Su interpretación de la danza de la lluvia, al ritmo del
megamix de Deep Forest, lo convertía en un auténtico ser celestial. Era
envidiada por todas sus amigas; sabían que, como él, no había ninguno.
Sus
movimientos rítmicos al son de la energética música eran poderosos y
siempre terminaban con la llegada de la ansiada lluvia. Su beso
apasionado bajo el aguacero lo convertía en el hombre de la lluvia, su
hombre, quien, para finalizar, la invitaba a unirse a él en la frenética
danza de amor y libertad.
M. D. Álvarez
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