sábado, 4 de mayo de 2013

Nubes, de José Luis Morante

José Luis Morante
Nubes.
Ed. Corona del Sur., 2013

No es el haiku —al contrario de lo que suele pensarse — un género sencillo de practicar. Este tipo de composición breve cuenta con unas reglas estrictas que imponen, de salida, la caligrafía en el idioma original (japonés). También, según la corriente más tradicional, debe incluir una referencia a la naturaleza y la estación del año.

No obstante, haciendo honor a la famosa cita de Robert Frost «poesía es aquello que se pierde en la traducción», se ha establecido —por convención práctica y estética— en trasvasar a nuestro idioma su práctica mediante estrofas de 5/7/5, respetando la esencia más primordial que caracteriza esta composición nipona de inclinación aforística: la transmutación de un estado (emocional, mental, espiritual) en otro, provocada por un brevísimo estímulo externo durante un momento contemplativo, y adquiriendo iluminación o sabiduría durante el proceso. 

«Mi encuentro con la sombra.» 

El tiempo nos ha legado multitud de referencias que legitiman el feliz destino de este tipo de trasvases estróficos, en especial, durante las épocas que han supuesto una agilidad y reactivación de las comunicaciones interculturales. Una muestra: la importación de los metros italianos a nuestro país durante el Renacimiento. La historia del mundo es la historia de las influencias.

Desde una óptica positiva, toda pérdida en un campo (la plasmación gráfica) supone una ganancia en otro. Y el haiku ha podido así crecer e incluso permearse mediante otros pensamientos y tendencias de la literatura actual. Bajo diferentes perspectivas, esta composición implementa una implicación del entorno urbano (Impacientes suburbios), de la vida contemporánea y su cotidianeidad (Bajo la sábana), e incluso lo metaliterario (Lo dice Borges). 

«Somos quien fuimos.» 

Ahora aparece, para ejemplificar este hecho (los versos del párrafo anterior pertenecen al mismo), el volumen
Nubes, de José Luis Morante, que reúne y recupera sus haiku, que no tuvieron cabida en la anterior antología Mapa de Ruta (2010. Ed. Maillot Amarillo). En sus páginas podemos experimentar esta ya mencionada fusión de estilos. Reconocemos, por tanto, la línea de poesía clara que caracteriza al autor y sus inquietudes líricas, muy centradas en el diálogo bien entre almas, bien —y con frecuencia— introspectivo. Todo refiere a la mencionada transmutación de estado y trasluce unas influencias críticas y eruditas producto de la frecuente visita a una biblioteca nutrida del género. De esa manera, captura y recupera la esencia primordial de las composiciones originales japonesas.

Nadamos, por tanto, en una poética de aquello «no nombrado», de lo sutil de la brisa marina y la definición de la propia identidad mediante el entorno. Cuadra, además, con el gusto de José Luis Morante por el aforismo y la sentencia crítica, disciplina que visita con frecuencia tanto en su blog Puentes de Papel, como en otros trabajos del pasado: Mejores días (2009. De la luna libros). Somos testigos, por tanto, de la concreción poética del hombre que trata de buscar explicación a un devenir —consciente de que tal esclarecimiento en realidad no existe, ni es posible, salvo quizá en breves instantes de epifanía—, pero que no por ello deja de intentarlo o de admirar la belleza del proceso. 

«Final de ruta.»
 
Se trata de una edición completa, cómoda y compacta, presentada de forma impecable por la editorial malagueña Corona del Sur —que también imprime—, a modo de tirada selecta y cuidada, poniendo atención al detalle y a lo exquisito. Solapas, portada y contraportada se unen en un todo envolvente que muestra una fotografía expresionista obra de Carmen Peralto. Letra clara, bien visible, sin erratas, muy agradable de leer. Papel grueso y cremoso. Se acompaña de un epílogo reflexivo firmado por el propio autor. 
Un libro recomendable para los amantes del haiku, de la poesía, y de aquellos que busquen lo inasible que se pierde en la traducción. 

Fernando López Guisado.

1 comentario:

  1. Os diré, que si tenéis un ratito, aunque sea pequeño, no os perdáis
    este pedacito de cielo llamado "nubes", es de una exquisitez que
    como bien indica su titulo, se asemeja a ese manjar de
    gominola que, cuando te la comes, te deja un regusto a felicidad.

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