martes, 17 de junio de 2025

El señor de las calles, de M.D. Álvarez

 


 
Bajo aquel aguacero, seguía siendo imperceptible para sus adversarios. Su forma de luchar no tenía igual; los que trataban de capturarlo no conocían sus debilidades. Y aunque las conocieran, no les sacaban partido. Él no solo luchaba por sí mismo, luchaba por los desfavorecidos e inadaptados que no valoraban. Su porte altivo e imponente no lo llevaba a comportarse como un mezquino con los pobladores de su mundo; es más, se esforzaba en conocer sus peticiones y desvelos.

Un buen día se acercó, cubierto con una capucha que le ocultaba el rostro, pues sus vividos ojos azules lo identificaban como el señor de las calles. Se unió a un grupito de gente que se había reunido para discutir sobre el nuevo impuesto que les estaban grabando en las nóminas. Decían que era injusto que aquel impuesto seguramente se utilizaría para contratar a una panda de maleantes y así poder dar caza al señor de las calles.

—Que lo intenten —dijo para sí. Se dio cuenta de que estaban sablando a sus conciudadanos y decidió hacer algo por ellos.

Cada vez que era atacado, los cazaba y cobraba la recompensa que el gobierno daba por ellos, ya que eran asesinos y ladrones de la peor calaña, a los que habían puesto precio antes de contratarlos para atraparlos. Con las recompensas tan jugosas que daban, fue haciendo un fondo de compensación y, por medio de anuncios en los periódicos, fue restituyendo lo que aquel impuesto les estaba robando.

M. D. Álvarez

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