de Henry son una alegoría a la falta de comunicación o el distanciamiento en la pareja después del idílico romance inicial.

«Las breves ausencias de Henry amenazan nuestra vida en común en este apartamento demasiado pequeño. A veces él desaparece discretamente: a lo mejor he salido de la cocina, me dirijo al vestíbulo y descubro un montón de ropa en el suelo, o bien me levanto de la cama por la mañana y veo que sale agua de la ducha a pesar de que no hay nadie en ella. En ocasiones es aterrador. (…) A veces me despierto por la noche y Henry no está a mi lado. Por la mañana sé que me contará adónde ha ido, del mismo modo que los demás maridos les cuentan a sus esposas los sueños que han tenido. (…) Cuando era pequeña, siempre deseaba ver a Henry. Cada una de sus visitas suponía todo un acontecimiento. Ahora, sin embargo, sus ausencias representan el vacío, una resta, una historia que tendré que oír cuando mi aventurero se materialice a mis pies, sangrando o silbando, sonriendo o temblando. Ahora tengo miedo cuando se marcha»

La autora nos describe la evolución de su relación a través de sus sucesivos encuentros (pasados, presentes y futuros) con una prosa ágil que dinamiza la lectura. A pesar de la compleja estructura narrativa, los acontecimientos están secuenciados de forma cronológica para facilitar la comprensión de la historia después de los primeros capítulos que oscilan entre diferentes espacios temporales, sin que todavía no tengamos un conocimiento preciso sobre los acontecimientos sucedidos a posteriori. De hecho, nuestra sorpresa inicial ante el giro de los acontecimientos desaparece, venciendo cualquier reticencia que pudiera existir al respecto, tal y como le ocurre a Clare cuando acepta a Henry y, por subsiguiente, el destino que compartirán juntos. Es más las emociones experimentadas por Clare durante aquellos encuentros son exactas a las del lector conforme va leyendo, incluso podríamos decir que ambos desarrollan unos sentimientos similares de forma consecutiva. 
 
Si bien, Audrey Niffengger intercala de forma equilibrada la narración entre Clare y Henry para evitar el excesivo protagonismo de uno frente al otro, pues la esencia de la historia reside en su vida común. La primera aporta realismo a la novela mediante la descripción de situaciones cotidianas, mientras que el segundo representa la vertiente fantástica con la mención de sus encuentros entre sus diferentes yo o las técnicas de supervivencia aprendidas durante sus viajes. 
 
Adviértase que la vida de Clare cambia por completo cuando aparece Henry en ella, es decir, la irrupción del amor altera su percepción de la vida, así como su relación con el resto de personas. La normalidad adquiere una nueva dimensión que, aunque diferente, acepta sin contemplaciones para poder estar con la otra persona. De esta forma, la autora reafirma la filosofía del determinismo, porque ninguno pretende alterar su destino ni siquiera cuando comprenden las consecuencias que pudiera tener en la vida del otro.

«-Por el amor de Dios, Clare, ¿qué necesidad tienes de casarte con una persona así? ¡Piensa en los hijos que podrías tener! ¡Apareciendo la semana que viene y volviendo antes del desayuno!

-¡Sería de lo más excitante! Como Mary Poppins o Peter Pan.

-Piensa en ello un instante cariño. En los cuentos de hadas siempre son los niños los que viven fantásticas aventuras. A las madres les toca quedarse en casa, esperando que sus hijos regresen volando por la ventana»

En ese aspecto, las paradojas temporales, inherentes en cualquier relato sobre viajes en el tiempo, contribuyen en el desarrollo de la historia. De hecho, los fragmentos más interesantes corresponden con la relación entre Clare y Henry en el presente, cuando todavía no se han producido los viajes a la infancia de ella y, paradójicamente, necesitan tiempo para conocerse. A pesar de que Clare es consciente de encontrarse ante su futuro marido, la imagen actual no corresponde con el Henry del pasado (o futuro, en función de la perspectiva), provocando las primeras inseguridades en su relación.

«Se me ocurre que Clare quizá preferiría estar con esta edición posterior de mi persona, ya que, a fin de cuentas, ellos dos se conocen bastante mejor. (…) Soy una ajustada aproximación al original, que ella guía subrepticiamente hacia un yo que existe en su memoria visual»

«La mujer del viajero en el tiempo» es, de forma simultánea, real y ficticia. Los conflictos descritos por Audrey Niffengger en la vida de Clare son los propios de cualquier persona, pues aluden a la disyuntiva que provocan nuestro sentimientos hacia determinadas personas, como la ausente relación con su madre. Posteriormente, Henry manifiesta nuestro deseo por evadirnos de la realidad, de desaparecer dejándolo todo atrás, así como la imposibilidad para comprometerse o de asumir responsabilidad pero que, irremediablemente, tarde o temprano tendrá que aceptar. 
 
Esos sentimientos se amplían al resto de personajes que intervienen durante la novela, quienes se sienten desamparados, completamente perdidos, vagando sin rumbo por lugares hostiles llenos de peligros. A pesar de ello, ninguna quiere renunciar a la soledad, porque implicaría regresar a la vida y, con ella, al dolor que provoca la certeza de saber que todos cuantos nos rodean acabaran por abandonarnos de una forma u otra. O bien, seremos nosotros los que desaparezcamos, provocándoles un terrible sufrimiento ante nuestra ausencia. 
 
No obstante, existen determinados vacíos que afectan en la comprensión de la relación de los protagonistas con el resto de personajes, especialmente en Clare, cuya narración tiene demasiado espacios temporales que nos permiten construir una imagen completa de su persona. Un pasado caracterizado por los secretos que jamás llegan a revelarse por completo, dificultando la comprensión del personaje y, por subsiguiente, la forma de reaccionar en determinados momentos. El mejor ejemplo es el cambio de actitud ante la muerte de su madre por cáncer, su ambigua relación con González o la desconcertante amistad con Claire. 
 
Por otro lado, la simbología de la novela se extiende a las numerosas referencias artísticas (pictóricas, literarias y musicales) que, aunque complementan las ideas expuestas, resultan desconocidas para la mayoría de los lectores, sobre todo si no somos aficionados a los movimientos postmodernistas o grandes apasionados de la música punk anterior a la década de los ochenta. 
 
Con todo, «La mujer del viajero en el tiempo» es una novela atípica. Al igual que el tiempo, concebido por Aristóteles como la medida del tiempo entre dos instantes, no pertenece al género romántico ni a la ciencia ficción, sino todo lo contrario. Un libro que forma parte de ambos y, de forma paralela, a ninguno, tal y como le ocurre a Henry. Sin embargo, solo necesita un fortuito encuentro con el lector para crear un instante irrepetible, un recuerdo imperturbable a través de sus páginas al que querremos transportarnos una y otra vez. Y es que «lo pasado ha huido, lo que esperas está ausente, pero el presente es tuyo». 

Mª Carmen Horcas López

1 comentario:

  1. ¡¡¡Pedazo de novela!!! Me encantó leerla, quedé atrapada entre sus páginas.

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