lunes, 15 de enero de 2018

La rueda del tiempo, de Maica Bermejo Miranda



I

Andrés está furioso. Desde niño tiene esta estúpida sensación de pérdida de tiempo. Se siente atrapado una vez más en la situación que le toca vivir. Cuando decidió casarse con la mujer de su vida y formar una familia, nunca pensó que podría sentirse como un ahorcado con el dogal al cuello. Dogal que aprieta el lazo cada día estrechándose en torno a su garganta hasta producirle la situación de asfixia que le impide respirar, unido al peso que siente sobre sus hombros. Responsabilidad lo llaman. Él tan sólo sabe que cada mañana le cuesta despegarse de las sábanas y poner los pies en el suelo para comenzar un nuevo día. Sus fuerzas están al límite. Nadie le avisó de que ser padre es un esfuerzo sin desconexión ni escape posible, que el llanto continuo destroza los nervios, que duelen la espalda, los hombros, las manos. De cambiar pañales, de levantar en vilo kilos de carne rosada que se incrementan, casi por días, agitándose en el aire.
No. Nadie les advirtió. Ni a él ni a María. Es una lucha titánica que merma sus fuerzas. No tienen tiempo para nada excepto para ocuparse de sus pequeños. Este año ni siquiera podrán montar su belén, ése que desde que tienen uso de razón han puesto cada uno en casa de sus padres. Una tradición que han mantenido durante diez años de convivencia alborotada y cercana.
Juntos paseaban por los puestos de la Plaza Mayor en un ritual lleno de magia y complicidad. Cada uno de ellos buscaba la figurita especial que enriqueciera su Nacimiento, reflejo de sus dos visiones del mundo y sus raíces.  A María le gustaba hacerlo meticulosamente, seleccionando con cuidado, observa los remates, la expresión del rostro y la ropa de la posible nueva adquisición. Un  pastor tendido en la hierba, un labriego arando el campo o una hilandera tejiendo con mano diestra y expresión ensimismada. Andrés, en cambio, una vez localizada la caseta que conservaba el modelo de su belén, pasaba la mirada en vuelo rasante sobre el puesto y atrapaba con gesto rápido la figurita escogida. Es una suerte que a pesar de los años no hayan desaparecido del mercado.
Cogidos de la mano revivían su niñez, cuando en las vacaciones escolares acudían con sus hermanos, deslumbrados por el bullicio y el olor de los abetos hacinados en derredor de la plaza, que enmarcaban en verde los puestos luminosos y coloridos. Con la misma ilusión de antaño han repetido durante décadas el ritual que les lleva al mundo mágico de la Navidad.
Este año María tiene una misión complicada, ha de encontrar un Rey Gaspar. El suyo, el de toda la vida, ha quedado hecho añicos al estrellarse contra el suelo. Ha venido sola, aprovechando el rato que Andrés dormita en el sillón. No puede llegar la Noche Mágica sin Gaspar en casa. No sabe si va a tener tiempo para poner el belén, o no, lo que María sabe a ciencia cierta, es que su rey va a estar con ella esa noche. Le necesita. Después de innumerables vueltas y empujones dados y recibidos, ha conseguido acercarse al tenderete que expone sus figuras.
¿Qué quiere? -le pregunta un vendedor con gesto adusto.
Un rey Mago.
Cómo que un rey mago. Querrá decir los tres ¿no?
No señor. Verá, se me ha roto uno de ellos, los otros dos están bien. Sólo necesito a Gaspar.
Pues lo siento. Aquí se venden los tres en un lote.
¿No podría hacer una excepción aunque me lo cobre  más caro?
Claro ¡qué lista! Y yo que hago con los otros dos. ¿Me los cómo? -Y mascullando entre dientes se alejó al otro extremo del puesto.
María quedó desolada. Sabía de antemano que los reyes van en paquetes de tres, aun así tenía la esperanza de que hubieran hecho una excepción o que tuvieran alguno descabalado, nunca se sabe…
Gaspar, no puedes faltar en mi nacimiento. ¡Por favor! que alguien me venda una figurita tuya. Te necesito en casa esta Navidad. —María, pensativa se escabulló por la parte trasera de los puestos para andar más deprisa cuando algo llamó su atención. Entre las cajas rotas apiladas en el suelo destacaba una figura, una capa verde cubría la espalda del hombre moreno. Se acercó intrigada,  lo miró de cerca y vio asombrada que se trataba del Rey Gaspar, y para más inri «su rey Gaspar». Estaba a punto de dar un salto de alegría cuando reparó en que no tenía corona. Efectivamente la talla estaba perfecta, excepto, que no tenía corona. —Bueno –se dijo María- por eso te han desechado. A mí, sinceramente me da igual, tengas corona o no te vienes conmigo. Lo cogió con cuidado lo envolvió en la gamuza de limpiar las gafas y lo guardó en la funda
  Aquí estás calentito y protegido. Ahora ¡a casita!




