jueves, 31 de enero de 2019

Selección poética de Julia Moreno


SOLO TÚ

Llegaste tarde.
Descentrado el pensamiento y cansados los pies.

Desato mis cuerdas, atando segundos
a mi espalda.

Cansada de descansar la espera
en las esquinas del tiempo...
des-espero
esperando...
a que llegues tarde
otra vez...

Porque sólo tú…

Me naufragas, me detienes, me disparas.
Me naufragas sin faros,
me detienes con palabras,
me disparas de tiempo
entre mi todo y tu nada.
Me borras del infinito mundo
de tu mirada.
...Y hoy solo
soy
alas...

De: Dis-tinta  (2014)

ENCUENTRO

Será en invierno…
tal vez frío fuera
para resguardar mis miedos entre tus manos.
O en primavera…el viento ayudará
a despeinar pensamientos…y están tan enredados…
Mejor otoño, con lluvia,
empapados
sin razones
…o en verano, junto al mar…
Se que estarás, se que estaré,
no se dónde, sí se por qué.
Y se que si supiera dónde estás, iría a buscarte
allí donde estés,
allí donde terminan las esperas y vuelan
los pies…
Allí donde no volveré a equivocar el piso
y tú no podrás dejar de pensarme
…como ayer…

Del poemario inédito: Alas


OSCURIDAD

Si te llevas mi calma, tráeme olas,
tráeme silencio acompañado de manos,
las llaves de la puerta de atrás
de mi soledad,
el camino adecuado
que me aleje de esta oscuridad sin ventanas.
No me dejes en la cavidad del olvido.
No me dejes llorar más de lo necesario
para que se escape el miedo.
Y ahí, justo ahí, cesa mi llanto,
porque ahí, y justo ahí, también te quiero.


Del poemario inédito:  Alas

lunes, 28 de enero de 2019

Carta a un skin rojo, por Alberto Ibarrola Oyón


Si te dije la palabra criminal, fue porque yo te identificaba con posturas radicales y violentas que no compartía. Creía haber leído mucho, pero me había olvidado de que hay personas que entregan su vida por una causa justa. Yo lo había entendido antes, pero la locura proveniente de la injusticia había convertido mi memoria en un ente ridículo en tanto yo pensaba que había superado aquellos conceptos obsoletos del marxismo. Sin embargo, la pureza no me atraía y me convertí en un crítico de arte estúpido a la par que la cercanía de mujeres jóvenes y trabajadoras me desquiciaba aunque no hasta el punto de delinquir. La codicia, la ambición, la prepotencia, pero también el victimismo, la soledad y la falta de oportunidades habían anulado mi personalidad y, entonces, a mi pesar me enamoré de la soledad, aunque no del estudio por mucho que me jactase de leer buenos libros y buena literatura, sofisticada y bella. Antes de comprenderme, ya había renunciado a todo eso, pero seguía contaminando el aire que mis pulmones respiraban y seguía deseando conocer los placeres voluptuosos del sexo y el erotismo, aunque ciertamente ya los había conocido, insaciable y lascivo, si bien ahora comprendo que había sido corrompido no solo por la época y la cultura que me habían tocado vivir, sino por personas malintencionadas que buscaban perderme e infligirme un gran daño, como finalmente así fue, lo que se demostró cuando te insulté a ti, a un joven de mirada noble que buscaba la justicia y que no respondió a mi ofensa, algo que te honra, soldado de la justicia social. Lo único que pude entender en aquella época siniestra fue el concepto de valor, la valentía, el coraje, pero no el suficiente como para hacer amigos.
 
