jueves, 18 de diciembre de 2025

Una navidad solidaria, de Harmonie Botella

 


 

 

En la quietud cristalina de una Nochebuena nevada, donde el firmamento se teñía de un índigo profundo y las estrellas titilaban como gemas efímeras, se erguía la aldea de Eldoria.

Este rincón olvidado del mundo, anidado entre colinas ondulantes y bosques susurrantes, albergaba almas de procedencias disímiles: refugiados de tierras áridas, artesanos de costas brumosas y nómadas de estepas ventosas. Sus hogares, modestos y variopintos, se adornaban con guirnaldas iridiscentes y luces titilantes, símbolo de una festividad que transcendía fronteras. En el corazón de este pueblo moraba una plaza centenaria, flanqueada por un abeto colosal cuya copa se perdía en la bruma celestial. Bajo sus ramas cargadas de nieve, se congregaban los niños: inocentes querubines de ojos luminosos y risas límpidas.

Allí estaba Amir, el pequeño beduino de piel aceitunada y mirada sagaz, cuya familia huía de vientos arenosos y conflictos ancestrales. Junto a él, Li Wei, la niña de cabellos ébano y sonrisa serena, venida de orientes lejanos donde los dragones danzaban en pergaminos antiguos. Y no faltaba Sofia, la chiquilla del Este de Europa, con trenzas doradas y espíritu indómito, descendiente de marineros que surcaban mares tempestuosos. Aquella víspera, un vendaval impetuoso azotaba la aldea, derribando ornamentos y extinguiendo velas. Los adultos, absortos en sus quehaceres prosaicos, murmuraban sobre la adversidad: "La Navidad se desvanece en esta tormenta inexorable", decían, mientras el frío se colaba como un intruso sigiloso.

Mas los niños, con su candor inmaculado, no se amilanaban. Amir, recordando las noches estrelladas de su desierto natal, propuso: "Construyamos un refugio de paz, un santuario donde las culturas se entrelacen como hilos de un tapiz mágico multicolor". Li Wei, con voz melodiosa como un arroyo primaveral, añadió: "En mi tierra, compartimos linternas flotantes para ahuyentar las sombras. Traeré papel translúcido y tintes opalinos". Sofia, entusiasta, exclamó: "De mi pueblo traigo conchas nacaradas y cantos ancestrales que invocan la serenidad". Juntos, en la plaza gélida, iniciaron su obra. Amir delineó un círculo con ramas flexuosas, simbolizando la eternidad de la paz universal. Li Wei plegó papeles etéreos, infundidos con proverbios de armonía. Sofia entretejió guirnaldas con elementos marinos, evocando la solidaridad que une océanos distantes y bravos. Mientras laboraban, surgió una disensión efímera: Amir deseaba un fuego central, reminiscencia de sus hogueras nómadas; Li Wei temía que consumiera sus delicadas creaciones; Sofia abogaba por canciones en lenguas variopintas. Mas en su inocencia, hallaron el equilibrio. "La paz no es uniformidad", susurró Amir, "sino la fusión armónica de lo diverso". Li Wei asintió, y juntos encendieron una llama controlada, rodeada de piedras iridiscentes que reflejaban luces multicolores. Cantaron en un coro polifónico: himnos beduinos de resiliencia, melodías orientales de equilibrio y baladas europeas de esperanza. La tormenta, como si conmovida por su tenacidad, amainó. Los adultos, atraídos por el fulgor, emergieron de sus moradas. Contemplaron el santuario: un edén miniatura donde símbolos de culturas dispares coexistían en sublime sinfonía. Un anciano, de barba argéntea y ojos sabios, murmuró: "Estos infantes nos enseñan que la solidaridad es el bálsamo para las heridas del mundo". Familias de horizontes remotos compartieron viandas: dátiles dulces del desierto, postres vaporosos del este y pasteles especiados del mar. Al alba, cuando el sol despuntó con un resplandor áureo, la plaza rebosaba de risas. Los niños, exhaustos pero radiantes, se abrazaron. Amir, Li Wei y Sofia comprendieron que la verdadera Navidad no yacía en opulencias materiales, sino en el lazo intangible de la comprensión mutua. La moraleja se reveló en su pureza: en un mundo fragmentado por barreras ilusorias, la paz florece cuando la solidaridad une culturas diferentes, guiada por la inocencia de los niños, que ven no divisiones, sino un tapiz infinito de posibilidades compartidas.

Así, el pueblo se transformó en un faro de armonía, recordando que incluso en la adversidad, un gesto de unidad puede iluminar la oscuridad más profunda.

Harmonie Botella Chaves

 

 

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