II

Adoran a sus hijos viven por y para ellos. Veinticuatro horas sobre veinticuatro horas sobre veinticuatro horas, así desde que los gemelos nacieron. No hay tiempo para mirarse a los ojos. Alguna vez un beso espontáneo se les escapa entre tarea y tarea. Dónde se han ido los años en los cuales vivían el uno para el otro con el único objetivo de ser felices. Ahora emplean su complicidad en decidir comidas, vacunas, medicinas, guarderías, colegios, visitas al pediatra…
¿Cuándo crecerán? –se pregunta mirando el reflejo de los peques en la ventana. Sin darse cuenta ha vuelto a expresar en voz alta sus pensamientos. —¿Decías? —Nada María, pensaba en voz alta. Tengo unas ganas tremendas de que los niños crezcan y poder salir con ellos sin llevar cochecitos, pañales y todo el aparataje que acarreamos cuando vamos a algún sitio. 
Sí cariño, yo también estoy loca porque llegue ese día.
Así es. Andrés, descontento con el presente, añora en cada etapa de su vida que el tiempo corra y le lleve a un futuro que a él, se le ofrece tentador e irresistible. En su niñez, cuando los compañeros de su edad jugaban, él se dedicaba a observar cómo los chavales adolescentes comenzaban sus primeros cortejos envueltos en risas, rubores y  coqueteos más o menos velados. «¡Ay! -Decía para sí-¿Llegará el día que yo esté entre los afortunados?»
Y como todo en esta vida llega, ese día llegó. Andrés, fiel a su condición, desde el corrillo de pretendidos pretendientes, lleno de espinillas, inseguridades y fogosidad contenida, miraba abstraído las parejas de novios o amantes pasear su amor por parques y jardines en el comienzo de la primavera. No tenía ojos sino para ellos. -¡Eso es lo que quiero! Ir con mi chica de la mano, escucharla reír, sentir que somos el uno para el otro, compartir nuestras aficiones, viajar a su lado y construir nuestro futuro sabiéndonos amados. Cuándo me haré mayor...
Y como el tiempo no se detiene para nadie, tampoco esta vez dejó sin complacer a Andrés. Ya le tenemos cogido de la mano, de paseo por parques y jardines,  embelesado, mirando la sonrisa de María que refleja todo el azul del cielo en sus ojos. No puede quejarse de su suerte, María reúne las cualidades que él anhelaba, la ama y ella le corresponde en cuerpo y alma… Ahora sí debe ser dichoso ¿verdad? ¡Pues no! Está muy lejos de serlo, lo que tiene no le llena. Andrés ansía vivir con ella y pasa los días haciendo cábalas para lograrlo. A Andrés no le basta con sentir el calor de la mano de María en la suya al pasear en la tarde, ni los besos robados, ni los momentos compartidos en casa de sus padres en ausencia de éstos. Él quiere más. Al caminar atisba las ventanas y balcones que ofrecen una mirada a su interior. ¡Eso es lo que él quiere! Necesita vivir con María. Quiere un hogar junto a ella. Le aburre su situación actual. Tanto paseo y cine y merienda… De nuevo ambiciona lo que no tiene. De nuevo escapa hacia ese futuro prometedor.
A ver si pasan unos cuantos años deprisa para poder estar junto a ella y que su sonrisa sea lo primero que vean mis ojos. -¡Y los años pasan! ¡Claro que pasan! Andrés ha transitado de una etapa a otra de la vida con el punto de mira dirigido hacia lo que no posee, anhelando lo que no tiene.
Los niños crecieron, antes de darse cuenta estaban en el colegio y entonces todo era trabajar para conseguir dinero, pagar uniformes, libros, escuelas, actividades extraescolares. El tiempo que les dejaba libre su trabajo era para llevarles y traerles, ayudarles en los estudios, acudir y organizar fiestas infantiles, escucharles y atenderles en todas sus demandas. María y Andrés se repartían en las distintas actividades que tenían sus hijos, no por ser mellizos les gustaban las mismas cosas. A Ramón le entusiasmaba la música y a Ricardo el deporte. Cada tarde se desdoblaban para acudir a los centros distintos y distantes donde los niños cumplían sus expectativas. Menos mal que las fiestas de cumpleaños eran compartidas y los compañeros de clase también. Ahí ahorraban esfuerzo y dinero. —¿Pasará esta etapa María? Apenas tenemos horas para nosotros. Todo el esfuerzo es para ellos. Sueño con el momento que sean los suficientemente mayores e independientes para que puedan estar solos en casa y nosotros entrar y salir a nuestro antojo— Decía mirando arrobado a los vecinos con hijos adolescentes jugar una partida de mus sentados debajo del emparrado.
De nuevo la rueda del tiempo giró implacable, no para darle gusto a Andrés, sino porque el tiempo prosigue su marcha indiferente a los deseos y aconteceres de los humanos. Ramón y Ricardo fueron adolescentes y disfrutaron de la inconsciencia de esa etapa de la vida, bromas y risas, estudios y despreocupación llenaron sus horas. Más tarde accedieron a la universidad y después de terminar sus carreras comenzaron a trabajar. Cada uno de ellos conoció a su pareja ideal, se hicieron independientes, tuvieron hijos, marcharon a otros países y vivieron sus propias vidas. ¡Al fin!

