jueves, 18 de febrero de 2016

Guerra y muerte



Llevo oscuras palomas en mis manos, y un rosal de claveles negros
clavados en mi boca seca,
que se marchita esperando aguaceros.

Me cubro de espejos rotos
cuando veo la mortecina oscuridad, que con ansia todo lo devora;
¡qué raje mi dolor la oscura inmensidad!


Camino por charcos de sangre con velas rosadas y brillantes,
espero que la palabra se resquebraje
y rompa el silencio del puñal vacilante.

Me relame una bruma de lamentos. La noche es un gato negro y herido, que me mira con cristales rojos;
mi corazón apocado tiembla aterido.

Acuden hambrientas las luciérnagas al baile brillante de mi soledad, quieren recordar sueños de la niñez, ocultos tras mi acerada ansiedad.

Veo niños ojerosos clavando
sus estacas a los ángeles plañideros que erraron su vuelo inocente, cayendo en un fúnebre agujero.


Trago el incienso y las oraciones de todos los niños bendecidos
por la negra muerte omnipotente,
que se columpia en la noche de los caídos.

L
a boca de la muerte es la fruta madura
que derrama su sangre jugosa,
y pringao la noche de carmín estrellado;


su hambre de vida es imperiosa.

Me mira con ojos de niños muertos, huecos y sin mirada,
atravesados por bolas de fuego;
¡Ay, cómo quema mi alma desolada!


Cientos de miles de palabras de justicia se pegan a mi alma en pena atravesada;
¡Cuánto quisiera apedrear la noche,
arrancar de su manto oscuro la verdad olvidada!

Sobre los pájaros quietos y callados, nacen corolas de cruces sagradas,
y cae el afilado odio a chaparrones;
¡salta por los cielos la metralla dorada!

Las llamaradas azuzan con ahínco
la portentosa hoguera del resentimiento;
arden los sueños trizados a balazos, rotos y violados sin ningún miramiento.

¿Acaso, piensan rociar de plomo la ilusión, como en aquellos tiempos en que corrían los hombres desnudos y gritando bombas;
convirtiendo la vida en una horrenda sangría?

Sólo respiro humo negro y pascos de lamentos;
¡gritos de dolor abrasan mi conocimiento!
El dolor de otros tiempos, cual magnánima espada, se cobra su venganza y atraviesa mi aliento.

Corta su hoja de plata las inútiles palabras, que tristes y llorosas caen al suelo,
como recortes de papel mojado en sangre;
¡siento a mis muertos gritar sin consuelo!


Los oigo en sus fosas escupiendo sangre y recibiendo con impotencia el odio
que cae de las cruces gamadas de acero,
que majestuosas sobrevuelan su purgatorio. 

El silencio marcha en cortejo fúnebre,
arrastrado por bandadas de cuervos
que acompañan su sentimiento callado,


y oigo como susurra arena de mar muerto.

Las palabras no pronunciadas son balas que rompen el cielo y la mañana.
La noche quedó oscura y sin estrellas, sin el sueño y la nana que lo acompaña.

La inocencia despliega sus alas abatidas, remontando su vuelo por doradas cascadas de agua trenzada en nudos de sabiduría;
¡qué alumbre su vida la mujer preñada!

Seguiré caminando porque veo amanecer. Ya puedo lanzar a volar mi negro dolor, perfumado de versos tristes y cariñosos;
¡clavándose en la boca hambrienta de amor!

Raúl Muñoz González




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