lunes, 14 de marzo de 2016

Un saxo en la noche

En la cama había silencio y solo se escuchaba en la noche un saxo a lo lejos. La brisa procedente de levante arrastraba su sonido mezclado con aromas marinos. El hombre fumaba un pitillo mientras contemplaba la luna desde la terraza. En el interior la mujer dormía ajena a la serenidad de la noche estival. Tal vez soñaba…

La mañana había sido ajetreada. A primera hora, la consulta con el médico. Incertidumbre y desasosiego se apoderaban de ella cada vez que la enfermera salía con su hoja de citas a llamar al siguiente paciente. Finalmente, cuando le llegó el turno y recibió el diagnóstico, suspiró aliviada. Todo quedaba en un susto.

Dedicó la mañana a pasear por el parque y se permitió abusar de la tarjeta de crédito en dos de sus tiendas preferidas. Hacía bastante calor y la humedad ambiental se le adhería a la piel, pero no le importaba. El calor formaba parte de la vida, tanto como el frío, el viento o la lluvia.

En la sobremesa explicaba a su marido los pormenores de la conversación mantenida con el doctor. Él la escuchaba, estremecido todavía por la expectación del primer momento. Lloró sin hacer ruido cuando ella finalizó su exposición y la besó en la frente. No hubo palabras ni abrazos agobiantes. Eso vendría más tarde, a la hora de la siesta, cuando se amaran como si fuera la primera vez y no la última.

Redescubrieron sus cuerpos, entreteniéndose allí donde creían hallar un nuevo punto de placer; se miraron a los ojos dejando que éstos tomaran la palabra y permitieron que las horas se evadieran. Ya no había prisa. El sexo se confabuló con el amor para hacer más placentera la tarde, una vez más. Dejaron que el sol se perdiera a sus espaldas mientras la sombra oscurecía las baldosas del patio.

Ahora, en la noche, ella soñaba dormida sobre la cama deshecha. Él, soñaba despierto bajo aquella luna que lo observaba desde un cielo raso. Lloró de nuevo y esta vez no lo hizo en silencio. Primero un apagado gimoteo, después un llanto desgarrado que alarmó a los vecinos de al lado que tomaban el fresco en la terraza colindante.

Ella continuó soñando que la vida le sonreía. Mientras, a lo lejos, una música de saxo se difuminaba en el aire.


Dolores Estal Hernández
Imagen de Blas Estal 

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