viernes, 2 de agosto de 2013

El rojo de sus labios, de Manuel Lacarta (Reseña nº 532)

Manuel Lacarta
El rojo de sus labios.
Ediciones Vitruvio, 2013.

La obra de Manuel Lacarta es extensísima y su fama le precede en diferentes géneros que pasan por el ensayo, el diccionario de uso y la novela. Cabe señalar que es uno de los mayores expertos tanto en la figura y obra de Cervantes, como en la ciudad de Madrid en cuanto a entidad literaria. A su poesía completa, reunida bajo el original título Otoño en el jardín de Pancho Villa 1979-2010 (Vitruvio 2011), que además mereció el Premio de la Crítica de Madrid 2012, ahora se debe añadir El rojo de sus labios.

Hay disparos de fusil en el alma de las cosas…

En este poemario encontraremos los temas recurrentes de Manuel Lacarta: la ciudad y sus elementos, el amor, la mujer (siempre esa mujer, todas y la misma), la imaginación… La inmanencia y alma de las cosas como bellos y meros objetos que trascienden pasando a convertirse en un sujeto poético que, por tal, cuenta con vida propia, integra el discurso, y se hace canto vivo, evolución, epifanía. Porque la poesía de este autor transcurre en ese impreciso y nebuloso terreno donde se encuentra la Belleza/Verdad en elementos como los juegos de las niñas, la mirada ausente de una madre, los adornos de fiestas urbanas que languidecen esperando a ser recogidos una vez que dichas fiestas ya han pasado; o el propio rojo (color, carmín, mito, sangre, vida y muerte) de los labios.

Así pues, ese rojo, esos labios, serán una imagen recurrente que se va transformando con el avanzar de cada página, adquiriendo nuevas connotaciones expresivas y semánticas que justifican su reiteración y vertebran un poemario otorgándole entidad (un recurso clásico del autor, que él ha dominado como nadie, y que, por otro lado, resulta muy de mi agrado, dado que también lo utilizo en mi propia poesía). No nos alejamos tampoco de la muerte, el final, siempre presente en todos los poemarios, pero que en este cobra una nueva dimensión con una perspectiva más cercana y reflexiva que le otorga un carácter cuasi palpable, que provoca frío en los entierros durante un día de calor.

Los dedos de las manos iluminan los bolsillos…

Este libro integra nuevas perspectivas líricas que se suman a las mencionadas. Encontramos diálogos que ya no son en exclusiva reflexiones con un yo lírico, sino que adquieren un tono de vibración y preocupación vital de un hombre que se encuentra quizá solo, quizá mayor de improviso, tanto en un chequeo médico como en las playas vacías del litoral en septiembre u octubre; que bien ha sido capaz de embriagarse con todos los poetas borrachos y pelear cuerpo a cuerpo con un vampiro, bien conversa con Dios, que viene de visita con pasteles y suele anunciarse tropezando en la escalera.

Otros de los elementos diferenciadores con respecto a los poemarios precedentes es que éste emplea el recurso formal de la prosa poética. Un nuevo rasgo de buen hacer rítmico al no precisar de la segmentación versal del metro para seguir fiel a una profunda armonía y musicalidad de una entidad poética en ocasiones transportada por ella a otros tiempos y ciudades donde los tejados se llenan de músicos. La música, tanto en la cadencia del discurso, así como elemento simbólico, interpreta un papel de gran relevancia en este poemario. Un galón de veteranía nada fácil de dominar de forma tan natural.

En casos de necesidad, no es de bobos hacerse el muerto…

Sin embargo, dentro del más profundo lirismo extraído de la cotidianidad, se abre paso la imaginación y la trascendencia surrealista, no alejada de cierto tono irónico y de indulgencia paternal, bien con el entorno, bien con el pasado, bien con el lector y, en última (y primera) instancia, con la propia voz poética y la persona real que subyace tras la misma.

Físicamente, el volumen sigue las reglas de calidad de la colección Baños del Carmen: papel ahuesado, cubierta negra brillante con solapas, sin ninguna errata apreciable.

En resumen, y en mi opinión, una de las obras más emotivas e intensas del autor que debería estar en toda biblioteca de poesía.

Fernando López Guisado

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