Llevo oscuras
palomas en mis manos,
y un rosal de
claveles negros
clavados en mi boca seca,
que se marchita
esperando aguaceros.
Me cubro de espejos rotos
cuando veo la mortecina oscuridad, que con ansia todo lo
devora;
¡qué raje mi dolor
la oscura inmensidad!
Camino por charcos de
sangre con velas rosadas
y brillantes,
espero que la palabra se resquebraje
y rompa el silencio del puñal
vacilante.
Me relame una bruma de lamentos.
La
noche es un gato negro y herido,
que me mira con cristales rojos;
mi corazón apocado
tiembla aterido.
Acuden hambrientas las
luciérnagas al baile brillante de mi
soledad, quieren recordar
sueños de la niñez, ocultos
tras mi acerada ansiedad.
Veo niños ojerosos clavando
sus estacas a los ángeles plañideros que
erraron su vuelo
inocente, cayendo en un fúnebre agujero.
Trago el
incienso y las oraciones
de todos los niños bendecidos
por la negra muerte omnipotente,
que se columpia en la noche de los caídos.
La boca de la muerte es la fruta madura
que derrama su sangre jugosa,
y pringao la noche de carmín estrellado;
La boca de la muerte es la fruta madura
que derrama su sangre jugosa,
y pringao la noche de carmín estrellado;
su hambre de vida es imperiosa.
Me mira con ojos de niños muertos, huecos
y sin
mirada,
atravesados
por bolas de fuego;
¡Ay, cómo quema mi alma desolada!
Cientos de miles de palabras de
justicia se pegan a mi alma en pena atravesada;
¡Cuánto quisiera apedrear
la
noche,
arrancar
de
su manto oscuro la verdad olvidada!
Sobre los pájaros quietos y callados,
nacen corolas de cruces sagradas,
y cae el afilado
odio a chaparrones;
¡salta por los cielos la metralla dorada!
Las llamaradas azuzan con ahínco
la portentosa hoguera del resentimiento;
arden los sueños trizados
a balazos, rotos y violados sin ningún miramiento.
¿Acaso, piensan rociar de plomo
la ilusión, como en aquellos tiempos en que corrían
los
hombres desnudos y
gritando bombas;
convirtiendo la vida en una horrenda sangría?
Sólo respiro humo negro y peñascos de
lamentos;
¡gritos de dolor
abrasan mi
conocimiento!
El dolor de otros tiempos, cual magnánima espada, se cobra su venganza y atraviesa mi aliento.
Corta su hoja de plata las inútiles
palabras, que tristes y llorosas
caen
al suelo,
como recortes de papel mojado en sangre;
¡siento a mis muertos gritar sin
consuelo!
Los oigo en sus fosas escupiendo sangre
y recibiendo con impotencia el odio
que cae de las
cruces gamadas de acero,
que majestuosas
sobrevuelan su purgatorio.
El silencio
marcha en cortejo fúnebre,
arrastrado por bandadas de cuervos
que acompañan su sentimiento callado,
arrastrado por bandadas de cuervos
que acompañan su sentimiento callado,
y oigo como susurra arena de mar muerto.
Las palabras no pronunciadas son balas que
rompen el cielo
y la mañana.
La noche quedó oscura y sin estrellas,
sin el sueño y la nana que lo
acompaña.
La inocencia despliega
sus alas abatidas, remontando su vuelo
por doradas cascadas de agua trenzada en nudos
de sabiduría;
¡qué alumbre su vida la mujer preñada!
Seguiré caminando porque veo amanecer. Ya puedo lanzar a volar
mi negro dolor, perfumado de versos
tristes y cariñosos;
¡clavándose en la boca hambrienta de amor!
Raúl Muñoz González
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