sábado, 16 de noviembre de 2019

Por un paquete de celtas, de Juan Gil Palao (Reseña nº 903)

Juan Gil Palao
Por un paquete de celtas
Ediciones Irreverentes, 2019


        La condición de lector impenitente tiene aparejado el dolor. Pero no un dolor físico, sino que se trata de ese que los expertos denominan letraherido y que, en mi caso, se une al físico pues, al menos para mí, el escribir nunca me ha proporcionado más que sufrimiento, arraigado en mi costado izquierdo.
Por eso me sigo atreviendo a abrir libros como el que tienes entre tus manos, desconocido lector, de Juan Gil Palao, un irreverente yeclano que es un empedernido viajero de la vida: él nos narra siempre desde el yo.
Lo descubrimos en su «opus prima»: Hay cosas que tiran más, donde la tercera persona, el narrador omnisciente, se le parecía tanto que todos descubrimos en él el yo dominante, ese que cuenta su experiencia que, para este lector, implica sinceridad, no va a engañarte en la narración, no tiene motivos, él ha sido quien ha decidido desvelarnos los secretos que guardaba su alma.
Todos lo sabemos. Se lo escuché o se lo leí a Manuel Longares, ahora no lo recuerdo, pero sí sus palabras: «ante el “yo” encargado de describir un paisaje urbano o rupestre desfallecen las demás personas narrativas… Es más afectuosa para el lector u oyente una narración contada por el que la sufre que por quien observa el sufrimiento.» Esto es destacable en Juan Gil, pues en él tenemos la certeza de que nos lo contará como quien observa, sabiendo como sabemos que realmente él lo ha vivido.
La confirmación de lo que decimos la tuvimos en su segunda y tercera obras publicadas. Primero, cronológicamente fue Cuentos, leyendas, vivencias e historias de miedo. Eran sus propias vivencias infantiles y juveniles sobre las que giraban  los relatos que el libro contenía. Después, Mucho más que un sueño, donde los lectores nos encontramos ante una temprana madurez del autor, confiado en las historias que nos cuenta y, tal vez por ello, o por los consejos de sus amigos ―entre los que creo encontrarme― da el salto a una empresa mayor: Aracil, que trata sobre el acoso escolar, duro tema, políticamente poco correcto, obra sobre la que confieso aún no he sabido encajar en su historia vital, pero que está ahí y más pronto que tarde sabremos el lugar que ocupa en ella.
No debemos obviar, cuando analizamos la obra gilpalaoista, cuál es su profesión, ni los juzgados por los que ha pasado profesionalmente. Ahí, sí, ahí le duele.
Tal vez y digo sólo tal vez, sino hubiese sido por su primera experiencia sentimental que nos narró en la citada Hay cosas que tiran más, el autor yeclano hubiese hecho juramento de tomar los hábitos literarios y, con ello, el voto de pobreza del que siempre nos habla Miguel Ángel de Rus en sus epístolas. Pero por fortuna (así quiero pensarlo) no fue tal y la estabilidad profesional le permite contarnos estas historias, lo hará con las que aún permanecen inéditas y las que están por venir.
Destaca en Juan Gil su destreza expositiva, conseguida a través de la experiencia personal de contarnos la historia desde lo más profundo, de no intentar nada que distorsione lo vivido y llenar, eso sí, los espacios temporales que como lectores desconocemos, de las escenas que nos ayuden a conocer, o reconocer si es el caso, la realidad que nos narra.
Sí, hay mucho de historia personal en los relatos y tramas gilpalaoistas, y lo vamos a comprobar, una vez más, en los quince relatos que siguen tras estas breves líneas, y que merecieron el premio internacional Vivencia-Williers de relato, inesperado para el autor, pero no para quienes conocemos su literatura.
Relatos en los que el lector va a encontrar una gran variedad de temas, de reflexiones, de regreso al pasado que el autor ha conocido o le han contado y que, por cercanía, puede que también muchos de los desconocidos lectores de estas líneas. Todo ello sin renunciar a tratar aspectos de la actualidad que le rodea: la extraña memoria histórica que se ha convertido en algo que va en una sola dirección; del maltrato animal, que él escribió cuando nadie había oído hablar sobre él, y sobre la naturaleza, algo que no es nuevo en su obra breve, como nos demostró en anteriores entregas de sus relatos, ni en la que está por venir, pues sé que nos prepara una larga novela alrededor de la Sierra del Cuervo.
También los encontraremos que tratan sobre aspectos que su obra ya ha tocado desde otras facetas y, que por afectarle personalmente en lo más personal, vuelven a él y a nosotros, sus lectores, para mantenernos alertas sobre la violencia en sus diferentes aspectos, si es que la violencia necesita adjetivos como  género, doméstica o contra los animales.
Tras catorce años de vigencia denuncia en sus relatos, conocedor del tema desde su perspectiva profesional, que las medidas de protección integral contra la violencia de género no consiguen su objetivo y raro es el día que no leemos, escuchamos o vemos en las noticias un nuevo caso de esta lacra social. Y no olvida, porque no puede, las injustas situaciones que esa legislación provoca y que son silenciadas bajo el paraguas de lo políticamente correcto.
Encontraremos amor, y desamor, esperanza en el futuro, y regreso al pasado. Quince relatos, quince formas de ver el mundo, metidas en un paquete de Celtas, ¿hay alguien ahí que recuerde esos paquetes de tabaco?
Poco quiero añadir más, lector, excepto animarte a seguir adelante, pasar la página y entrar en su mundo. No te defraudará.

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