III

Una vez liberado de obligaciones laborales y familiares Andrés tendría todo el tiempo para él. O eso creía. Sentado en un sillón mira su imagen reflejada en el espejo, pelo escaso y canoso, mirada cansada y un cuerpo lastrado y enfermo. —¡Cómo han pasado los años! Quién me iba a decir a mí cuando quería que el tiempo corriera que lo hace tan deprisa… ¡Qué torpe fui! Pensar en lo que no tenía me impidió disfrutar de lo que vivía en cada momento. Ahora es tarde…demasiado tarde— Andrés se tapa la cara con las manos y deja caer la cabeza abatido. ¡Cuánto tiempo desperdiciado! ¡Toda una vida! La que se le escapa ahora por segundos.
María abre la puerta con cuidado y entra de puntillas para no hacer ruido. No quiere despertar a Andrés, durante las horas que permanece dormido al menos no sufre. Desde el dictamen médico que confirmó la terrible enfermedad y el fin próximo, ninguno ha descansado como antes. Saca a Gaspar de la funda de gafas y lo coloca en la mesa junto a las otras figuras que tiene preparadas para montar el Belén.
Éste es tu sitio. Aquí es donde tienes que estar.
Con pasos lentos se dirige al dormitorio y vuelve a leer la carta guardada en el cajón.
Queridos Reyes Magos:
Este año sé que mi deseo es muy difícil de cumplir. Nunca me habéis fallado, por eso me atrevo a pedir lo que parece un imposible.
Gaspar tú más que nadie sabes de los conflictos humanos. Tu presente fue Mirra, para el hombre. Tu nombre provine de “kansbar” que significa “administrador del tesoro”. A ti mi rey favorito quiero pedirte el regalo. El mayor caudal que tiene el ser humano es el tiempo. Andrés inconsciente y descontento ha malgastado su fortuna y ahora se le agota. Por favor, haz que viva más. Merece otra oportunidad.
Os dejo como siempre agua para los camellos y unas copitas de anís para que os caliente el estómago, la noche está fría. Muchos besos.
María.

Cierra el sobre y lo deposita a los pies del rey sin corona. –Gaspar aquí está mi carta. Confío en ti. -Más tranquila va en busca de Andrés. —¿Qué andas haciendo? —Nada, echaba mi carta a los Reyes. —Nunca dejarás de ser una niña. Es lo que más me gusta de ti. Y apoyados el uno en el otro, avanzando despacito, se fueron a dormir.
IV
 La mañana irrumpe con sus rayos de luz despertando a los pequeños. Ramón, el primero en despertar salta a la cama de su hermano y comienza a zarandearlo.            
Vamos Ricardo arriba. ¡Que han venido los Reyes Magos! Dando un brinco corren alborozados al dormitorio de sus padres. 
   ¡Papá, mamá, venid, han llegado los Reyes!
Andrés y María se miran incrédulos, acarician sus caras tersas, palpan su cuerpo joven, observan a sus hijos y se echan a reír abrazados a sus pequeños. Sin dejar de contemplarse entran en la habitación donde esperan los regalos depositados sobre los zapatos.
Los vuestros están vacíos. ¡A vosotros no os han traído nada!
María se agacha a la altura de sus hijos. –Mirad el belén. ¿No notáis nada distinto?
¡Anda! –Dijo Ricardo- El rey Gaspar no tiene corona.
Ese ha sido nuestro regalo ¿verdad Andrés? La corona que no se ve. Semejante al tiempo que pasa desapercibido y se escabulle entre los dedos si no lo valoramos.
Los niños sin entender lo que dice su madre dedican su atención a buscar lo que hay en sus zapatos.
 Andrés no da crédito a lo que sucede. —María, dime ¿ha sido todo un mal sueño? —Nunca lo sabremos con seguridad Andrés. —Una cosa sí es cierta. De ahora en adelante no pienso desperdiciar ni un minuto pensando en lo que no tengo. Los Reyes me han hecho el mejor de los regalos. Voy a vivir cada día como si fuera el último.
Enfrascados los cuatro en abrir paquetes, no descubren, de momento, la pequeña corona que ha aparecido sobre la figurita del belén y el gesto pícaro en la cara de Gaspar.

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