Tu mirada me lo dijo todo. Si portáis banderas españolas es porque habéis nacido en España, ¡qué duda cabe! Entiende que yo enarbole ahora una ikurriña, tras haber jurado fidelidad a la bandera española. No es algo incompatible. Yo pretendo ser un ciudadano leal, aunque es verdad que el Estado no se portó conmigo todo lo bien que yo habría esperado. Ahora ya da igual porque me he beneficiado ampliamente del Estado del bienestar, tengo estudios superiores, una buena situación y un afán por crear obras literarias de importancia, con tiempo libre suficiente para llevarlo a cabo y algo de dinero en mi haber. Quiero que me perdones. Necesito tu perdón. No puedo soportar la realidad de haber insultado a un skin rojo. Es algo que yo no puedo perdonarme. No puedo. Cada vez que me acuerdo de aquel error que cometí, me humillo constantemente, y no necesito ya más autodestrucción, aunque lo he hecho durante muchos años. La soberbia es una mala consejera. De ti lo aprendí. Cuando observé tu mirada y volví a mi ciudad, lo comprendí, supe que me había equivocado, pero mi soberbia me dijo:

―¡Da igual! Soy un soldado de la paz.

 No era un error excesivo, pero fue un error. Me refiero al insulto naturalmente. Tu mirada me ha hecho comprender muchas cosas. Por otra parte, ya no soy un ladrón aunque tampoco haya resarcido a aquellos a quienes robe cuando habían depositado en mí su confianza profesional. Y les fallé, tal vez, porque yo no podía dar más de mí, en tanto que había sido traicionado por todos y por todo, abandonado, humillado, condenado al más triste infortunio, a la pobreza más lacerante. Tengo que decirte, sin embargo, que aquellos trabajos en que no fui lo suficientemente íntegro, los desempeñé en la economía sumergida, no me dieron a firmar ningún tipo de contrato, ni gocé de cobertura legal alguna, ni de Seguridad Social, ni de nada, conque se podría aplicar aquello de “quien roba a un ladrón obtiene cien años de perdón”, pero comprendo que todo el mundo no lo ve así y que mis exjefes y sus amigos se sientan engañados, ofendidos y estafados.

No te voy a dar órdenes. No creo que sea justo acusar a las personas de ser dirigente de nada porque piensen. Pensando he llegado a la conclusión de que me equivoqué. Pensando en ti. Soy un hombre que se humilla constantemente porque un día en el metro de Madrid se equivocó gravemente. La soberbia. Perdí a todos mis amigos. Ya lo sé. Pero perdí mucho más. Me perdí a mí mismo. Desde entonces, carezco de honor, de honra, como un objeto viviente, sin poder decir cuál es mi postura o mi opinión al respecto. Pero ahora utilizo la palabra perdón. Quería justificarme ante ti, aunque me condenaras. Me decían que tus actos no conducían a nada. Por eso te insulté. Cuando uno de mis camaradas me reprochó mi ofensa, señalándome que me había metido con un skin rojo, debía haberme callado el “me da igual” porque yo en realidad estaba insultando a un nazi, a un cabeza rapada de extrema derecha, no sabía distinguir entre un skin nazi y uno normal. Como única disculpa, solo puedo argüir en mi favor que aquella era la primera vez que visité la capital del Estado. Aquello marcó mi existencia, pues desde entonces todas las voces han conspirado contra mi persona. Por mis muchos pecados, no había entendido todavía que el cristianismo nos enseña a perdonar. Pero perdonar de verdad, no solo renunciando a la venganza, sino olvidando con alegría, devolviendo bien por mal. Mi corazón estaba infectado del victimismo y del rencor, de la sensación de injusticia. Defecto mío. Mi carencia. El desequilibrio a mí me pertenecía.

Cuando vuelva a Madrid, pienso regalarte una imagen de la Virgen Inmaculada, aunque me insultes, no porque sea sadomasoquista, sino porque quiero perdonarme y no puedo. He llevado el pelo rapado durante diez años. Ya he salido de la reserva. Ya no soy un militar. ¡Menos mal! En tus ojos vi inteligencia y no me supe callar. Ya sabes que no me siento superior a nadie. Soy fuerte y soy un hombre joven. Me siento culpable. Me tenía que haber callado y he llorado lágrimas reales, no perlas de Arabia. Sara me dijo que era un hombre barragán. Sus besos así me lo confirmaron. Se lo agradeceré siempre. Yo he proclamado la perfección de sus senos, su belleza inigualable, su exquisita delicadez y finura. Al hacer el amor con ella, me ofreció una cantidad muy importante de dinero y yo la rechacé porque realmente estaba enamorado. Sin embargo, Cristina me acusó de haber cometido estupro. Impoluto soy en este asunto. Se cree mis mentiras y por eso me río solo.

viernes, 25 de enero de 2019

El jardinero, de Alejandro Hermosilla (Reseña nº 861)

Alejandro Hermosilla
El jardinero
Jekyll & Jill, 2018

Hay libros buenos, y libros malos. Hay libros infantiles, y libros para adultos. Hay libros juveniles, y libros clásicos, noveles, veteranos. Y hay un libro maligno, se llamaba El necronominon, del gran maestro HP Lovecraft. Pues bien, creo que he leído una versión traducida al castellano de ese ficticio libro. Y no por que haya sido traducido textualmente, sino porque ningún otro libro hasta el momento me había provocado tantas ganas de arrojarlo al fuego de la chimenea.

Me ha resultado odioso pero, al mismo tiempo, no podía dejar de leerlo. Cada vez que paraba para descansar, tomar aire, me he jurado que no volvería a cogerlo. Además, se me notaba en la cara, me he mirado varias veces al espejo y estaba de un mal humor... ¡de una mala leche! pero, inevitablemente, volvía a él, como una maldita perversión de la que estuviese preso.

Alejandro Hermosilla ha conseguido escribir algo maligno, que te amarga la vida, pero que es tan adictivo que no puedes abandonarlo hasta la última página.

Y bien que el autor me lo avisó a través del Facebook, y el propio editor, en una carta, me hablaba del libro para que tuviese cuidado al adentrarme entre los recovecos de la jardinería, entre las sendas oscuras que deja el cuidado, o el descuidado, jardín.

Yo he escrito cuentos sobre libros malignos, pero nunca pensé encontrarme con uno que me produjera tanto malestar interior. Según el editor, y la contraportada, la base de esta novela, si puede llamársela así, es un hecho que aconteció al autor en su juventud, es el resultado de la traición de un amigo.

Pues bien, desconocido lector, atrévete. Acércate al jardinero y permite que la hiedra te rodee y te abrace, no vas a poder dejarlo.

Francisco Javier Illán Vivas


jueves, 24 de enero de 2019

Selección poética de Dolores Leis Parra


POLVO DE OLVIDO

Buscas dentro del botiquín
las tiritas de emergencia.
Te asalta la duda:
¿alguna vez se recompone
totalmente un corazón?

¿Qué impide regresar
a los fantasmas
a tu pecho?

Sin respuestas; el muro
no es como creíste:
grietas en sus paredes
filtran,
en ambas direcciones,
el amor.

Regresan los miedos
bajo la ardiente piel
de un polvo bien echado.

Zozobras en el olvido
mientras el sexo dura.



ENTELEQUIA

Y en el epicentro del océano
ratas saltando por la borda nadan hasta esa playa
más allá del mundo,
donde nadie alimenta fantasías,
tan solo la hambruna del deseo.
Entelequia de un sueño convertido en pesadilla.
Oleaje herido en el vaivén de los recuerdos.
Bomba que estalla entre las manos.
Muñones de dedos amputados señalando un corazón.
Ruinas de olvido que asesina las palabras
en esta medianoche en que tus ojos
son testigos silenciosos del paso del cometa.

ENERO

Recorre cabizbaja
el largo pasillo en búsqueda
de una mano que lamer. Tú
le niegas la caricia, apurando
(más huraña que en diciembre)
el segundo café del año. La sábana 
gira manchada entre burbujas.

Enero;
día de fiesta y todos
duermen.
Incluso los de semanas insomnes,
duermen.

Las 10:20 en el reloj de la cocina.
Las 23:59 en las venas del poeta.
Estalla la pólvora.
Se rasga su interior. 


MUJER QUE FUMA

                    Locura sería considerar un beso cosa inestimable.
                    «Las 1001 Noches».

Sentada en la escalera
esperas a un hombre
que, cigarro en mano,
dejará en tu boca sabor a tabaco.

Acariciará tu cuerpo,
buceando en tu sexo
provocará mil y un placeres
reclamando un nombre de tus labios
con aroma de tabaco.